“No creo que los libros puedan cambiar el mundo, pero cuando el mundo empieza a cambiar, éste busca libros diferentes”. Poco importa aquí lo cierta que pueda resultar esta afirmación del historiador Shlomo Sand; simplemente, no parece que podamos renunciar a ella. Hoy, nuestro mundo se agita y resquebraja de una forma que no pudimos imaginar siquiera bajo la más severa introspección. Ante la incertidumbre, nos preguntamos por dónde transitar. Tal vez haya algunos libros que nos orienten. Si los deseos por la natalidad, por el arte creador y por la potencia de la enseñanza aún habitan en nuestra imaginación, entonces habremos de recuperar viejos volúmenes, incluso si están deshechos por haber permanecido demasiado tiempo bajo tierra, incluso si parecen anacrónicos. Pero no es posible que nos baste con lo ya hecho, aunque tengamos la convicción de su necesidad: también deberemos componer nuevas páginas para responder al yugo de un sueño tecnológico que no puede lograr la inmortalidad que nos promete. Hemos de escribir y leer para preguntarnos, una vez más, por nuestros deseos profundos y por el valor y el sentido que le podemos dar a la existencia humana. Valor y sentido que se sostienen a sabiendas de la inexorable finitud, pero una finitud acompañada por la persistencia de quienes nos habrán de continuar. ¿Podremos promover en ellos la esperanza por sostener, contra toda conveniencia pragmática, los actos que le dan belleza y dignidad a la vida?

No será un artefacto ni biológico ni electrónico el que nos regrese al mundo de los vínculos, al del amor de los padres por los hijos, al de los amantes, al de los maestros por sus alumnos. Será la osadía de no rendirse frente al temor que campea sin ataduras. Será la imaginación que nos dice que el presente no ha de permanecer inamovible en el futuro.

Debemos aprender y podemos saber, hemos de recuperar la sabiduría de muchos escritos para que la tiranía de los indicadores y de los datos apurados que se dispersan sin control no nos gobiernen.

Una muy breve historia contada por Emil Cioran nos puede dar algo de comprensión sobre el valor del aprendizaje, sobre las ansias y las pasiones y sobre el gozo del arte creador. Nos cuenta que “Mientras le preparaban la cicuta, Sócrates aprendía un aria para flauta. ´¿De qué te va a servir?´ le preguntaron. ´Para saberla antes de morir´”.

Scholé nos abre hoy a historias sobre libros y bibliotecas, sobre su destrucción y su renacimiento, sobre la razón por la cual los relatos y las reflexiones escritas logran sobrevivir incluso cuando un poder que parece invencible se ensaña con ellos.

Eduardo Wolovelsky