Entre paréntesis Edición 14 | 9 septiembre, 2024

Consiliencia ¿Polímatas del siglo XXI?

A partir del repaso por la vida de tres grandes polímatas del pasado, se aborda el desafío que, para la educación actual, conllevan la fragmentación del conocimiento y la alta especialización disciplinar. ¿Podría haber en la consiliencia una clave para considerar?

¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
T. S. Eliot

¿Cómo decidir?, ¿cómo fundamentar nuestras acciones si solo podemos conocer en profundidad una parte pequeña de la realidad, aquella en la que nos especializamos? ¿Cómo afrontar los versos de T. S. Eliot en un mundo de saberes tan complejos, significativos y diversos que la gran mayoría de ellos nos resultan inabordables, aun considerando el curso de toda una vida de estudio? Es más, ¿cómo decidir lo que debemos ignorar?

Interrogantes espinosos que nos conducen a los territorios de la memoria, ese “laberinto de espaciosos campos, de innumerables y profundas cuevas y senos ocultos”1, donde algunos hombres y mujeres del pasado, reconocidos como polímatas por dominar amplias áreas del saber, pueden inspirarnos, incluso a sabiendas de que su trabajo está limitado por las coordenadas de su propio tiempo, que son en extremo disímiles a las nuestras. Sopesemos entonces, en una selección un tanto arbitraria, los logros y conflictos presentes en tres actores del pasado con la finalidad de que nos orienten en la inquietante cuestión sobre el valor del polímata y sobre lo que podemos o debemos saber y entender y lo que podemos ignorar en el vasto mundo de las artes y las ciencias.

Eratóstenes

Milenios atrás vivió en la ciudad de Alejandría un hombre singular al que apodaron Beta por ser considerado el segundo mejor en cada una de las disciplinas del conocimiento. Pero, desde ese segundo lugar, Eratóstenes tuvo una perspectiva del conocimiento tan amplia que le posibilitó, en el siglo III a. C., desplegar las herramientas conceptuales para estimar el diámetro terrestre con tal calidad que hasta mediciones posteriores, como la hecha por Posidonio un siglo más tarde, fueron menos certeras. De hecho, esta última, por dar un resultado significativamente menor, fue aprovechada siglos más tarde por Cristóbal Colón como argumento para mostrar que la extensión de la ruta de navegación hacía factible el viaje en busca de la tierra de las especias.

Eratóstenes fue nombrado director de la Gran Biblioteca de Alejandría, donde preservó, entre otras, las obras de Sófocles y Eurípides. En otro extremo del saber, fue el creador de un algoritmo para hallar todos los números primos menores o que anteceden un cierto número natural. Poeta y matemático, Eratóstenes es uno de los grandes polímatas de la antigüedad clásica. Tal vez la más clara valoración que tenemos sobre lo amplio de su saber proceda de la consideración que hiciera de él Arquímedes, el gran genio mecánico y matemático de la antigüedad clásica, en una carta que le enviara y que fue recuperada de un devocionario bizantino del siglo XIII. Este libro de oraciones había sido escrito sobre pergaminos originales del siglo III a. C., a los que le habían borrado el texto original. Con modernas técnicas espectroscópicas e informáticas, se analizó la obra y la carta salió a la luz. Con gran deferencia, se dirige Arquímedes a Eratóstenes:

Reconociendo, como digo, tu celo y tu excelente dominio en materia de filosofía, amén de que sabes apreciar, llegado el caso, la investigación de cuestiones matemáticas, he creído oportuno confiarte por escrito, y explicar en este mismo libro, las características propias de un método según el cual te será posible abordar la investigación de ciertas cuestiones matemáticas por medio de la mecánica. Algo que por lo demás, estoy convencido, no es en absoluto menos útil en orden a la demostración de los teoremas mismos. Pues algunos de los que primero se me hicieron patentes por la mecánica, recibieron luego demostración por geometría, habida cuenta de que la investigación por ese método queda lejos de una demostración; como que es más fácil construir la demostración después de haber adquirido por ese método cierto conocimiento de los problemas, que buscarla sin la menor idea al respecto…2

La figura de Eratóstenes, su saber y su apodo, nos revelan la importancia de que haya personas, estudiosos y artistas, que ofrezcan la posibilidad de anudar diferentes artes y disciplinas guiadas por una mirada global sobre la propia cultura a sabiendas de que con ello sacrifican la fortuna de logros extraordinarios que, altamente estimados, otorgan reconocimiento a su autor pero que solo son posibles bajo una profunda especialización.

