Sostenernos en el pensamiento

La responsabilidad personal y colectiva, la irrupción de lo nuevo como posibilidad esperanzadora frente a un mundo que se presenta como determinista y tecnocrático, la complejidad de la condición humana, todas ellas son cuestiones sobre las que sin duda reflexionamos en el ámbito educativo. Quizás como docentes no lo hagamos con la asiduidad con la que nos encontramos pensando y resolviendo cuestiones prácticas de la tarea cotidiana de enseñar a unos u otros estudiantes, de llevar adelante una u otra clase.

Digamos que las cuestiones prácticas y técnicas son importantes porque casi todo acto humano las implica, también la educación. Ahora bien, no debemos confundir este concepto de practicidad con aquel que supone como suntuosos a ciertos campos del pensamiento, que los entiende como ornamentos e innecesarias sofisticaciones para la escuela. Esto implica disolver el sentido político de la educación en tanto su lógica quedaría acotada al escenario de un aula, y solo a ella.

En este espacio de conversación abierta y pública sostenemos hace un tiempo un diálogo con colegas en donde estas y otras conversaciones urgentes e importantes tienen lugar. Por esto nos dirigimos hacia el pensamiento de Hannah Arendt. Desde allí podemos comprender la falsedad, la flaqueza y la esterilidad de esta forma de pragmatismo. Sus escritos tienen el valor de iluminar y darle un justo lugar a las cuestiones que enumeramos al comienzo. Nos ayudan a pensar el conflictivo siglo XX, de cuyas tragedias ninguna de las nuevas generaciones puede ser culpable aunque sí responsable. Esa responsabilidad, sentida y pensada, es una condición fundamental para actuar en el mundo. Arendt nos obliga a una reflexión que ilumina el tiempo presente:

lo cierto es que ningún criterio moral, individual y personal, de conducta puede librarnos jamás de nuestra responsabilidad colectiva. Esta responsabilidad indirecta por cosas que no hemos hecho, esta asunción de las consecuencias de actos de los que somos totalmente inocentes, es el precio que pagamos por el hecho de que no vivimos nuestra vida en solitario, sino entre nuestros semejantes, y de que la facultad de actuar, que es al fin y al cabo la facultad política por excelencia, únicamente puede hacerse realidad en alguna de las más diversas formas de comunidad humana.1


1. Arendt, H. (2020). Responsabilidad personal y colectiva. Barcelona: Página Indómita, pp. 89-90.


En consonancia con estas palabras y transitando el mismo camino, en este número abordamos algunas controversias fundamentales vinculadas a la lengua y sus significados en la vida comunitaria. Conviven de esta forma la diversidad dentro de la unidad. En tanto la diversidad ocurre por los temas planteados y por el análisis que nos ofrecen los autores, la unidad está dada no por la imposición de una idea, sino por una preocupación que nos es común: la de pensar a la educación como un acto político. En palabras de Arendt: “La política se basa en el hecho de la pluralidad de los hombres. (…) La política trata del estar juntos y los unos con los otros de los diversos”.2

Cada uno de los artículos aquí presentes recupera de diferente modo el valor de la lengua, sea la constituida por palabras o la fundada en imágenes, y lo hace bajo la inspiración arendtiana de que el pensamiento, el juicio y la reflexión son bases fundamentales para la vida en sociedad. Estas son las convicciones que nutren a Scholé.


2. Arendt, H. (2017). ¿Qué es la política?. Buenos Aires: Paidós, p. 45.