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El principio instituyente. Rancière y su manifiesto por la igualdad
Gabriel D´Iorio 20 diciembre, 2018

No hay misterio entonces. Sean objetos de la vida ordinaria, obras arquitectónicas, literarias, musicales, pictóricas; sean manufacturas que llevan en sí la sabiduría de antiguos oficios o fórmulas de la ciencia, imágenes del cine, registros fotográficos, representaciones teatrales o pensamientos filosóficos; sean cuerpos en movimiento, performances, instalaciones y todo tipo de entrecruzamientos fronterizos, siempre se trata de lo mismo: son productos de la inteligencia humana que nos plantean una pregunta o un enigma a descifrar, que nos exigen pensar en torno a visibilidades y enunciados, a frecuencias sonoras, imágenes fijas o móviles, palabras orales o escritas. Y es esa inteligencia interpelada la que deberá verificar su capacidad –recorrer el propio círculo de la potencia– para poner en relación lo conocido con lo desconocido, para adivinar, memorizar, inventar, leer y traducir, para fijar y recrear lo aprendido, para poder así avanzar en la aventura del conocimiento y la acción, del pensamiento y la producción4.

miradas de Ranciére

Con todo, esta igualdad que parece estar al alcance de la mano –como el paraíso, que puede realizarse aquí y ahora, pero termina invocando al temido infierno (Adorno, 2009, p. 411)5–, se extravía la mayoría de las veces en los brazos apasionados de su contrario que no es la deseada diferencia, sino la archiconocida desigualdad. La pregunta que se impone es por qué triunfa la desigualdad, por qué vacila la potencia igualitaria ante la evidente desigualdad social. Recordemos lo que ya fue dicho: la verificación de la igualdad exige cuidado y esfuerzo, exige atención y no admite distracciones. Rancière no dejará de subrayarlo aprovechando las advertencias de Jacotot respecto de la pasión por la desigualdad:

No es el amor a la riqueza ni a ningún bien lo que pervierte la voluntad, es la necesidad de pensar bajo el signo de la desigualdad. Hobbes hizo al respecto un poema más atento que el de Rousseau: el mal social no proviene del primero al que se le ocurrió decir: «Esto es mío»; proviene del primero al que se le ocurrió decir: «Tú no eres mi igual». La desigualdad no es la consecuencia de nada, es una pasión primitiva; o, más exactamente, no tiene otra causa que la igualdad. La pasión por la desigualdad es el vértigo de la igualdad, la pereza ante la tarea infinita que ésta exige, el miedo ante lo que un ser razonable se debe a sí mismo. Es más fácil compararse, establecer el intercambio social como ese trueque de gloria y de menosprecio donde cada uno recibe una superioridad como contrapartida de la inferioridad que confiesa. Así la igualdad de los seres razonables vacila en la desigualdad social. (Rancière, 2007, pp. 105-106)


4. Dice Jacotot: “Consideren un dado, una bota, una canción, un libro, un pasaje de un libro, una obra humana cualquiera, verán siempre pruebas de la misma inteligencia. Todo está en todo”. (Jacotot, 2008, p. 303). “Todo está en todo” no quiere decir que todo es lo mismo ni tiene la misma significación. Para que la verificación se lleve a cabo, se necesita “encerrar” a una inteligencia dentro de un círculo de potencia del que solo se pueda salir usando la propia inteligencia. Esa inteligencia deberá trabajar para conquistar lo que no sabe, para saberse igual a cualquier otra. Y si puede hacerlo es porque todas estas creaciones están forjadas por inteligencia humana: las fórmulas de la matemática no-euclidiana, la Crítica de la Razón Pura, la composición atonal, la construcción de grandes obras hidráulicas, las diversas versiones de Nosferatu, no son más que creaciones de una inteligencia que pueden ser observadas, disfrutadas, interpretadas y criticadas por otra inteligencia a condición de que esta última no esté sujeta a otra que la reemplace en el trabajo de la comprensión.

5. “La filosofía debe conocer por qué el mundo, que aquí y ahora podría ser el paraíso, puede convertirse mañana en un infierno”. (Adorno, 2009, p. 411)


La desigualdad es la condición del orden social, pero, a su vez, la igualdad es la condición de la condición. La pasión por la desigualdad es la contracara del vértigo que produce la aventura de la declaración igualitaria, la fatiga que implica verificarla. Tal como se la presenta en el texto, esta pasión primitiva es un afecto que se activa ante el movimiento de la igualdad y responde menos a una pulsión originaria que a las regularidades del orden social; se trata de un movimiento que se activa ante la trayectoria de un cuerpo parlante que pone en evidencia un desajuste, una falta de correspondencia, un desacuerdo lingüístico, un desplazamiento del lugar asignado. La pasión primitiva de la desigualdad lleva en sí la igualdad que quiere sepultar, conjurar, olvidar. Hobbes escribió un poema más atento que Rousseau, dicen Jacotot-Rancière: no es la propiedad sino la impropiedad de la igualdad humana la que hace posible el aprecio, pero también el deseo de imponer por la fuerza, la astucia y el fraude un poder de dominación que introduzca la desigualdad entre los iguales.


Prof. en Filosofía (UBA).
Dr. en Artes (UNA).
Docente de Estética (DAAV-UNA) y de Ética (FFyL-UBA).
Dir. del Proyecto de Investigación “La imagen resiste, la imagen piensa" (UNA).
Ha trabajado en diversos programas, postítulos y cursos de formación docente.