Schole
ContrapuntosEdición 9
Asperger contra sí mismo
Revista SCHOLÉ 13 diciembre, 2021

Intersecciones entre Hans Asperger, autismo y Tercer Reich, de Herwig Czech, y Los niños de Asperger, el trabajo de Edith Sheffer, para una lectura sobre las razones de una definición

Diagnóstico

“Nací el miércoles 31 de enero de 1979”. Destacar esta afirmación de corte autobiográfico parece no tener sentido. No le corresponde a ningún rey ni a un presidente ni a un ministro. Tampoco a un general ni a un artista ni a un científico o inventor. De hecho, no le pertenece a ninguna celebridad. Entonces, ¿por qué señalarla? Tal vez porque es el comienzo de un relato que nos revela una forma particular e infrecuente de ver el mundo. Tal vez porque es el modo en que Daniel Tammet inicia su historia:

Nací el miércoles 31 de enero de 1979. Sé que era miércoles porque para mí esa fecha es azul, y los miércoles siempre son azules, como el número nueve o el sonido de voces discutiendo. Me gusta la fecha de mi nacimiento porque visualizo la mayoría de sus números con formas suaves y redondeadas, similares a los cantos rodados de una playa. Y eso es porque son números primos: 31, 19, 197, 97, 79 y 1979. Todos ellos son divisibles sólo por sí mismos y por la unidad. Puedo reconocer todos los números primos hasta 9973 por su cualidad «cantorrodada». Así es como funciona mi cerebro.1

Tiempo antes, alrededor de 1920, Alexander Luria, un discípulo de Lev Vigotsky, había destacado las paradójicas capacidades intelectuales de un hombre con el que Daniel Tammet se identificó. Apodado “S.”, poseía, entre otras cualidades, una prodigiosa memoria de la cual, sin embargo, no era consciente. En su obra Pequeño libro de una gran memoria. La mente de un mnemonista, Luria nos ofrece la siguiente descripción: “Como mencioné, él no era consciente de ninguna peculiaridad en sí mismo y no podía concebir la idea de que su memoria difería de alguna manera de la de otras personas”.


1. Tammet, D. (2018). Nacido en un día azul. memorias de un genio autista. Barcelona: Blackie Books, p. 11.


Consideraremos aquí una única referencia vinculada al inicio de los experimentos con S. porque puede darnos una idea de su prodigiosa memoria y de lo extraña que, por mucho que parezca estar funcionando como una sofisticada computadora, resulta la mente humana:

A lo largo de nuestra investigación, los recuerdos de S. surgían de una manera espontánea. El único de los mecanismos que empleó fue uno de los siguientes: o seguía viendo una serie de palabras o números que le habían sido presentados, o convertía estos elementos en imágenes visuales. Se usó una estructura simple que S. llamaba tabla de números escritos en una pizarra. S. estudiaba el material de la pizarra, cerraba los ojos, los abría por un momento, giraba y a una señal reproducía la serie en un tablero. Luego llenaba los cuadrados vacíos de la siguiente mesa, recordando rápidamente todos los números. Esto fue un asunto simple para él: ya sea completar los números para ciertos cuadrados vacíos de la mesa elegidos de modo aleatorio, o completar la serie de números pero en orden inverso. Fácilmente podía decir qué números formaban una u otra de las columnas verticales en la tabla y podía “leer” para mí los números que formaban las diagonales; finalmente, fue capaz de componer un número de varios dígitos de los números de un dígito de toda la tabla.2

Asperger fecha 31 del enero de 1979Tammet expresa identificación por quien conoce solo a través de un libro, probablemente porque él también es capaz de una memoria prodigiosa y de cálculos extraordinarios. Sin embargo, hay entre ellos una diferencia sustancial que se debe destacar, y que no se refiere ni a la neurobiología ni a sus capacidades o imposibilidades cognitivas y sociales. Ocurre que el memorista descripto por Luria carecía en su tiempo de un diagnóstico, en tanto Tammet era poseedor de una definición precisa sobre su estado. La categoría diagnóstica a la que nos referimos había sido elaborada décadas antes por el médico Hans Asperger en la clínica de Hailpedägpogik (Pedagogía Curativa) de Viena durante la vigencia del régimen hitleriano en Austria.

