Debates históricos y políticos en torno al Cordobazo
Lo primero que hay que recordar es que el Cordobazo no fue una excepción, sino que formó parte de un ciclo de muchos otros “azos” que estallaron, en distintas ciudades argentinas, entre fines de la década de 1960 y comienzos de la de 1970. A pesar de que en ellos son muy evidentes sus diferencias, tanto por los objetivos como por los principales protagonistas en las manifestaciones callejeras, en todos los casos se hace evidente la capacidad de rebelión masiva y pública en aquellos años (Iñigo Carrera, 2008). Pero, entre todos esos estallidos, el de mayo de 1969 en Córdoba se constituyó en la construcción social de la memoria como un momento especial en el que cristalizaron un conjunto de cambios políticos y culturales de largo aliento.
Desde el campo historiográfico, mucho se ha escrito y discutido acerca de ese hecho: para algunos, el Cordobazo fue el punto final de una serie de luchas sociales que se manifestaron desde 1956 y que fueron conformando un bloque antidictatorial entre sectores del progresismo, estudiantes y obreros. En ellos, tomó forma una “cultura de resistencia”, es decir, discursos y prácticas que se planteaban la contradicción entre el proceso de modernización y secularización desarrollista de la sociedad con el autoritarismo gubernamental de la autoproclamada “Revolución Argentina” y su política cultural conservadora (Garzón Maceda, 2014; Gordillo, 1996; Tcach, 2012). Desde otra óptica, algunos autores analizan el Cordobazo como mito fundante de las luchas políticas que atravesaron a todo el país hasta el golpe de Estado de 1976 (Altamirano, 1994; Brennan, 2015; Ollier, 1986). Lo cierto es que, luego de aquella insurrección, la ciudad ya no volvió a ser la misma. A partir de allí, se puso a la movilización obrera y popular como motor de cambios políticos, ya que –además de lograr la renuncia inmediata del gobernador Carlos Caballero– se desgarró la legitimidad del gobierno de facto encabezado por Juan Carlos Onganía. En la concepción de la época, la lucha callejera y masiva podía traducirse en cambios superestructurales.
Desde ese momento, se cristalizaron varias de las transformaciones que venían debatiéndose dentro de las organizaciones de izquierda. En un clima político-cultural alentado por el éxito de la vía revolucionaria en la Revolución Cubana, los partidos de izquierda tradicionales experimentaron una suerte de descrédito cuando se comenzó a considerar que sus propuestas eran “reformistas”. En aquel entonces, se produjo el crecimiento de organizaciones de la llamada “Nueva Izquierda” o izquierda revolucionaria, que compartían objetivos y una metodología radical, y también un lenguaje común en favor de la “liberación nacional”, en contra de la Dictadura y en contra del “sistema” (Tortti, 1998). El Cordobazo fue un mojón en el discurso político de estas organizaciones al convertir la teoría sobre la transformación política en certezas de revolución (Ollier, 1986). Para la mayoría de los proyectos de los partidos de izquierda, el principal debate era si el Cordobazo había sido producto de la acción espontánea de las masas o de un plan organizado de rebelión. Según la postura que se adoptara a favor de una u otra propuesta, derivaría su posibilidad de réplica para profundizar el camino hacia el cambio estructural que impulsaban. En cualquiera de los casos, la verdad que habían descubierto era que los trabajadores serían quienes encabezarían esa revolución.