Un punto azul pálido1
Imaginarios sobre la humanidad
El 14 de febrero de 1990 se obtenía una de las fotografías más singulares de toda la exploración espacial. Primero, porque es una imagen que nos lega un conocimiento singular sobre el sistema solar y, segundo, porque nos permitió una percepción de nuestro mundo que hiere la emoción, aunque su significado sea un tanto borroso. Fue Carl Sagan quien consideró que la sonda Voyager, situada a unos seis mil millones de kilómetros, nos daría una nueva visión de la Tierra, una perspectiva muy distinta de la legada por el proyecto Apollo. Lo expresa de la siguiente forma:
Me pareció que otra instantánea de la Tierra, esta vez desde una distancia cien mil veces superior, podía ser útil en el constante proceso de revelarnos a nosotros mismos nuestra verdadera circunstancia y condición. Los científicos y filósofos de la Antigüedad clásica habían comprendido correctamente que la Tierra es un mero punto en la inmensidad del cosmos, pero nadie la había visto nunca como tal. Esa era nuestra primera oportunidad (y quizá también la última en décadas y décadas). Queda la pregunta por la fe y la creencia de que aquella imagen brindada por el Voyager nos habría de decir algo significativo acerca de “nuestra verdadera circunstancia y condición”.2
1. Adaptado de Wolovelsky, E. (2017). Voyager: el mensajero de los astros. Buenos Aires: Centro Cultural Rector Ricardo Rojas.
2. Sagan, C. (1994). Un punto azul pálido. Una visión del futuro en el espacio. Barcelona: Planeta, pp. 17-18.
¿Qué valor puede tener una foto sobre la Tierra para torcer nuestra identidad e influir sobre la vida política, las tradiciones y las conflictivas identificaciones nacionales? ¿Puede acaso proponer alguna lectura distinta sobre la historia y sugerir una reflexión particular acerca del devenir? Como en tantas otras acciones, la toma de la fotografía de la Tierra desde los lejanos dominios del sistema solar obligó a una serie de resoluciones de carácter instrumental, pero sobre todo reveló las dificultades sociales y políticas que emergen en cada una de las decisiones colectivas: “…en una NASA agobiada por los problemas económicos, los técnicos que diseñan y transmiten las órdenes por radio a los Voyager iban a ser despedidos de inmediato o transferidos a otros puestos”3.
Una mota de polvo atravesada por un haz de luz, un punto suspendido en ningún lugar. Es una descripción posible de la imagen que finalmente el Voyager capturó. A diferencia de otras fotos obtenidas desde el espacio, aquí no se observa detalle alguno, no hay mares ni continentes, no hay tormentas ni una nubosidad apacible. No hay ningún indicio de la cultura humana con sus “magníficos” logros que subyugan a millones de personas bajo el peso de la industria del turismo.
3. Ibídem, p. 18.
En su obra Un punto azul pálido (1994), Carl Sagan propone la siguiente interpretación:
Echemos otro vistazo a ese puntito. Ahí está. Es nuestro hogar. Somos nosotros. Sobre él ha transcurrido y transcurre la vida de todas las personas a las que queremos, la gente que conocemos o de la que hemos oído hablar y, en definitiva, de todo aquel que ha existido. En ella conviven nuestra alegría y nuestro sufrimiento, miles de religiones, ideologías y doctrinas económicas, cazadores y forrajeadores, héroes y cobardes, creadores y destructores de civilización, reyes y campesinos, jóvenes parejas de enamorados, madres y padres, esperanzadores infantes, inventores y exploradores, profesores de ética, políticos corruptos, superstars, «líderes supremos», santos y pecadores de toda la historia de nuestra especie han vivido ahí… sobre una mota de polvo suspendida en un haz de luz solar. La Tierra constituye sólo una pequeña fase en medio de la vasta arena cósmica. Pensemos en los ríos de sangre derramada por tantos generales y emperadores con el único fin de convertirse, tras alcanzar el triunfo y la gloria, en dueños momentáneos de una fracción del puntito. Pensemos en las interminables crueldades infligidas por los habitantes de un rincón de ese píxel a los moradores de algún otro rincón, en tantos malentendidos, en la avidez por matarse unos a otros, en el fervor de sus odios. Nuestros posicionamientos, la importancia que nos auto atribuimos, nuestra errónea creencia de que ocupamos una posición privilegiada en el universo son puestos en tela de juicio por