Ernesto inscribe a su padre en la cotidianeidad del recuerdo familiar, siendo la fotografía la revelación de una situación transitada en varios momentos por su padre: la detención. Sin embargo, lo persistente en su discurso se liga a los motivos. Las palabras de Ernesto permiten pensar en esta construcción humanizante del otro, que lo sitúa en una posición particular, de elección, de sujeto deseante. Que pueda “resignarse”, “desafiar”, “cansarse”, lo torna un hombre y certifica que “no hay nada en él de superhéroe”. Es un hombre donde mirarse. Pero, también, podemos reconocer en este enunciado una operación de sentido que contrarresta incluso las no tan viejas intenciones de demonización de los desaparecidos.3
3. La teoría de los “dos demonios” ha sido parte de la estrategia discursiva militar, producida hacia fines de la dictadura y sostenida por parte del cuerpo social durante largas décadas durante la democracia. Con esta “teoría” se intenta nombrar lo acontecido durante el terrorismo de Estado como parte de un “enfrentamiento” entre dos grupos o bandos, borrando, de este modo, la responsabilidad de las Fuerzas Armadas -en connivencia con otros sectores- que, desde el Estado usurpado y utilizando sus recursos, llevaron adelante un plan de exterminio de quienes consideraban un obstáculo para la implementación de su plan económico, político y cultural.
Como sostiene Fabiana Rousseaux (2001):
“No hay sanciones que alcancen a dimensionar el valor traumático de estos hechos. Pero a veces algo se presenta como posible. La invención produce un significante nuevo en un sujeto que toma la palabra y a la vez que hace letra, soporta ser leído”. (p. 33)
Durante septiembre de 2012, Ernesto escribe en el Diario de la Memoria, publicación semestral del APM, sobre el encuentro con la imagen de su padre:
Mi viejo desanda cuarenta años. Y me mira en blanco y negro. Me mira desafiante. Me mira. Pienso que está mirando al hijo de puta que le está sacando la foto, a él lo mira con mirada desafiante. Mirada miradora y mirante. Yo miro la forma en que mira el lente de la cámara. Y pienso que, en verdad en ese momento, hace 40 años el tipo está pensando una ordinariez bien ordinaria. Pensando con la mirada. Diciéndole al tipo que le está sacando la foto, al tipo, al cana que le está sacando la foto “¿porque no te vas a la mierda, porque mierda no te vas a la mierda?”. Eso debe estar pensando. Eso debe haber estado pensando en esa foto, que le sacó la cana, con un numerito bastante tentador, para ser jugado a la quiniela. El número de fichaje de las fotos de la cana. Mi viejo, mirando a la cana que le está sacando la foto, de repente me está mirando a mí. Y sí, su mirada es desafiante. En verdad me parece que me está enseñando a desafiar. Y me está diciendo, así se desafía, hijo mío. Así se desafía a la cana. Así se desafía la ráfaga en la panza, así se desafían las instituciones hijo mío. Así se desafía la nada. Así se desafía el individualismo, las bolas pesadas del tedio. Así se desafía la mugre del sistema. Sus indolencias, sus falsos calmantes, así se desafía el dolor de los huérfanos. Con una mirada. Con esta mirada hijo mío, que te envío para que cuarenta años más tarde, puedas desafiar, cualquier fantasma. Mi viejo, con el cartelito, que tiene un numerito, bastante tentador, para ser jugado a la quiniela, me enseñó a desafiar a cualquier gigante. (Argañaraz, 2012)
Resulta interesante pensar en la referencia de Ernesto a una fotografía donde su padre “no posa para la foto”. Estas imágenes han sido arrebatadas a los sujetos fotografiados, lejos de los sentidos sociales del registro fotográfico. Está fuera de las construcciones familiares alrededor de la imagen, pero permite “verlo a mi viejo desde otro ángulo en que no lo había visto”. En esa construcción alrededor de la interpretación de la imagen, el Otro asume condición no solo de circulación, sino de soporte para inscribir algo de eso que irrumpe, retorna, en el encuentro con la imagen de los campos, algo de lo simbólico deviene posible con la escritura. En la lectura de la imagen aparece la referencia al número, forma de clasificación e inicio de la deshumanización en el campo. Imágenes tomadas por la fuerza, donde la toma forzada de un cuerpo coincidía con otra “toma”: la del nombre de cada sujeto –del nombre al número del campo, del número a las fosas comunes sin nombre–. Pero, también, ante lo siniestro de la operación clandestina, surgieron las memorias de aquello con lo que el poder represor no contaba: la incidencia e insistencia política de las mujeres Madres y Abuelas que, como acto de subversión, hicieron que en la Argentina, como dice Rousseaux (2016), “30000” refleje:
…no sólo el “nombre” de la desaparición y el exterminio, sino y sobre todo la clandestinización de los crímenes cometidos. Esta cifra implica a nivel simbólico muchas cosas y más que un número, nos enfrentamos a un in-número, es decir, a aquello que no puede ser reducido a un hecho contable.