Schole
Una imagen, mil palabrasEdición 5
Recuerdos de la guerra
Cezary Novek 8 agosto, 2020

Recuerdos de la guerra

Comentarios sobre la obra de Cándido López (1840-1902) en relación a la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870).

“Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva dentro”
Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874), Jorge Luis Borges (1949).

La obra de Cándido López sobre la Guerra de la Triple Alianza reviste una importancia y trascendencia que, tal vez, no fue apreciada en su totalidad en vida del artista. Tres particularidades caracterizan su obra: es un testimonio de la cotidianeidad en las campañas militares y batallas de esa guerra, adelantándose al fotorreportaje cultivado por los corresponsales del siglo XX; es la obra de un pintor que tuvo que aprender a pintar de nuevo luego de perder su mano hábil en batalla; y, además, es una muestra de arte naif bastante adelantada para la época –al menos en Argentina– que se equipara, en algunos aspectos, al estilo que estaba desarrollando Henri Rousseau (1844-1910) en Europa por los mismos años.

Cándido López dio sus primeros pasos en la plástica como retratista en Buenos Aires. Discípulo de Carlos Descalzo (1813-1879), trabajó en la realización de daguerrotipos, técnica que requería largo tiempo de exposición y para la cual era necesario elaborar bocetos previos. La confección de bocetos fue llevando a López, de manera gradual, hacia la pintura. En esos tiempos, ya se interesaba por la observación y registro de la vida cotidiana en la urbe.

Entre los años 1859 y 1863, estuvo ocupado recorriendo diferentes poblados de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, haciendo fotografías. Durante el año 1860, vivió en Mercedes, donde tuvo la oportunidad de retratar a Bartolomé Mitre. Es curiosa la similitud entre este retrato y el autorretrato de Rousseau Yo mismo (1890); por entonces, López no había desarrollado aún el estilo que caracterizaría lo más destacado de su producción. Tiempo después, se mudaría a San Nicolás de los Arroyos. Fue en 1863 que trabó relación con el muralista italiano Ignacio Manzoni (1797-1884), quien lo motivó a explorar otros aspectos del arte, como el paisaje y las perspectivas. Tomó clases con otro pintor, también italiano, llamado Baldassare Verazzi (1819-1886), que se encontraba exiliado en nuestro país. Se puede rastrear con facilidad la influencia de estos dos maestros en la obra de López. Ambos cultivaron el retrato de figuras prominentes y las escenas de guerra.

No contaba con recursos económicos para el viaje de perfeccionamiento en Europa, parte esencial del aprendizaje de los pintores argentinos en el siglo XIX. Ese factor, sumado al estallido de la Guerra del Paraguay, fueron dos circunstancias determinantes en el resto de su vida y su obra. Se alistó como voluntario en el batallón de Infantería de San Nicolás. Como sabía leer y escribir, le ofrecieron el rango de teniente primero, pero López no contaba con experiencia militar ni en manejo de armas, razón por la cual pidió el grado de teniente segundo.

Participó en algunas batallas: la de Estero Bellaco, Boquerón, Sauce, Yataytí Corá, y en los combates de Paso de la Patria e Itapirú. Durante todas estas maniobras, se dedicó a pintar los paisajes de campamentos militares, que luego se vendían en Buenos Aires. En la capital, era de interés público lo que sucedía en el frente de batalla y estos testimonios gráficos eran muy apreciados. También realizó casi un centenar de bocetos en grafito sobre cartapacios de papel que llevaba siempre consigo. El 22 de septiembre de 1866, durante la batalla de Curupaytí, fue herido en el brazo derecho por una granada. Inmediatamente, pasó a retiro como inválido. Permaneció unos meses de recuperación en Corrientes antes de volver a San Nicolás.

