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1818. Frankenstein o el moderno Prometeo (primera edición)
Revista SCHOLÉ 20 diciembre, 2018

En 1931, Boris Karloff le da forma a una imagen distinta y, al mismo tiempo, tan poderosa de la criatura que su aspecto dominará por largo tiempo el modo de representarla. En la película, inspirada de manera un tanto tortuosa en la novela de Mary Shelley, el monstruo camina de manera aparatosa y su rostro no es espeluznante ni lleva las marcas de lo horrible: impacta por su aspecto artificial que le quita toda humanidad. Sus actos violentos, a diferencia del relato original, no son la consecuencia de un drama existencial, sino de una naturaleza biológica determinada para el crimen.

La sala está oscura para que el haz de luz proyecte con claridad la rigurosa explicación que da el profesor. Con el lápiz que sostiene en su mano derecha señala las particulares diferencias que hay entre un cerebro normal y otro que no lo es, revelándonos cómo se manifiestan en los rasgos anatómicos las razones para el comportamiento criminal. Fritz está encaramado en la ventana y, a través del vidrio, se puede percibir su interés por quien expone los secretos de la neuroanatomía. Cual hábil ladrón, escudriña cada movimiento del catedrático en espera del momento óptimo para dar el golpe, como si quisiera asaltarlo para robarle el conocimiento. Ciertamente es un ladrón, pero no está interesado en entender la estructura del sistema nervioso. No le incumbe más que el valor de uno de los dos objetos que el profesor utiliza para graficar su dictado. La clase termina; el aula queda vacía y a media luz. Es el momento para entrar. Con su bastón, utilizado como barreta, sube una de las hojas de la ventana y se desliza para descender por las gradas. Parece querer ocultarse, pero es su cuerpo jorobado el que lo mantiene arqueado. Toma el primer frasco, el que lleva de etiqueta “Cerebro normal”. Es tal el pánico que siente en el anfiteatro de la facultad (mayor que aquel vivido durante el robo de cadáveres en el cementerio) que un inesperado ruido lo asusta y el frasco -y el cerebro- quedan esparcidos por el suelo. No hay alternativa: tendrá que llevar el otro, el anormal. Lo toma y huye con inusitada rapidez por el mismo camino de entrada. Fritz no sabe que cambia algo más que un cerebro, que cambia a la humanidad y restringe el sentido de la vida. Con esa materia, su patrón, el Dr. Henry Frankenstein, armará y le dará vida a una quimera humana.

Cosido y animado con los hilos de la deformidad, la criatura creada por Mary Shelley es llevada a la violencia por la soledad del no-ser, mientras que el drama del Frankenstein caracterizado por Boris Karloff se debe solo a su cerebro criminal. Para cuando la película se filma, están en su apogeo muchas de las teorías que definen a la inteligencia humana como un hecho fundamentalmente hereditario. En consonancia con esta perspectiva biológica, se promueven programas políticos de carácter eugenésico. En 1927, el juez de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, Oliver Wendell Holmes Jr., leyó el dictamen de la mayoría, ocho votos contra uno, para el caso Buck contra Bell.