Los cambios culturales de los sesenta y setenta
Las décadas del sesenta y setenta fueron tiempos de enormes transformaciones socioculturales. El proceso de cambio generacional atravesó no solo nuestro país, sino también diferentes partes del mundo occidental. Las y los jóvenes pusieron en tela de juicio las pautas éticas, políticas y morales socialmente hegemónicas y, desde discursos contestatarios y rupturistas, criticaron al Estado, las instituciones eclesiásticas, la familia patriarcal, la sexualidad, las relaciones entre los sexos, además de otras cuestiones. Se trató de movimientos políticos, sociales y (contra)culturales que trascendieron las fronteras nacionales, estableciendo vasos comunicantes entre ellos y adquiriendo, en los espacios locales, desarrollos particulares.
En estas décadas, emergió un renovado movimiento feminista, sobre todo en Europa y Estados Unidos: la denominada “segunda ola”. Desde allí, se manifestaron cuestionamientos relativos al rol de la mujer como esposa y como madre, se clamó por la igualdad de condiciones y oportunidades laborales y por una mayor representación política para las mujeres. El feminismo de la segunda ola incluyó en sus programas cuestiones mucho más ligadas a la vida cotidiana y a la subjetividad que ingresaron a la esfera pública como parte de la agenda política: la sexualidad, el trabajo doméstico, el cuerpo. “Lo personal es político” se convirtió, entonces, en una de las consignas más importante de este movimiento.
En Argentina, como ha señalado Alejandra Ciriza (2007), si bien los feminismos de esta época fueron “una preocupación de pocas”, se vivenció un clima de renovación de las costumbres que “modernizaron” y resignificaron las formas de la vida cotidiana de mujeres y varones, generando importantes transformaciones de los roles de género. Las mujeres (principalmente, de los sectores medios/altos y, en menor medida, de los sectores populares) fueron corriéndose, paulatinamente, de los espacios tradicionales que las ubicaban exclusivamente en el ámbito del hogar y, también, de la percepción social según la cual ese era su “lugar natural”, dando paso a nuevas formas de concebir la pareja, la familia, la maternidad, el cuerpo. Ellas fueron transgresoras en un amplio abanico de sentidos: salían solas, trabajaban, usaban anticonceptivos y decidían cuántos hijos querían tener, se ponían minifalda o jean, se enamoraban, se separaban, se volvían a enamorar.
En palabras de Isabella Cosse (2009):
…la transformación del modelo femenino pareció ingresar –hacia fines de la década– en un camino sin retorno: el prototipo de la joven liberada, presente ya una década atrás, se radicalizó, asociándose crecientemente con los adjetivos “independiente”, “rebelde” y “emancipada”, y definiendo el sentido común de una nueva generación. (pp. 172-173)
Al mismo tiempo, esta imagen rupturista de mujer convivió con un “aggiornado” estereotipo tradicional de madre, esposa y ama de casa que, bajo la influencia del psicoanálisis y de los medios de comunicación de masas, se presentaba también en un nuevo formato: el de la mujer “moderna”.