ese pequeño punto de pálida luz. Nuestro planeta no es más que una solitaria mota de polvo en la gran envoltura de la oscuridad cósmica. Y en nuestra oscuridad, en medio de esa inmensidad, no hay ningún indicio de que vaya a llegar ayuda de algún lugar capaz de salvarnos de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo hasta hoy conocido que alberga vida. No existe otro lugar adonde pueda emigrar nuestra especie, al menos en un futuro próximo. Sí es posible visitar otros mundos, pero no lo es establecernos en ellos. Nos guste o no, la Tierra es por el momento nuestro único hábitat. Se ha dicho en ocasiones que la astronomía es una experiencia humillante y que imprime carácter. Quizá no haya mejor demostración de la locura de la vanidad humana que esa imagen a distancia de nuestro minúsculo mundo. En mi opinión, subraya nuestra responsabilidad en cuanto a que debemos tratarnos mejor unos a otros, y preservar y amar nuestro punto azul pálido, el único hogar que conocemos.4
Nos basta con volver a los tiempos de Galileo Galilei para comprender que, en ciertas circunstancias históricas, el conocimiento científico puede ser un hecho político de profundos significados. En aquel momento, no fueron solo las nuevas teorías y observaciones las que cuestionaron el peso del poder de la institución religiosa, sino que también lo hizo, y de forma más significativa, el valor otorgado a una nueva forma de legitimar el conocimiento sobre el mundo natural. Lo enunció el propio Galileo bajo la metáfora de que son dos los libros a consultar: en cuestiones de fe se deben examinar “las Sagradas Escrituras”, pero en lo referente a las leyes que rigen el universo es “el libro de la naturaleza” el que debe ser leído. Siglos más tarde, la tensión manifiesta en el juicio a Galileo está resuelta.
4.Ibídem, p. 19.
La ciencia ya no es un acto revolucionario de carácter político –a pesar tanto de los excepcionales conocimientos logrados en el campo de la astronomía y la astrofísica como de los nuevos surcos que estos conocimientos pueden trazar sobre el mundo técnico y simbólico de la cultura contemporánea–. Pero ¿no es acaso el de Carl Sagan un ilusorio sueño político cuando deduce de la imagen del Voyager el siguiente mandato: “…subraya nuestra responsabilidad en cuanto a que debemos tratarnos mejor unos a otros, y preservar y amar nuestro punto azul pálido, el único hogar que conocemos”? En un valioso desvío hacia la teoría de la evolución y la caracterización que se hiciera de ella, se trata de una revolución inconclusa, ya que es un desarrollo científico cuyos significados más profundos no pueden ser absorbidos por la gran mayoría de la población, incluso por muchos de los científicos, dado que expone la falta de sentido sobre el origen y la existencia de los seres humanos. La diversidad biológica es accidental en tanto cada variedad es producto de los hechos contingentes de la historia de la vida en la Tierra. Esto cuestiona cualquier sentido trascendente que se le quiera dar a la existencia del hombre. Por supuesto que podríamos imaginar que, al no haber sentido alguno, la humanidad ha ganado libertad contra cualquier forma de determinismo teleológico. Pero este desafío existencial, por legítimo que sea como enunciado científico, es socialmente difícil de sostener. Carl Sagan propone un mandato sobre lo justo considerado como un sentir ecuménico que nos conmueve y emociona a partir de una visión de nuestro planeta. No obstante, una foto como la obtenida por el Voyager, pasado cierto éxtasis religioso, puede producir el sentimiento contrario, uno teñido de desazón y cinismo: la gloria propuesta por Sagan solo sería la respuesta frente a un inadmisible dolor. En última instancia, flotar en una mota de polvo es poco reconfortante cuando debemos entender y enfrentar los sufrimientos que padecemos. Tal vez, muchos pensaran que lo mejor que podríamos hacer es olvidar aquella fotografía; y algo así ha ocurrido. Sin embargo, sigue estando allí, como todo conocimiento incómodo pero significativo con el que debemos aprender a convivir. Al menos, algunos deberán tener el temple para reflexionar sobre sus múltiples sentidos y valorar, al mismo tiempo, el esfuerzo hecho para obtenerla. Los pensamientos, múltiples y contradictorios, deben ser sostenidos por problemáticos que puedan ser. La alternativa es la cruel ilusión del engaño.