En los años cincuenta y sesenta Córdoba fue el epicentro del conflicto social, la ciudad de la revuelta urbana elevada a la condición de modelo –el Cordobazo-, de la irrupción del sindicalismo clasista, de la mayor aproximación de la izquierda peronista a la que se reconocía socialista, de las tentativas incipientes de control obrero, de la democratización de los sindicatos fabriles, del acercamiento y hasta fusión de los estudiantes con el movimiento obrero, de la radicalización de los jóvenes católicos. (…) Porque todo esto eclosionó tumultuosamente, en esos tiempos el desenlace fue más terrible, signado como estuvo por una represión sangrienta
y despiadada acaso como ninguna otra.
(Aricó, 2014)
La mañana del 29 de mayo de 1969, la ciudad de Córdoba despertó revuelta. Tres días antes, las dos Centrales Generales de los Trabajadores (CGT) habían resuelto un paro general por 37 horas. Las tensiones y los enfrentamientos entre los distintos sectores sociales y la dictadura, encabezada por Juan Carlos Onganía, no eran novedosos. Desde 1966, el gobierno anuló toda actividad política, intervino las universidades nacionales y censuró diversos ámbitos de la vida sociocultural. Asimismo, implementó una política económica que favorecía a las empresas extranjeras y perjudicaba a varios sectores; entre ellos, a las clases medias y trabajadoras.
Sin embargo, fue en mayo de 1969 cuando se dieron las condiciones favorables para la explosión del conflicto. El día 29, alrededor de las 10:30 h, una multitudinaria movilización popular se volcó a las calles en rechazo a las políticas implementadas por el gobierno. Las crónicas periodísticas relatan que, en la mañana de ese día, los trabajadores iniciaron el abandono de tareas y comenzaron a movilizarse con la adhesión de diferentes agrupaciones estudiantiles, intentando dar cuerpo a la proclamada unión “obrero-estudiantil”. A medida que las columnas de trabajadores y estudiantes se iban desplazando, empezaron a encontrarse con la policía y con la gendarmería, dando lugar a los primeros enfrentamientos. Un clima tenso atravesaba la capital provincial hasta que, luego de un intenso tiroteo, se produjo el asesinato del obrero Máximo Mena en la esquina del bulevar San Juan y Arturo M. Bas, cerca del centro de la ciudad. La incontrolable indignación entre los manifestantes rebasó no solo a la policía, sino también a los propios organizadores. Los diarios de la época informan que el saldo oficial de este hecho, denominado “Cordobazo”, fue de 34 muertos, 400 heridos y 2000 detenidos.
Este año se conmemoran 50 años de esas intensas jornadas y mucho es lo que se ha dicho y escrito sobre este suceso histórico. Sin embargo, la mayoría de los relatos tienen un común denominador: las figuras decisivas que se evocan para describirlo y recordarlo son masculinas. En este sentido, a lo largo de estas notas intentaré responder el siguiente interrogante: ¿participaron, de alguna manera, las mujeres del Cordobazo? La respuesta a esta pregunta contiene múltiples dimensiones. Es necesario analizar el lugar que ellas ocupaban en la sociedad cordobesa del momento, los cambios culturales experimentados durante los sesenta y setenta y cómo se vincularon con la participación política. Dada la vastedad de tópicos enumerados –y la complejidad que cada proceso implicó–, haré aquí un breve señalamiento de aquellos que considero más significativos.