Hildegarda de Bingen

“Maestra, visionaria, teóloga, compositora, sanadora, líder de mujeres, santa y doctora de la Iglesia”. Así define Claudia D’Amico, en su ensayo Filósofa de lo invisible, a Hildegarda de Bingen.

Nacida en una familia noble, fue consagrada a la vida religiosa como diezmo por ser la menor de diez hijos. Su educación estuvo en manos de otra joven de la nobleza, Judith de Spanheim, conocida como Jutta, quien solo era un poco mayor que ella. Cuando Hildegarda cumplió los catorce años y Jutta los veinte fueron consagradas a la orden benedictina, por lo que se recluyeron junto a una tercera novicia en una celda anexa al monasterio de Disibodenberg.

Décadas más tarde, Hildegarda, tras la muerte de Jutta –de quien rechazó de manera tajante su idea y su práctica de mortificar el cuerpo como acto de salvación–, fue elegida abadesa de su comunidad, que había crecido en número de manera significativa. En el año 1148, abandonó Disibodenberg para fundar, cerca de la ciudad de Bingen, el monasterio de Rupertsberg.

Su estancia en Disibodenberg le permitió leer a numerosos autores clásicos. Entre ellos, tuvo acceso a la obra farmacológica de Dioscórides, la que tendrá influencia en sus escritos médicos. Inspirada por sus numerosas visiones religiosas, y con permiso de la Iglesia, redacta su primera gran obra, Scivias, donde resume su cosmovisión cristiana. Con posterioridad, muestra su valoración por la razón y el entendimiento del mundo como potencia para la cura de las afecciones y padecimientos de los hombres. Con estas ideas como fundamento, redacta sus obras Physica (Física) y Causae et curae (Causas y curas). En su trabajo “Las mujeres y la medicina en la Edad Media y Primer Renacimiento”, la médica y filóloga Bertha Gutiérrez Rodilla describe el fundamento de estos textos de la siguiente forma:

A pesar de que en el resto de sus obras el contenido se articula en torno a las visiones, las dos que se le atribuyen pertenecientes al ámbito médico-biológico, Physica y Causae et Curae, no están escritas como profecías. La primera de ellas se plantea como un extenso tratado, en nueve volúmenes, dedicados a los usos medicinales de plantas, piedras y animales. Mientras que el segundo, que los investigadores no conocieron hasta 1859 y no se editó de forma íntegra hasta 1903, es básicamente un texto de medicina general integrado por cinco volúmenes. Si bien Hildegarda demostró en sus obras una gran curiosidad por entender el mundo natural que la rodeaba, así como un cierto conocimiento de la medicina clásica, en general se ha querido ver en ella una representante de la medicina creencial y supersticiosa y se le ha negado la posibilidad de que tuviera una formación médica de acuerdo con los principios de la medicina “científica”… Todo esto, tal vez, por esa inclinación suya hacia las visiones y las profecías. Y aunque estas no están presentes, lo acabamos de señalar, en su obra médica, esta se ha englobado con el resto de sus escritos y se le ha dado tal consideración.3

Hildegarda de Bingen nos revela un mundo de amplios intereses y preocupaciones que no está constituido como una suma de saberes y obras, sino como una diversidad de conocimientos unidos por una cosmovisión y un sentido. Su rigurosidad en el pensamiento y su vínculo con la acción justifica una forma de aprendizaje característica de todos aquellos a lo que catalogamos de polímatas, pero que, sin embargo, hoy no es apreciada con la misma singularidad que en el pasado: el estudio autodidacta hecho con severidad y disciplina. El valor y el cuidado que Hildegarda le otorga a la palabra –lo cual no convierte a muchos de sus saberes en ciertos– puede ser una forma inspiradora para enfrentar el ruido que el exceso de información provoca en el entendimiento. Dice Claudia D’Amico sobre Hildegarda:

La palabra de Hildegarda está plena de un impulso vital: sus curaciones del cuerpo son para mejorar la vida, no para aniquilarla. Esa misma energía alienta otra de sus actividades, la de música y compositora. Así pues, si atendemos a las prácticas que tienen que ver con la palabra, Hildegarada al mismo tiempo escribe, enseña, exhorta, discute, cura, compone y canta. Simultáneamente redacta sus visiones y libros de medicina teórica y práctica, compone canciones y comienza el largo proceso de escritura de una Sinfonía que culminará hacia la década de 1170.4

