Schole
MiradasEdición 1
1919. El Tratado de Versalles y el fin de la Gran Guerra
Revista SCHOLÉ 17 mayo, 2019

Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo
“tal y como verdaderamente ha sido”.
Significa adueñarse de un recuerdo
tal y como relumbra en el instante de un peligro.

Walter Benjamin

Fue hace 100 años…

Debía ser la guerra que terminara con todas las guerras. Ese era el mandato, la ley que debía cumplirse, el imperativo que emanaba de los escombros, de los cuerpos mutilados y cegados, de la piel abrasada por las bombas. Era la esperanza que Abel Gance dibujó en su película Yo acuso 1, en el andar de los cadáveres reanimados de los muertos en el frente. Aunque fuese el deseo silencioso de una población y la ilusión declarada por los gobernantes de los países “triunfantes”, para el economista John Maynard Keynes las condiciones que imponía a Alemania el tratado de paz que estaba por firmarse en Versalles llevaban en sus entrañas la promesa de una nueva guerra. No lo veía así George Clemenceau, primer ministro francés, para quien todas las prescripciones que se hicieran a la nación germana asegurarían la paz: habían sido ellos, y solo ellos, los responsables del conflicto.


1. Yo acuso [J’accuse], de Abel Gance (1919).


Sostenemos, con justa razón, el valor de la crítica como forma de acción, pero, al mismo tiempo, hemos de reconocer que nos asimos con firmeza a relatos o perspectivas que nos ofrecen una mirada segura desde la cual interpretar el mundo. Por ello, somos renuentes a abandonarlos. Los hechos posteriores a la Gran Guerra dieron la razón a Keynes; sin embargo, esto no significa que su posición haya estado libre de objeciones ni que, quienes las hicieron, no estuviesen convencidos de la legitimidad de sus propias tesis. En última instancia, no hay forma de tener total certeza sobre la validez de muchas de nuestras argumentaciones y decisiones: ¿fue el Tratado de Versalles consecuencia de una ceguera intencional por una parte del liderazgo político europeo o era difícil, casi imposible, predecir el rol que hoy le atribuimos a aquel documento en el crecimiento y ascenso del nazismo y en el posterior inicio de la Segunda Guerra Mundial? ¿Es deseable suponer que la historia es un complejo juego de ajedrez de causas y consecuencias dirigido por maquiavélicos gobernantes o debemos aceptar que, más allá de un cierto mundo de fuerzas sociales que logramos relacionar y comprender, hay una dimensión incierta, una imprevisibilidad en el despliegue de las sociedades que el esfuerzo humano no puede anular? ¿Es acaso la historia una gran maquinaria cuya función es predecible o, por el contrario, como el devenir de la vida en la Tierra, es contingente e imprevisible?