Schole
MiradasEdición 2
1859. El origen de las especies
Revista SCHOLÉ 18 agosto, 2019

Darwin

El darwinismo es la base sobre la que se edificó la biología moderna, pero, tal como lo enunciamos, es una teoría conflictiva porque porta en su seno la imposibilidad de cualquier perspectiva teleológica sobre el devenir humano. Dicho de otra forma, es imposible desde esta teoría sostener que existe finalidad alguna para la existencia del hombre. Puede que, por esta razón, el entendimiento profundo del darwinismo, más allá de los círculos académicos, haya sido difícil y que sus significados más profundos no puedan ser absorbidos por nuestra cultura. Quizás, la severidad de este punto logre comprenderse si abandonamos el mundo social y nos sumergimos, por un momento, en el universo personal de Darwin y los malestares físicos que lo acompañaron durante su vida. Janet Browne establece una relación entre las dolencias que sufría Darwin y su empeño por explicar el origen de la diversidad biológica como consecuencia de un cambio permanente impulsado por el ciego mecanismo de la selección natural:

Charles Darwin joven

Es difícil decir hasta dónde se encontraba todo aquello ligado al perturbador contenido de la teoría de la evolución o a su defensa del origen de las especies. Estos factores debieron de jugar un papel crucial, llenar sus días de obstáculos y preocupaciones. Tuvo que haber pensado en los puntos de vista religiosos de su mujer, con el recuerdo de la carta que ella le había hecho llegar acerca de su fe al poco tiempo de casarse […]. En una carta más reciente, ella le había contado que estaba convencida de que “el sufrimiento y la enfermedad tienen la finalidad de ayudarnos a elevar nuestras mentes y desear con esperanza un estado ulterior”. Darwin sabía que él no era capaz de aquello. ¿Cómo podía imponer el sufrimiento un Dios bondadoso? Él no podía compartir la fe de ella o suscribir su creencia de que el sufrimiento llevaba a la redención.2

Emma Darwin


2. Browne, J. (2009). Charles Darwin. El poder del lugar. Valencia: Universitat de Valencia, p. 309.


En su obra Darwin, el paleontólogo Niles Eldredge completa esta descripción de la siguiente forma:

Una de las definiciones posibles de conciencia es el conocimiento de la propia finitud. Todo el mundo sabe que nuestra especie es la única cuyos individuos son conscientes de que, tarde o temprano, van a morir. Es un precio alto a pagar por la fabulosa capacidad de ser conscientes de nuestra propia existencia y el privilegio de intentar dar sentido al mundo –y a la vida– mientras estamos en él. Como todos, Charles Darwin era temeroso en cuestiones de salud y lo aterraba la idea de su propia muerte. Sin embargo, como muchos otros hombres y mujeres, aceptó con calma y resignación el decaimiento de su salud y la llegada de la muerte. Pese al terror que le tenía a su propia muerte y la paralización que le produjo durante veinte años el trabajo silencioso y en la sombra con sus ideas evolucionistas secretas (“como si confesara un crimen”), Darwin logró dominar sus miedos y decirle al mundo lo que pensaba y por qué pensaba así. La revolución que inició se completó en el mundo científico poco después de la publicación de El origen de las especies, en 1859. El hecho de que esa misma revolución sólo se haya realizado a medias no debería sorprendernos demasiado.3


3. Eldredge, N. (2009). Darwin. El descubrimiento del árbol de la vida. Buenos Aires: Katz, p. 226.