 

Asperger


2. Luria, A. R. (1968). A Little Book about a Vast Memory. the mind of a mnemonist [Pequeño libro de una gran memoria. La mente de un mnemonista]. Nueva York/Londres: Basic Books, p. 25. (Traducción propia)


La vida útil

En la década de 1980, el trabajo de Asperger fue redescubierto para el mundo médico anglosajón por la mirada de la psiquiatra americana Lorna Wing. Fue difundido un poco más tarde por Uta Frith, que supo presentarlo, además, como un hombre que se resistió a las imposiciones del nacionalsocialismo, un defensor de los niños a su cargo. Desde entonces, muchas personas han sido diagnosticadas con el síndrome de Asperger, y no han faltado películas y novelas sobre ellos. Sin embargo, y más allá de este éxito cultural, es importante preguntarse por la fuerza con la que este trabajo resurgió y sobre la relación de Asperger con el nazismo. Más significativo aún es intentar saber si este vínculo pudo haber influido o determinado la naturaleza de las definiciones y categorías que se dieron, y si por ello estamos obligados a cuestionar su legitimidad.

Una primera pista sobre lo que pudo haber sucedido en los tiempos del III Reich nos la da el propio Asperger en una entrevista que le concedió a la radio pública austríaca en 1974. Allí declaró:

En la Hailpedägogik estábamos en estrecho contacto con niños perturbados y retrasados mentales. No se puede hacer otra cosa que reconocer el valor que tienen y quererlos. ¿Cuál es su valor? Pertenecen a una colectividad. Son indispensables para algunas tareas, pero también para el ethos de un país. Con ellos se aprende que las personas estamos comprometidas con otras personas. Es completamente inhumano (y eso se demostró con sus horrorosas consecuencias) que se constituya el concepto de “vida sin valor” y que de eso se saquen conclusiones. Y como yo nunca estuve dispuesto a sacar esas conclusiones, es decir, a notificar a la Oficina de Salud Pública a los retrasados mentales como se nos había encargado que hiciéramos, era una situación muy peligrosa para mí.
(…)
Tengo que agradecerle enormemente a mi mentor Hamburger que, aun siendo él un convencido nacionalsocialista, me salvara en dos ocasiones de la Gestapo con un fuerte compromiso personal por su parte.3

clínica

A primera vista, este testimonio parece despejar toda posible duda al mostrar lo que parece ser una clara oposición a cualquier compromiso con el programa biomédico del nazismo. Pero una mirada más atenta revela cierta aspereza en algunas de las palabras usadas por el propio Asperger, muy próximas al concepto de Lebensunwertes Leben (“vidas indignas de ser vividas”). Aunque intenta desmentir todo vínculo con la eutanasia del Reich al criticar la perspectiva de “vidas sin valor”, el problema es que, a su vez, define la valía de la vida en función de su utilidad y no de la propia y mera existencia. Esta cuestión, en principio sutil, se terminó por evidenciar en toda su crudeza tras una afinada investigación histórica. Con ese trabajo de indagación, regresó la pregunta: ¿cómo se vinculan las categorizaciones de Asperger con su filiación al régimen nazi? ¿Pudiera ser que la valoración teórica que hiciera sobre el síndrome que lleva su nombre haya respondido a los ideales del nacionalsocialismo? Estos ideales le daban valor a la vida humana en función de su utilidad. Bajo esta perspectiva, a aquellos niños y jóvenes con dificultades en la socialización pero con inusuales características intelectuales les correspondía la suerte de vivir, en tanto que aquellos diagnosticados como “improductivos” y no “educables” para el volk podían ser asesinados.


3. Czech, H. (2019). Hans Asperger, autismo y Tercer Reich. En busca de la verdadera historia. Barcelona: Ediciones Ned, pp. 9 y 42.


