Schole
MiradasEdición 3
1969. La Misión Argentina
Revista SCHOLÉ 11 diciembre, 2019

La carrera de Nürburgring fue algo más que un hecho deportivo, aunque el presidente de facto Juan Carlos Onganía, regido por las protocolares palabras de un telegrama y ya jaqueado por el Cordobazo, lo redujese a ello. La participación en la competencia conocida como “La maratón de la ruta” tenía la finalidad de promover la comercialización del Torino, un auto rediseñado en Argentina y fabricado en su mayoría con autopartes nacionales. Más allá de esta intención primera, lo sucedido en Alemania –incluso por inesperado– dio lugar a esa fatídica mezcla en la que un acto deportivo se amalgama con un sentimiento de carácter nacional que no pocas veces roza el chauvinismo, promoviendo cuestionables lecturas políticas. No debemos olvidar cómo, casi una década más tarde, un mundial de fútbol le daba oxígeno a una dictadura cívico-militar que en esos momentos torturaba, secuestraba y forzaba la desaparición de personas. Retomando este problema para el hecho particular del cual estamos tratando, consideremos las siguientes palabras de Hugo Semperena:

La Misión Argentina


Su presentación y posterior aceptación en el mercado produjo sensaciones totalmente ambivalentes. A los buenos comentarios de la prensa especializada, les siguió buena parte del público, que se sintió atraído por el nuevo modelo de IKA, que, además, se trataba de una cupé. Pero otra parte del público, en especial el más ligado a los “fierros”, lo rechazó de plano. ¿Qué ocurrió? Tal como se acostumbra casi desde los inicios de la historia del automóvil, IKA decidió que la mejor forma de promocionarlo era a través de las carreras, de acuerdo con el conocido refrán “Win on Sunday, sell on Monday” (“Ganar el domingo y vender el lunes”).

Para ello, eligió la categoría con más arraigo del automovilismo criollo: el Turismo de Carretera. Categoría entrañable, pero con las preferencias repartidas entre dos marcas con demasiada tradición como Ford y Chevrolet, desde la época de los Gálvez y Fangio, y por ese entonces renovada con los duelos entre los Emiliozzi y Casá defendiendo a la marca del óvalo, y Cupeiro, Pairetti y Bordeu por el lado del “Chivo”. Además, por ese entonces, los autos conservaban todavía las siluetas nostálgicas de las cupecitas de los cuarenta. Pero, de repente, aparecen estos autos “de calle” pero superveloces, gracias a la varita mágica de un tal Oreste Berta, y fue demasiado. El Torino pasó a ser el malo de la película, el que vapuleaba a sus rivales, los cuales, en inferioridad de condiciones, se debatían infructuosamente y se terminaban rindiendo ante no uno sino tres autos plateados (luego fueron más) que formaron aquella sigla histórica: CGT (Copello, Gardassi y Ternengo).

Así, el nuevo auto fue rechazado, atacado (literalmente hablando) por el común de la gente. Fue muy duro, y los fanáticos de Ford y Chevrolet no aceptaron el Torino, hasta que el milagro se produjo.

Nace el mito. Y entonces, el auto con entrañas norteamericanas y cirujano italiano termina por bautizarse como “argentino hasta la muerte” en… ¡Alemania!1

La Misión Argentina


1. Cipolla, F. H. (2015). El Torino. Historia de una proeza industrial, tecnológica y deportiva. Buenos Aires: Lenguaje claro Editora, pp. 13-14.



Como todo mito, porta enseñanzas, pero también la clausura de la reflexión.