Schole
MiradasEdición 1
1919. El Tratado de Versalles y el fin de la Gran Guerra
Revista SCHOLÉ 17 mayo, 2019

No importa tanto dar respuestas que cierren estos problemas, sino ser conscientes de cómo estas cuestiones se hallan presentes en la conmoción que el acto de la enseñanza lleva implícito y asumir su reclamo por un ejercicio del pensamiento y la reflexión. Consideremos, como parte de estas acciones del pensamiento, las palabras del propio Keynes en la introducción de su obra Las consecuencias económicas de la paz 2, publicada en 1919:


2. Keynes, J. M. (1987). Las consecuencias económicas de la paz. Barcelona: Crítica, pp. 9-10. (Primera edición: 1919).


La facultad de adaptación es característica de la Humanidad. Pocos son los que se hacen cargo de la condición desusada, inestable, complicada, falta de unidad y transitoria de la organización económica en que ha vivido la Europa occidental durante el último medio siglo. Tomamos por naturales, permanentes y de inexcusable subordinación algunos de nuestros últimos adelantos más particulares y circunstanciales, y, según ellos, trazamos nuestros planes. Sobre esta cimentación falsa y movediza proyectamos la mejora social; levantamos nuestras plataformas políticas; perseguimos nuestras animosidades y nuestras ambiciones personales, y nos sentimos con medios suficientes para atizar, en vez de calmar, el conflicto civil en la familia europea. Movido por ilusión insana y egoísmo sin aprensión, el pueblo alemán subvirtió los cimientos sobre los que todos vivíamos y edificábamos. Pero los voceros de los pueblos francés e inglés han corrido el riesgo de completar la ruina que Alemania inició, por una paz que, si se lleva a efecto, destrozará para lo sucesivo – pudiendo haberla restaurado– la delicada y complicada organización –ya alterada y rota por la guerra ̶ , única mediante la cual podrían los pueblos europeos servir su destino y vivir.

El aspecto externo de la vida en Inglaterra no nos deja ver todavía ni apreciar en lo más mínimo que ha terminado una época. Nos afanamos para reanudar los hilos de nuestra vida donde los dejamos; con la única diferencia de que algunos de nosotros parecen bastante más ricos de lo que eran antes. Si antes de la guerra gastábamos millones, ahora hemos aprendido que podemos gastar, sin detrimento aparente, cientos de millones; evidentemente, no habíamos explotado hasta lo último las posibilidades de nuestra vida económica. Aspiramos, desde luego, no sólo a volver a disfrutar del bienestar de 1914, sino a su mayor ampliación e intensificación. Así, trazan sus planes de modo semejante todas las clases: el rico, para gastar más y ahorrar menos, y el pobre, para gastar más y trabajar menos.

Pero acaso tan sólo en Inglaterra (y en América) es posible ser tan inconsciente. En la Europa continental, la tierra se levanta, pero nadie está atento a sus ruidos. El problema no es de extravagancias o de “turbulencias del trabajo”; es una cuestión de vida o muerte, de agotamiento o de existencia: se trata de las pavorosas convulsiones de una civilización agonizante.