Pasado y presente

Hans Asperger se graduó como médico en la Universidad de Viena. Poco después, comenzó a trabajar en la Clínica Infantil Universitaria dirigida por Franz Hamburger, quien ya en 1934 se había afiliado al partido nazi, incluso estando prohibido en Austria. Al año siguiente se incorporó al servicio de Pedagogía Curativa (Hailpedägogik), que pasó a dirigir en 1935 tras la lenta expulsión de los médicos judíos más calificados. Lejos de sufrir contratiempo alguno con la anexión de Austria por parte de Alemania, su posición se consolidó.

Aunque en el reportaje que antes citamos Asperger declara que la Gestapo estuvo por arrestarlo en dos ocasiones, no hay documento alguno que avale tal afirmación. Por el contrario, sí hay evidencia de la aprobación que recibió por parte de la policía secreta del Estado alemán. Según se especifica allí, Asperger “estaba en conformidad con las leyes raciales y de esterilización nacionalsocialista”. Sin duda, el relato sobre los intentos de arresto le permitía mantener la ilusión de ser un médico opuesto al nazismo. Más allá de sus declaraciones, es posible elucidar sus vínculos e ideales médicos a través de los informes diagnósticos que firmó o avaló. En ellos, se evidencia la ambivalencia de Asperger porque se nos revela que fue un médico dedicado y de buen trato con los jóvenes que le parecían educables y que podían ser “integrados a la sociedad” a la vez que se mostraba inmisericorde con quienes juzgaba sin futuro posible. No dudó en internar a muchos de ellos en la clínica Spiegelgrund a sabiendas de que era el lugar de ejecución del programa eutanásico del nazismo. Allí los niños eran asesinados con el uso de barbitúricos o a través del abandono de quienes padecían neumonía. Como miembro de la comisión que debía evaluar la educabilidad de niños tratados en el servicio infantil del hospital psiquiátrico Gugging, fue responsable de la transferencia a Spiegelgrund de decenas de niños que habrían de morir allí. Pocas dudas podemos albergar, entonces, de la responsabilidad que le cabe a Asperger sobre su participación en la política racial y eutanásica del nazismo. Por ello es significativo preguntarse por qué se necesitó “santificarlo” como un opositor a la visión biológico-racial del nacionalsocialismo cuando la utilización en el reportaje de 1974 del concepto de “vida útil” lo enmarcaba con claridad dentro de esos ideales y debió ser suficiente para abrir el ojo de la duda. Una investigación histórica profunda y cuidadosa podría haber saldado las cuestiones más graves.Asperger

La investigación, aunque tardó, finalmente se realizó. Sus detalles se revelan en los libros que aquí consideramos. Debemos, sin embargo, ser prudentes en nuestras conclusiones. Los vínculos de Asperger con el nacionalsocialismo no son razón suficiente para desandar sus aportes conceptuales ni para que el “síndrome de Asperger” deba ser renombrado por mucho que se lo imagine como acto de redención. El pasado es imposible de “purgar” o “exorcizar” ni derribando monumentos ni maldiciendo a discreción a personajes cuyos nombres parece que no se deberían pronunciar. ¿Acaso deberíamos renegar de la filosofía de Heidegger dado su profundo antisemitismo o dejar de escuchar a Richard Strauss por haber compuesto la música oficial de las Olimpiadas de Berlín de 1936? ¿Deberíamos, entonces, renombrar el síndrome de Asperger? Stephen Jay Gould no evade la cuestión y declara que “si decidimos repartir la culpa de los males sociales del pasado de manera individual, no quedará nadie digno de estima en algunos de los períodos más fascinantes de la historia”. Hemos de aceptar la imposibilidad de la justicia porque ese tiempo concluyó con la muerte de Asperger, y aunque lo consideremos –junto a otros médicos del nazismo– un criminal, no estamos habilitados a concluir que, por ello, sus conceptos son falsos o están plagados de los prejuicios con los que actuó sobre los jóvenes a su cuidado. Al respecto, Herwig Czech sostiene:

En lo tocante a la contribución de Asperger a la investigación sobre el autismo, no disponemos de pruebas que nos permitan considerar que su aportación quedó contaminada por su cuestionable contribución durante el nacionalsocialismo. Sin embargo, no hay duda de que su investigación en este ámbito es inseparable del contexto histórico en que fue formulada por primera vez (…). El destino del epónimo “síndrome de Asperger” debería determinarse tomando en cuenta otras consideraciones –estrictamente médicas– distintas de las problemáticas circunstancias históricas de su primera descripción. Éstas, por sí solas, no deberían ser el motivo para suprimirlo del vocabulario médico; más bien, deberíamos considerar estas nuevas revelaciones como una oportunidad para tomar mayor conciencia sobre los turbios orígenes del concepto.4

Las conclusiones que establece la historiadora Edith Sheffer sobre el trabajo de Asperger son, a la vez, un punto de anclaje y uno de partida para superar el estancamiento que la complacencia de los juicios personales le otorgan a nuestro ego moral. Podremos comprender, entonces, cómo determinados actos del pasado modelan las decisiones del presente. Sostiene Sheffer:

Las maneras en que el trabajo de Asperger se conecta con el presente constituyen una pregunta abierta.
(…)
¿Por qué el concepto de autismo de Asperger despegó a mediados de 1990? ¿Cómo fue que un diagnóstico creado a partir de los ideales nazis de conformidad y espíritu social resonó en una sociedad individualista de finales del siglo XX? Dejando a un lado los posibles factores médicos detrás del aumento en los diagnósticos de autismo, pareciera que la década de 1990 dio a luz un nuevo régimen de diagnóstico en el que el creciente escrutinio de los niños produjo un mayor número de etiquetas para sus defectos. Mayores presiones culturales en la crianza de los niños, el cuidado de la salud mental y la orientación escolar conllevaron estándares más altos para el desarrollo de la infancia, de tal forma que el fracaso de los jóvenes por alcanzar dichos estándares promovió un aumento de los diagnósticos psiquiátricos, sobre todo el de trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) y el trastorno por déficit de atención (TDA), lo que produjo una generación de niños criados con Ritalin y otros medicamentos psiquiátricos. La expansión de la psiquiatría infantil también se hizo manifiesta en el concepto de “espectro autista”, que incluía a niños con problemas incluso más leves.

Hoy, como en la época de Asperger y sus contemporáneos, el concepto de autismo se apoya en la ansiedad por integrarse a un mundo perfeccionista y cambiante. el espectro autista exagera el margen de los posibles lugares de un niño en la sociedad. En un extremo, un joven con autismo puede enfrentar una vida de aislamiento y discapacidad severa y, en el otro, adaptarse y ser percibido como poseedor de habilidades superiores. Con la prevalencia de la tecnología en nuestras vidas cotidianas, el autismo acecha tanto nuestros temores de que nuestros niños sean incapaces de adaptarse y de establecer vínculos con otros como nuestros sueños de que pueden adquirir habilidades deseables en estos nuevos tiempos y ser expertos ingenieros, científicos y programadores. Proyectamos un espectro bifurcado y bidimensional que mantiene la distinción de Asperger entre aquellos que podían ser asimilados y aquellos que no. Un diagnóstico de autismo sugiere problemas, mientras que el trastorno de Asperger o el “autismo de alto funcionamiento” define a quienes podrían incorporarse a la sociedad y ser productivos, incluso superiores. La concepción de un espectro cada vez más amplio explota nuestros más grandes miedos para nuestros hijos y para la sociedad.5


4. Ibídem, p. 149.


Daniel Tammet no duda sobre su diagnóstico: “sufro una afección conocida como síndrome del genio autista”. Desde esta legitimidad personal, nos regresa una y otra vez a las significativas palabras de Edith Sheffer y al análisis de Herwig Czech para afrontar un presente donde pareciera que la vida humana y el sentido de la educación se despliegan bajo la riesgosa guía de la eficacia y la utilidad.

Daniel Tammet


5. Sheffer, E. (2019). Los niños de Asperger. El exterminador nazi detrás del reconocido pediatra. México: Planeta.