La estatua de sal

Cuando Lot, por advertencia de Dios, escapó de Sodoma junto con su familia, recibió la orden de no mirar atrás. Nadie de su estirpe debía hacerlo por intenso que fuese el deseo de echar un último vistazo hacia el pasado. Sin embargo, “la mujer de Lot” no logró obedecer. Giró su cuerpo simulando no ver lo que quería que fuera una última imagen del lugar que abandonaba. Como no pudo engañar a la divinidad, recibió su castigo y fue convertida en estatua de sal.

Este mito bíblico admite varias interpretaciones. Una de ellas hace referencia a los riesgos de querer habitar el pasado: con ello solo se lograría cegar y esterilizar la vida del presente. ¿Significa esto una prohibición sobre el conocimiento de la historia cuando nuestra condición de ser en el mundo implica reconocer que el tiempo actual fue precedido por uno anterior? Crear, educar, construir, inventar, amar requieren la memoria del pasado en el teatro del presente. Pero ¿qué significa este enunciado dada la crónica que hemos considerado? Como todo relato que perdura por milenios, el de la “mujer de Lot” es sutil, su decir no es evidente. En él no se niegan ni los deseos, ni la necesidad, ni los intentos, ni los logros por saber aquello que aconteció. Por el contrario, se advierte sobre el riesgo de redefinirlo, de modificarlo y de impartir justicia desde allí. No niega sino que, por el contrario, dice que solo podemos acceder al pasado bajo la visión neblinosa del estudio y el recuerdo con todos los aspectos conflictivos y las ambivalencias que ello implica.

Hace algunos años, el gobierno polaco decretó la posibilidad de habitar en la historia sosteniendo que cualquiera que vincule a un ciudadano polaco con el holocausto nazi sería sometido a la justicia por difamación y, por supuesto, finalmente hallado culpable. Un diario argentino fue el primer acusado y, sin embargo, la imputación solo manifestó el fracaso de la medida1. Este caso extremo, lejos de ser solo una anécdota, muestra un hecho que nos seduce: el querer ser jueces atemporales que imponen sentencia reescribiendo el pasado como, se supone, debió haber sido. Así, en el mundo –no pocas veces– se intenta legislar la historia condenando ciertas lecturas y se reescriben cuentos para ajustar sus finales a la forma que hoy se juzga digna. Determinados actores y personajes son escondidos en la buhardilla del olvido para no ser desempolvados por ningún motivo, en tanto otros son citados mientras se les otorga un singular lustre que les da un brillo inmaculado. Cual si fuese una aplicación de una red social, parece por momentos que el pasado ha de regirse bajo la tiranía del “me gusta” o “no me gusta”. Pero a la escuela no le es dada la posibilidad de clausurar los conflictos de la historia ni regirse por dicotomías bajo la exigencia impuesta por la memoria del bien. Allí se han de abrir las puertas del mundo a través del estudio y el debate sin importar las controversias que puedan acaecer. Por ello, en este número de Scholé proponemos afrontar la bruma del pasado y lo hacemos en varios artículos que, de forma directa o tangencial, reflexionan en torno al anacronismo, esa particular perspectiva que cuando rige inexorable convierte el pensamiento en una singular estatua de sal.

Y como a la escuela tampoco le es dada la posibilidad de clausurar los conflictos del presente, nos acercamos en este número a dos asuntos muy propios de la escena escolar actual. Por un lado, volvemos la mirada sobre la controvertida figura de Sarmiento, tan presente y ausente a la vez, convertido en un espectro que vagabundea incómodo por nuestras clases, programas e instituciones. La otra cuestión que abordamos es la siempre compleja tarea de evaluar, y más aún en escenarios educativos transformados por la virtualización de los materiales y los espacios de intercambio. En la nota que incluimos se presenta y analiza una experiencia pedagógica basada en un singular ejercicio de rodeo en torno a distintos instrumentos y modos de evaluar, que fueron implementados por colegas de diferentes niveles del sistema educativo, durante este tiempo de pandemia. Entre los desafíos que allí aparecen se destaca la necesidad de tomar distancia de lo propio para así poder reconocerlo y la voluntad de acercarse a lo ajeno, movimiento esencial e imprescindible para conocer.

En este cierre de año, uno casi tan extraordinario como el anterior, traemos a la conversación algunos asuntos que requieren ser pensados colectivamente. Problemas que invitan a ampliar la mirada, a descentrarla si fuera necesario, para hacer lugar a nuevos modos de ver que no nieguen lo neblinoso, lo ambivalente, lo contradictorio de estos temas y a la vez permitan el encuentro en lo común.

Laura Percaz
Eduardo Wolovelsky

En recuerdo de Mónica Francettic