Editorial

Esta fuerza oblicua, de origen conocido y
dirección determinada por el pasado y el futuro,
pero cuyo fin posible se pierde en el infinito, es la
metáfora perfecta para la actividad del
pensamiento.

Hannah Arendt en Entre el pasado y el futuro.


Nuestro mundo parece resquebrajarse bajo el peso impuesto por una sorprendente forma: aquella en la que el presente se disuelve empujado por la fuerza de un futuro que no alcanzamos a imaginar y por la decidida ignorancia de un pasado al que suponemos obsoleto, carente de toda sabiduría o sentido para enfrentar los cambios constantes de nuestra cultura. Entre este devenir que no se consolida como posibilidad y la historia que no se reconoce como raíz, nos preguntamos cómo sentir y darle valor a la vida que vivimos y qué significa educar. Interrogantes que cuestionan la percepción de un tiempo sin tiempo como descripción posible de lo real. Por ello, en una versión anterior de Scholé dedicada a los ideales del futuro, escribíamos lo siguiente:

el presente no es solo el instante actual, (…) ese entendimiento nos indica que la escuela es el lugar donde el conocimiento y la imaginación abren la posibilidad de habitar el tiempo sin la esterilidad que supone asumir que hay un cruel destino sellado. Es un espacio desde el cual nos es dado presentir que hay un mundo, uno que aún no es pero que será, en el cual los seres humanos con todos sus conflictos y dolores, deseos y frustraciones, podrán asentarse.1

Pero nos quedó pendiente la cuestión de lo pretérito. ¿Acaso no encontramos en lo hecho por quienes nos antecedieron ideas inspiradoras, críticas relevantes, obras que como brújulas conceptuales nos pueden señalizar perspectivas sobre la ciencia, el arte y muchos de los difíciles dilemas morales que enfrentamos? ¿Acaso no son esas obras, consideradas clásicas o canónicas, las que nos ofrecen el ímpetu para sobreponernos al sentimiento de extrañeza que produce la continua mutación tecnológica y la sobreabundancia de información? Respecto de estas preguntas, el escritor C. S. Lewis nos ofrece la siguiente reflexión:

Nada me sorprende más, cuando leo sobre controversias de épocas pasadas, que el hecho de que ambas partes solían asumir, sin cuestionarlas, gran cantidad de cosas que actualmente nosotros negaríamos por completo (…). El único paliativo para esto es dejar que la limpia brisa marina de los siglos entre en nuestro pensamiento, lo que solo se consigue leyendo libros antiguos. Por supuesto, no es que el pasado tenga cualidades mágicas. La gente de otras épocas no era más lista que nosotros ahora y también cometía errores. Pero no los mismos errores que nosotros. Dos cabezas piensan mejor que una, no porque cada una de ellas sea infalible, sino porque es más improbable que los dos se equivoquen en lo mismo. Sin duda, los libros del futuro serían un correctivo igual de útil, pero lamentablemente no podemos acceder a ellos.2

En las obras del pasado, esas que llamamos clásicas o canónicas, hay ideas, saberes, perspectivas que nos señalan aquello que permanece frente a la mutabilidad de las cosas. Son ideas, saberes y perspectivas que, contra cualquier clausura que se pretenda definitiva, nos muestran, a su vez, cuál es el valor de la mutabilidad de las cosas. Pero ¿será esta, o será aquella otra, la obra que hemos de considerar? ¿Cómo decidir? No hay una respuesta precisa a estos interrogantes. Vale aceptar que la elección que hagamos siempre tendrá algo de arbitrario que no se puede anular por mucho que justifiquemos nuestra decisión. Serán infinitas las obras que jamás abordaremos. Y este es uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo: elegir y decidir a sabiendas de la inexorable pérdida que conlleva nuestra selección. Es por estas razones que tanto este número de Scholé como el que pronto vendrá –en el que también abordaremos clásicos, aunque de otras artes y disciplinas– bien podrían haber sido distintos.

Los escritos aquí presentes, vinculados a figuras tan dispares como Kafka, Vesalius, Faraday o Maxwell, abarcan más de cinco siglos de nuestra historia. Enmarcadas sus obras en un diálogo sobre el tiempo y la relectura de aquello que consideramos un clásico, nos muestran el valor del pasado como forma de iluminar perspectivas sobre el futuro.

Notas

    1.  Disponible acá: https://schole.isep-cba.edu.ar/editorial-12/
    2.  Citado en Neiman, S. (2024). Izquierda no es woke. Buenos Aires: Debate, p. 150.

 

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