La herida de metralla le dejó la mano derecha destrozada. El médico que lo atendió tuvo que amputársela, pero, como la gangrena siguió avanzando, hubo que intervenirlo de nuevo y perdió el brazo completo. Fue un golpe durísimo para el pintor, que quedaba privado de su mano hábil. Con voluntad ejemplar, se dedicó arduamente a entrenar la mano izquierda hasta poder retomar la pintura. Recién tres años más tarde, en 1869, se sintió capaz de volver a ejercer el oficio. Pintó los campos de batalla y los campamentos de la guerra a partir de entonces.

Casado desde 1872 y padre de doce hijos, trabajó a destajo para sobrevivir. Pintaba naturalezas muertas y cuadros decorativos, una producción más comercial que diferenciaba del resto de su obra firmando como Zepol, es decir, López al revés.

En 1879, se mudaría con su familia a Carmen de Areco, donde terminaría una serie de 29 óleos basados en sus apuntes de campaña. Fueron expuestos unos años más tarde en los salones del Club Gimnasia y Esgrima bajo el auspicio del Centro Industrial Argentino. Una comisión, formada por Rufino Varela, Ignacio Garmendia, Agustín Silveira, Miguel Estévez Seguí, Eudoro Balsa y Juan Silveira, determinó que las pinturas “además de sus buenas condiciones artísticas, tienen un elevado e indisputable mérito histórico” (Centro Virtual de Arte Argentino, s.f.).

El diario La Nación anunció, en 1886, la adquisición de las obras exhibidas por parte del Estado, después remitidas al Ministerio de Guerra para su presentación en el Salón Científico. La compra se concretó al año siguiente, después de la publicación del catálogo de la muestra. Este incluía la descripción de cada suceso junto a las cartas que López había escrito a Bartolomé Mitre pidiendo ayuda para “demostrar la veracidad histórica” de los cuadros y la respuesta del expresidente, donde afirmaba que “sus cuadros son verdaderos documentos históricos por su fidelidad gráfica” (Centro Virtual de Arte Argentino, s.f.).

Continuó trabajando en su serie sobre los campos de batalla. Paralelamente, producía muchas naturalezas muertas y bodegones. En 1895, se trasladó a Buenos Aires y estableció un taller en el Cuartel de Inválidos. Una de sus obras, Ataque del Boquerón-Batalla del Sauce, fue parte de la muestra organizada en el Pabellón Argentino de 1898 y luego comprada para el Museo Histórico Nacional.

Sus últimos años vivió en Baradero, donde falleció el último día de 1902. Sus restos se encuentran en el Panteón de los Guerreros del Paraguay, en el Cementerio de la Recoleta.

La obra de Cándido López –como la de Florencio Molina Campos– es considerada representativa del naif temprano en la Argentina. El término “naif” se utiliza para agrupar las obras caracterizadas tanto por una técnica sencilla, una interpretación libre de la perspectiva y los altos contrastes en el manejo del color como por la ingenuidad o espontaneidad en el tratamiento de los temas.

Las pinturas de López son todas horizontales, de medidas promedio de tres por un metro. Están pobladas de pequeñas figuras anónimas intercambiables en su impersonalidad, los uniformes tienen detalles y particularidades; no obstante, los soldados no tienen bocas, ojos ni seña particular alguna que ayude a individualizarlos más allá de la vestimenta. Los caídos, en cambio, tienen rostro. Como si citara las megaescenas típicas de las obras de Brueghel o el Bosco –aunque despojadas del elemento fantástico–, hay muchas acciones que suceden en simultáneo en diferentes rincones de la escena general, subtramas que acontecen mientras se desarrolla el drama mayor: la guerra. El paisaje siempre está enmarcado entre la tierra roja del lugar y el cielo. También se pueden apreciar grandes árboles, en su mayoría quebrachos.

Los paisajes de López tienen tonos pastel y siempre están cubiertos de nubes o columnas de humo que se elevan de manera oblicua. Hay cierta espiritualidad subyacente en medio de la crudeza del conflicto que remite sutilmente a los paisajistas del romanticismo europeo: Friedrich, Constable, Turner. Las pasiones y los enfrentamientos humanos tienen su correlato en la naturaleza.

