Extranjería

Aunque se enuncie lo contrario, una y otra vez –y de manera significativa–, los profesores y los maestros suelen ser pensados como traductores de un conocimiento producido y tutelado por un conjunto de expertos. Esta perspectiva se legitima en un ideal político y tecnocrático que impregna de manera profunda y significativa el entramado cultural contemporáneo. Supone, entre otras cosas, que la escuela solo puede garantizar una formación eficaz si es subsidiaria del mundo académico al cual, por su función y forma, no pertenece en su totalidad. Así, la escuela, en su propia constitución, portaría un inevitable aspecto deficitario con respecto al saber que pone en juego. Sin embargo, esta ausencia plena de ciudadanía institucional en relación con el mundo normativo de la investigación, lejos de ser una carencia o una dificultad, debe ser sentida y pensada como un modo significativo y valioso de ser en tanto le permite abordar preguntas fundamentales que no se podrían enunciar de estar subsumida en la estructura jerárquica del mundo académico. Para comprender estas consideraciones, atendamos a la reflexión que nos ofrecen Shapin y Schaffer en su obra El Leviathan y la bomba de vacío (2005):


…en la medida que nuestro análisis avanzaba, nos convencimos crecientemente de que las preguntas que queríamos responder no habían sido planteadas de manera sistemática por escritores previos. ¿Por qué no?

La respuesta puede residir en la diferencia que existe entre los “relatos de los miembros” y los “relatos de los extranjeros”. Ser miembro de la cultura que uno busca comprender posee enormes ventajas. En verdad es difícil pensar en cómo uno podría comprender una cultura de la cual se es completamente extraño. Sin embargo la pertenencia irreflexiva trae serias desventajas para la búsqueda de una comprensión y la principal de ellas puede ser llamada “el método de la auto-evidencia.” […]

En este método las presuposiciones de nuestras prácticas culturales rutinarias no son vistas como problemáticas y necesitadas de explicación.


Por lo tanto, lo que se narra en la escuela no puede ser tanto un relato dirigido a las demandas del mundo académico como podría ser una interpelación, desde la extranjería, de los saberes que allí se producen, de los mundos que se presentan y de los significados sociales y culturales que estos mismos saberes definen. Pero la escuela corre con la misma suerte que cualquier otra institución o comunidad: inevitablemente, construirá muros que la demarquen y la protejan de las difíciles preguntas que se le podrían formular.

Sin embargo, hay una diferencia: lejos de ser una ciudadela fortificada, es un universo abierto en constante movimiento. Para ello, y más allá de cualquier parapeto, la escuela y sus actores han de afrontar los interrogantes y los cuestionamientos que se les formulen. Incluso deberán cuidar y resguardar aquellas formas que aún no tienen respuesta.

Tal es su particularidad, tal la singularidad con la que Scholé ha decidido comprometerse, asumiendo que uno de los grandes desafíos pedagógicos es la construcción de miradas amplias y profundas sobre nuestra cultura y sobre el particular tiempo que nos toca habitar.


Eduardo Wolovelsky


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