Pautas para el análisis
Hasta 1988, la Jefatura de Policía funcionó en el Cabido. Allí, los policías fotógrafos desarrollaron una labor más sistemática que en el D2, en la que el protocolo de trabajo variaba de acuerdo con la situación de los prisioneros. No obstante, en ambas dependencias, los registros se hicieron en planos tan amplios que, además de los detenidos, exponían parte del entorno donde se realizaban las fotos.
Al tratarse de un archivo de negativos y no de copias fotográficas, es posible comparar la imagen de la película con las que circularon tanto dentro como fuera de la policía. A la hora de ponerlas en circulación, las fotos se reencuadraban para dejar de lado toda la información de contexto y centrar la atención en el prisionero. Se utilizaron internamente en documentos policiales, como planillas, legajos, etc., y también fueron distribuidas a la prensa como propaganda del accionar policial.
Aquellos restos que no fueron desechados en el momento de la toma o escaparon al control de los policías fotógrafos, hoy tienen una singular importancia a la hora de abordar estas imágenes. A continuación, explicaremos algunas pautas para hacer un análisis con el objetivo de identificar y reconstruir los espacios donde se hicieron estas fotos.
En primer término, debemos tener en cuenta que una foto se concibe en bruto, es decir, en la película se fija por igual, sin discriminación alguna, todo lo que estuvo delante de la cámara. En consecuencia, cuantos más prisioneros se fotografiaban, más fragmentos de los inmuebles donde se tomaban las fotos quedaban archivados. Algo parecido ocurría cuando los policías fotógrafos cargaban película y disparaban las primeras fotos —que comúnmente se velan durante la carga— sin tapar el objetivo. A veces, se excedían en los disparos y, si había una cantidad adecuada de luz, en los fotogramas se imprimían partes de los espacios que frecuentaban.
Con este material, trabajamos sobre las secuencias de fotos y no sobre una única imagen; aunque esta sea el objeto de análisis, la abordamos en relación con las otras. Es importante examinar el negativo en el orden en que el policía fotógrafo imprimió, sucesivamente, cada imagen para estudiar los “movimientos”, tanto los suyos como los de los sujetos que están en escena, para buscar “huellas”, accidentes, descuidos que puedan constituir un síntoma de lo que pasaba durante el registro.
También, es imprescindible advertir las inevitables manipulaciones que el dispositivo fotográfico y el policía fotógrafo efectúan para registrar los hechos. Muchas son el producto de las limitaciones de la fotografía para representar la realidad tal como la percibimos a simple vista, pero otras dependen de las intenciones del policía fotógrafo y se plasman con la elección del encuadre, del plano y el punto de vista, la medición de la luz, la configuración de la cámara, etc. Todas tienen incidencia en la construcción de la imagen del detenido.
Por último, es importante entender que cada foto es el producto de una acción –realizada por el policía fotógrafo— que está vinculada con otras acciones que tuvieron lugar antes, durante y después del registro. Cada foto es un testimonio de los hechos y también una evidencia de que el policía fotógrafo —que captó la imagen— estuvo allí frente al detenido. Por lo tanto, el que acciona la cámara es un personaje más de la escena y está en estrecha relación con los demás; su llegada altera, modifica, pervierte el curso “natural” que tendrían los hechos sin su presencia.
En síntesis, como acabamos de describir, debemos tener en cuenta todos los aspectos que conciernen a la puesta en marcha del dispositivo fotográfico. Bajo esta premisa, con Alejandro Frola, analizamos más de 33 mil fotos para identificar los sitios donde estuvieron los detenidos y reconstruir la fisonomía de los inmuebles donde fueron tomadas. Los resultados de la investigación los difundimos en el libro El registro bruto, publicado en el 2017.