Podemos todavía demorarnos. En un tiempo que acumula complejidades que se arremolinan sobre cada superficie por la que nos desplazamos, nos detenemos una vez más a pensar discretamente en las dimensiones de la experiencia humana presente y pasada. Lo hacemos alzando la palabra, porque sabemos que ella es capaz de rebasar las fronteras del cuerpo, de acercarnos a través del tiempo y el espacio. Porque las palabras nos ayudan a lidiar con las imágenes del mundo y nos soportan mientras lo seguimos habitando; en tanto son, a su vez, la posibilidad que tenemos de reinventarlo.

Oímos las voces de aventureros extraviados en la Antártida que sobreviven en un escenario natural prácticamente desconocido y asombroso. Un relato que nos transporta a la “fría quietud del paisaje polar”. La experiencia del tiempo tal vez adquiera otra dimensión si dejamos que los ojos reposen al escuchar la narración.

La palabra se expande en el humor que heredamos de Hortensia, esa singular publicación que desde Córdoba iluminó el pensamiento en toda la Argentina. Se despliega en el análisis de la figura de Dante Panzeri y en la obligada discusión a la que nos convoca el concepto de banalidad del mal acuñado por Hannah Arendt. Se extiende en los controversiales experimentos de Milgram, Zimbardo y Ron Jones. Desde la lejanía del tiempo, dibuja una parodia en un extraño mundo de dos dimensiones. La palabra se consolida en el relato de una eximia realizadora que delinea la lógica del documental reflexionando sobre una realización que le es propia y que recrea la vida del maestro Iglesias.

Escuchamos dialogar a dos colegas a propósito de la experiencia que una docente de Río Cuarto desplegó el año pasado con sus estudiantes de segundo grado. En la conversación, logramos acceder a la trastienda de pequeñas obras de largo aliento, escenas escolares que, como tantas otras, se sostuvieron de modos impensados hasta ese momento. Adriana Correa nos cuenta cómo, a fuerza de acción e imaginación –y con el acompañamiento de las familias–, tomaron lo que tenían a mano y lo torcieron –o enderezaron– para que lo posible crezca y permanezca.

Reparamos en una cantidad de preguntas y reflexiones formuladas por profesores recientemente egresados y por estudiantes de carreras de profesorado durante el cursado del seminario “La exploración del espacio y la estatura del hombre”, que se dicta en el marco del ciclo “Entre la Pedagogía y la Cultura”. Sobre el objetivo de la propuesta y las derivas que se produjeron a partir de un contexto signado por la pandemia, nos cuenta Darío Demonte, profesor-tutor del ISEP en la Escuela Normal Superior “Justo José de Urquiza”: “…pensar el cielo no estaría, en este momento, ni entre las prioridades humanas ni en las prioridades pedagógicas y formativas de los docentes. ¿Será por ello necesario sostener la decisión de transgredir esta frontera?”.

Titilan y resuenan preguntas cargadas de historia, tan necesarias para los tiempos que corren, más aún por cómo corren. Interrogantes lanzados a través de una pantalla que en algún lugar nos alcanzan: ¿qué nos asombra hoy?, ¿qué buscamos en el cielo?, ¿qué encontramos en las pantallas?, ¿de qué nos estamos perdiendo?, ¿qué espacios estamos explorando?, ¿de qué elecciones estamos hechos?

En el despliegue de los acontecimientos –cercanos o lejanos–, es la voz humana multiplicada en relatos, en conversaciones, en la invocación hecha en cada cita, en cada palabra que serpentea por páginas como estas, la que puede ensanchar y encantar nuestra experiencia.

Laura Percaz