Uno de los enigmas que plantean las pinturas de Cándido López es cómo hizo para recrear el color de esas escenas tantos años después, ya que los bocetos que había realizado en su momento eran en grafito, es decir, en blanco y negro. Otra peculiaridad de la serie es la manera en que utiliza el abatimiento del plano para incluir todo lo que está aconteciendo en una misma imagen. Esta técnica modifica la perspectiva tradicional de forma tal que altera la representación del espacio para describir mejor la escena, ampliándola en dos tercios más de información visual tanto a lo ancho como a lo alto. Por esta razón, los personajes y animales tienen todos el mismo tamaño, mientras que el cielo del fondo mantiene su perspectiva.

Pintó 52 cuadros de los 90 que había bocetado.

En su ensayo Imágenes en guerra: La Guerra de la Triple Alianza y las tradiciones visuales en el Río de la Plata (2009), el historiador Roberto Amigo cuenta que la mayoría de los cuadros fueron acompañados con textos explicativos:

Esos textos presentan también una curiosidad: describir lo que no se ve. Así, el pintor informó que tal batallón no aparece en el cuadro, por cuestiones espaciales, pero ofrece su ubicación exacta, otorgando la posibilidad de reconstruir toda la escena.

Las pinturas de López se pueden leer como si se trataran de capítulos de una misma novela: la Guerra de la Triple Alianza. En ellos, no hay idealización del conflicto armado como sí sucedía en otros artistas de su tiempo. Los hombres son como pequeñas hormigas que marchan hacia un objetivo común, caen y son reemplazadas por las que vienen detrás. La crudeza y la insignificancia son también parte de su estética, pero sin exagerar: muestra las cosas como son y el espectador llega por su cuenta a esa conclusión.

Aunque en vida fue reconocido por su condición de soldado-pintor mutilado, a partir de una gran retrospectiva, que realizó el Museo Nacional de Bellas Artes en 1971, su figura y su obra se han valorado y estudiado más a fondo. A pesar de que no hubo continuadores de su estilo, algunos artistas han reversionado sus obras a modo de homenaje. María Pinto, por ejemplo, es una artista plástica que recreó las escenas de batallas de López con muñecos Playmobil. Por otro lado, Benito Laren y Lux Lindner hicieron reinterpretaciones kitsch de algunos de sus cuadros.

José Luis García estrenó un documental sobre él en 2005: Cándido López, los campos de batalla. Allí, el realizador entrevista al nieto del artista, Adolfo López, quien estaba escribiendo un libro que recopilaría toda la memoria familiar sobre el pintor. Tenía planeado un viaje a los sitios retratados en las pinturas. Por problemas de salud, lo reemplazó Cirilo Batalla Hermosa, un historiador amigo de Adolfo. Además, dialoga con la escritora británica de novelas históricas Sian Rees, que aporta información sobre la coyuntura del Paraguay previo a la Guerra de la Triple Alianza. El director emprende el viaje con un trípode, una escalera, una camioneta y un pequeño equipo de personas siguiendo el recorrido de López a través de un libro de reproducciones. Analiza los vestigios de la guerra en las pinturas, pero también recoge muchos testimonios orales sobre las consecuencias no resueltas del conflicto, más de 150 años después.

La guerra dejó a Paraguay completamente devastado. Nunca más recuperó el brillo anterior al conflicto. Las maquinarias fueron destruidas; los palacios de gobierno, saqueados. Murieron niños en combate: iban con palos y barbas postizas para parecer adultos, ya que casi no quedaban soldados. Mientras el Imperio del Brasil envió esclavos que querían obtener tierras a pelear, la Argentina mandó a los esclavos libertos y a los afrodescendientes. El cineasta vuelve al lugar de los conflictos y rastrea las vistas panorámicas colocando una escalera en lugares estratégicos. A pesar de la tala descontrolada y el desmonte, aún quedan viejos árboles con casquillos de bala incrustados en sus troncos. García examina los efectos de esta guerra que casi aniquiló a los hombres paraguayos de entre diez y setenta años, y que arrasó con territorios, cultura e instituciones.