Puede que una de las cuestiones más difíciles de aceptar para nuestro tiempo, marcado por un enorme flujo de saberes de las más diversas disciplinas, sea reconocer que el conocimiento colectivo de toda una cultura posee límites impuestos por la propia naturaleza finita del ser humano y que, además, de modo recursivo se nos dice que es imposible que sepamos cuáles son y dónde se ubican esos mismos límites. Ser conscientes de esta tensión puede darnos la opción, como se la dio a Hildegarda en su tiempo, de que el estudio y la comprensión del mundo sean una forma para mejorar la vida y no para aniquilarla.

Leonardo Da Vinci

Cuando vemos sus pinturas, nos detenemos frente a alguna de sus esculturas, analizamos sus desarrollos de ingeniería o nos sorprendemos con la sutileza de sus estudios de anatomía, nos asalta la impresión de que estamos frente a un hombre que traspasó las fronteras de la falibilidad humana y que lo hizo en cada una de las artes y destrezas en las que trabajó. Es tal el asombro asociado a la diversidad de sus obras y a su calidad que Leonardo Da Vinci se ha convertido de alguna forma en sinónimo de polímata. Es inevitable que nos preguntemos si Da Vinci, dadas sus variadas y notables cualidades artísticas, fue una excepción a los límites dados por la naturaleza humana o si, por el contrario, fue solo la singularidad de su época la que le permitió tal despliegue. Se nos hace evidente que el mundo florentino del siglo XVI fue propicio para todas las fuerzas expresivas de las que Leonardo era capaz. De hecho, asociamos la polimatía de Da Vinci con el mundo del Renacimiento, período histórico que utilizamos como adjetivo para calificar a quien domina con suma destreza muchas disciplinas distintas. Pero es el primer punto, el que hace referencia a las potencialidades o límites de las propias cualidades biológicas, el que se nos presenta harto problemático porque, a la vez que genera asombro en algunos casos, en otros cuestiona la voluntad humana e impone una forma consustancial de desigualdad. Para abordar este dilema, consideremos, por incómoda que sea, la siguiente sentencia propia:

Las personas no son tablas rasas que nacen con la mente en blanco y que serán, independientemente de cualquier condición innata, aquello que los esfuerzos educativos y las condiciones sociales posibiliten. (…) Las teorías que niegan todo determinismo biológico no son racionalmente defendibles y pueden ser, contra la intención de quienes las enuncian, tan sutilmente inhumanas al declamar por una libertad, una voluntad y una igualdad imposible como aquellas que justifican el dominio y el maltrato en nombre de supuestos biológicos que son presentados como inamovibles hechos de la naturaleza.5

Complementemos esta reflexión con la que hiciera el biólogo evolucionista Stephen Jay Gould, vinculada al hecho de que la equidad entre los hombres es un acto político que se decide por sobre y en contra de la desigualdad biológica. En relación con un joven calculista de calendarios que se encuentra en la antípodas de un Leonardo, dado que tiene un único logro manifiesto y es su capacidad por resolver un problema que casi ninguno de nosotros puede solucionar, nos dice:

Ojalá hiciésemos todos un uso tan excelente de nuestros talentos especiales, los que sean, por limitados que parezcan, cuando nos damos a la más noble de nuestras actividades mentales e intentamos encontrarle un sentido a este mundo maravilloso y desempeñar la pequeña parte que nos toca en la historia de la vida.6

Estos pensamientos nos llevan a considerar que una formación amplia, una que se sostiene en varias disciplinas integradas, es de gran valía para muchos pero no para todos. Puede que, por razones diversas, para estas otras personas lo valioso y significativo sea el aprendizaje profundo o la práctica técnica de una única especialidad. En relación con este dilema es que regresamos a Leonardo Da Vinci, quien nos advierte en un escrito propio sobre la tensión que la multiplicidad de saberes puede imponer. Lo hace cuando considera haber “ofendido a Dios y a la humanidad al no haber trabajado en su arte como lo debería haber hecho”. Esta sentencia, severa en extremo, encuentra una explicación en la dificultad que tuvo en su vida para concluir muchas de las obras que iniciara, tal como lo manifiesta su primer biógrafo Giorgio Vasari:

Enormes dones llueven de las influencias celestiales en los cuerpos humanos muchas veces naturalmente; y sobrenaturales a veces, de forma extraordinaria, mezclándose en un cuerpo únicamente la belleza, la gracia y la virtud, de tal manera, que por todas partes se ve a este, muy divino, que al dejar detrás a todos los demás hombres, manifiestamente se conoce (que es) obra de Dios, y no adquirida por arte humano. (…)
Admirado y celestial fue Leonardo, sobrino ser de Piero de Vinci, que realmente buen tío y padre fue, en ayudarlo en juventud, tanto en erudición como en la enseñanza de las letras, las cuales le habrían proporcionados grandes beneficios, de no ser muy voluble e inestable. Se puso a enterarse de muchas cosas y, comenzadas, a continuación las abandonaba.7

Así pues, Leonardo Da Vinci es un hombre que se sumerge en numerosas materias mostrando poseer, al mismo tiempo, una gran cualidad en sus saberes, una decidida maestría en sus obras pero un errático vagabundear por el mundo creativo que lo lleva a dejar muchos de sus trabajos a medio hacer. Su vida pone una nota al pie de página sobre la valiosa condición del polímata. Solo como metáfora y no como un análisis histórico, podemos considerar a Miguel Angel como figura antitética capaz de mostrar el mérito de sostener el esfuerzo en una única creación, en un trabajo singular y persistente por años. Su realización en la Capilla Sixtina lo alejó de cualquier otra especulación y realización artística imaginable y lo comprometió a un esfuerzo en el límite de lo humano.

Pero si la polimatía, con su virtuosa forma por un saber amplio y una mirada global sobre el mundo, es endeble frente a problemas y decisiones que requieren un compromiso profundo y único, ¿es aceptable como forma excluyente de educar a los jóvenes? ¿Aporta mejores herramientas para decidir en el complejo mundo contemporáneo?

Consiliencia

Finalmente, estamos atrapados nuevamente en el centro de un laberinto de preguntas sin un hilo de Ariadna con el que guiarnos hacia la salida. Nos queda, pues, una única posibilidad y es emular la forma en la que, en osado vuelo, Dédalo e Ícaro escaparon de la intrincada red de pasadizos, curvas y corredores en la que el rey Minos los había confinado. Como aquel laberinto carecía de una cubierta, se suponía que era imposible salir por lo alto, por ello decidieron que esa sería su vía de escape. Dédalo construyó un conjunto de alas hechas con plumas y le advirtió a Ícaro que cuando volasen no lo hiciese muy alto porque el calor del Sol podría derretir el barniz que las unía y le daban rigidez, quitándole todo sustento, lo que inevitablemente produciría una caída mortal.

Las alas que nosotros diseñamos para el vuelo de salida están hechas de una idea, un concepto que lleva un nombre singular: Consiliencia. Aunque fue desarrollado por William Whewell a finales del siglo XIX como forma de legitimación del pensamiento inductivo, en la actualidad define, en uno de sus múltiples significados, la aspiración por vincular diferentes saberes de distintas artes y disciplinas estableciendo una forma de unidad en el entendimiento del mundo. No es un concepto que se refiera al saber polifacético de una única persona. Aunque no excluye esta lectura, es más pertinente entenderlo como un modo de polimatía que se logra por el conjunto social, por la interacción de actores que ven el mundo desde conocimientos y logros distantes que prima facie parecen inconexos. No se trata, entonces, de admirar la versatilidad de alguien en particular, sino de entender el juego colectivo que rechaza la autoridad de una disciplina sobre otra o la valoración jerárquica de unas instituciones y personas sobre otras que trabajan con igual exigencia y responsabilidad. El “saltar juntos”, tal el significado etimológico de consiliencia, se propone vincular y lograr una interrelación de los saberes que, en un mundo altamente tecnocrático como el actual, sepa poner en entredicho la tiranía del experto dado que su saber, siendo necesario, rara vez puede ser suficiente.

Ciertos pensadores y artistas del pasado, notables en su época, nos guían en estas cuestiones al legarnos una valoración por el estudio autodidacta, un interés general por las ciencias y las artes y un deseo por el saber que no ve en el prestigio su principal fuente de inspiración. Pero también lo hacen cuando, desde su ejemplo, nos advierten sobre la ilusión de suponer posible una anacrónica polimatía para un presente harto complejo, entre otras cosas, por los inconmensurables desafíos globales que nos plantea. Hoy la información, como una cruel divinidad, se extiende poderosa por cada pliegue del mundo y los medios digitales agitan sus luces y sonidos segundo tras segundo, sin pausa alguna. Ante tanto ruido y excitación es dable preguntarse cuánta verdad podemos soportar y cuánto poder tecnológico podemos manejar sin ser avasallados en nuestra humanidad. Vale, entonces, recuperar cierta prudencia sobre lo que sabemos, sobre lo que entendemos y sobre lo que inevitablemente hemos de ignorar.