Hay otro documental de 2008, titulado Episodios de la guerra, Cándido López. Pertenece al ciclo Revelaciones, dedicado a grandes pintores argentinos del siglo XIX y XX. Allí, analizan aspectos más técnicos y semánticos de la obra.

El lienzo Después de la batalla de Curupaytí (óleo sobre tela, 1893, 506 por 1495 milímetros) refleja los momentos de retirada y levantamiento de cuerpos en el campo de batalla. Sucedió el 22 de septiembre de 1866 por la mañana, después de varios días de lluvia intensa. Los acorazados brasileños habían bombardeado la fortaleza de Curupaytí, situada a 220 kilómetros de Asunción, durante cuatro horas. Después de esto, el ejército de la Triple Alianza, formado por unos 18 mil soldados, atacó. El ejército del Paraguay resistió de forma admirable y, después de horas de lucha, los aliados tuvieron que retirarse dejando enormes bajas: 4 mil de los aliados contra 92 de los paraguayos. Fue la última victoria del Paraguay antes de su derrota total en la guerra más sangrienta de la historia latinoamericana, de la cual esta batalla es una de las más representativas. Después de semejante derrota, hubo que dedicar un tiempo considerable para reorganizar la ofensiva, recién retomada en junio de 1867 cuando los aliados ordenaron un movimiento de flanco del este para interponerse entre las fortificaciones paraguayas y la ciudad de Asunción. La participación argentina se vio reducida en esta etapa debido a las epidemias y a algunos conflictos en la zona de Cuyo. A finales de ese año, las tropas brasileñas de Pedro II tomarían la delantera en el tramo final de la guerra, que terminó con el aplastamiento de Asunción y la muerte del Mariscal Solano López, en el Cerro Corá, tres años más tarde.

La singularidad de Cándido López está en la manera en que un pintor de provincia, que podría haber llevado una existencia apacible como retratista de la burguesía, se terminó convirtiendo en un testigo valioso de un hecho colectivo y cruento. Una decisión (enrolarse en el ejército) torció su destino para siempre y es entonces cuando decidió asumirlo, consagrando la mano sobreviviente y el resto de su existencia a reflexionar sobre ese hecho particular. Como un maestro oriental que pinta una y otra vez el mismo paisaje hasta descifrar la enseñanza universal, López nunca regresó de esos campos de batalla; y es en parte gracias a ese testimonio que hoy podemos reconstruir algo de lo acontecido en una guerra cuyas secuelas aún hoy, siglo y medio más tarde, están pendientes de revisión y análisis.

Referencias

Amigo, R. (2009). Imágenes en guerra: La Guerra del Paraguay y las tradiciones visuales en el Río de la Plata. Nuevo Mundo, Mundos Nuevos. DOI: 10.4000/nuevomundo.49702

Borges, J. L. (1949). El Aleph. Buenos Aires: Losada.

Centro Virtual de Arte Argentino (s. f.). Biografía de Cándido López. Disponible en http://www.cvaa.com.ar/03biografias/lopez_candido.php (consultado el 20 de abril de 2020).

García, J. L. (2005). Cándido López, los campos de batalla [película]. Argentina y Paraguay.

Lezama, M. (2008). Episodios de la guerra, de Cándido López [Episodio de programa de TV]. En Ciclo Revelaciones. Film & Arts. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=_wKWgQIiRzY&feature=youtu.be

César Navarro Horñiacek (Cezary Novek)
Profesor Universitario en Comunicación Social (UNC).
Docente, periodista cultural y participante de diferentes actividades de promoción de la lectura.
Escribe en el diario Hoy Día Córdoba, donde también edita el suplemento Cuentos de Verano. Colaboró con Deodoro (UNC), Matices, La Voz, La Central, Marcha Noticias y Solo tempestad, entre otros medios.
Publicó varios libros de ficción. Algunos de ellos son: La configuración del silencio (2018), Letra Muerta (2012) y el libro de cuentos para niños Los colores que no vemos (Colección Leer es Futuro, Ministerio de Cultura de Nación, 2015).