Pusimos en juego una idea, un concepto, para responder a la ilusión de la polimatía individual como motor para la educación. Stephen Jay Gould resume su espíritu con maestría tomando como ejemplo las supuestas visiones irreconciliables de la cultura científica y de la cultura de las humanidades. A diferencia de otros pensadores donde subsumen unas disciplinas a otras, Gould las supone en un mismo plano y por ello opta por hablar de Consiliencia de igual consideración, que define de la siguiente forma:

También yo busco una consiliencia, un “saltar juntos” de las ciencias y las humanidades en un contacto y coherencia mucho mayores y más fecundos; pero una consiliencia de igual atención que respete las diferencias inherentes, reconozca el mérito comparable pero distinto, comprenda la necesidad absoluta de ambos ámbitos para cualquier vida que se considere intelectual y espiritualmente “plena”, y busque resaltar y alimentar las numerosas regiones de superposición real y preocupación común. (…) Porque nuestra forma más rica de unificación surge cuando podemos ponernos de acuerdo en un conjunto común de principios y después obtener nuestra mayor fortaleza para su realización a partir de las diferentes excelencias de todos los componentes que cooperan. Hagamos que el amor de aprender sea la única gran actividad del erizo, y la sabiduría el único gran objetivo. Y compilamos una lista más larga incluso que las estratagemas efectivas e intrínsecamente diferentes del zorro, haciendo que la ciencia y las humanidades sean los dos grandes mástiles de apoyo para levantar la tienda común de la sabiduría.8

Si la consiliencia de igual consideración es la posibilidad de volar para ver el patrón que define las intersecciones de valiosos saberes específicos, nos queda por decidir si lo hacemos planeando con la prudencia de Dédalo o si nos arriesgamos a compartir la osadía y –puede que– el destino y la caída de Ícaro.

Notas

    1.  Así caracteriza san Agustín a la memoria en la amplia y profunda reflexión que realiza sobre este tema en el libro X de su obra Confesiones.
    2.  Citado en Gutiérrez, S. (2006). El Método: una carta reveladora de Arquímedes a Eratóstenes. SUMA, (53), 69-73. N. del A.: el subrayado es propio.
    3.  Gutiérrez Rodilla, B. M. (2015). Las mujeres y la medicina en la Edad Media y Primer Renacimiento. Cuadernos del CEMYR, (23), 121-135.
    4.  D’Amico, C. (2024). Hildegarda de Bingen. Buenos Aires: Galerna, p. 108.
    5. Wolovelsky, E. (2013). Iluminación. Narraciones de cine para una crítica sobre la ciencia, la política y la educación. Buenos Aires: Biblos, pp. 165-166.
    6.  Gould, S. J. (1998). Milenio. Barcelona: Crítica, p. 172.
    7.  Vasari, G. (1550, ed. Torrentina) [Traducción propia]. Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos. Consultado en línea: vasari.sns.it/vol4/15.html (volumen 4, pp. 15-16).
    8.  Gould, S. J. (2004). Érase una vez el zorro y el erizo. Las humanidades y la ciencia en el tercer milenio. Barcelona: Crítica, pp. 312-313.

 

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Es biólogo (UBA), docente y escritor.
Editó y realizó diferentes trabajos en el campo de la divulgación de las ciencias, la pedagogía y el cine. Entre ellos, se destacan: “El descubrimiento de las bacterias y el experimento 606” (2003), “El medio interior. La experimentación con animales” (2006), “¡Eureka! Tres historias sobre la invención en la ciencia” (2008), “Iluminación. Narraciones de cine para una crítica sobre la política, la ciencia y la educación” (2013), “El siglo maravilloso. Al filo de la Gran Guerra. Memorias de la última centuria” (2016), “Voyager. El mensajero de los astros” (2017), “Frankenstein. La creatura” (2019) y “Obediencia imposible. La trampa de la autoridad” (2021).
Además, coordinó diferentes programas sobre la enseñanza y el conocimiento público sobre la ciencia.