…o La Conquista del Desierto, ya que de este modo, simplificado, se suele nombrar a este cuadro realizado por el pintor uruguayo Juan Manuel Blanes entre 1886 y 1896. Sus dimensiones son enormes -7,10 metros de ancho por 3,55 metros de alto-, tanto que desde hace años no se lo puede sacar de la sala del Museo Histórico Nacional de la ciudad de Buenos Aires en la que se lo exhibe, pues en una reforma edilicia no se tuvo en cuenta que las puertas debían tener el tamaño necesario para que las atravesara. Así plasmada, la escena que representa se acerca a tener proporciones reales, para que no quede duda de que eso que estamos viendo efectivamente ocurrió.
El 25 de mayo de 1879, el ejército nacional con Julio Argentino Roca al frente en tanto ministro de Guerra del presidente Nicolás Avellaneda, incursionó hasta la orilla del Río Negro, a la altura de Choele Choel, para festejar allí ese día patrio -un nuevo 25 de Mayo- y a la vez celebrar misa. La coincidencia con la Revolución de 1810 buscaba acentuar el vínculo con ese pasado indiscutible que se había vuelto prenda de unión como pocas entre los argentinos. Buscaba, por lo tanto, que la “ocupación” en cuestión, de la que habla el cuadro, bebiera de la legitimidad del hecho que la antecedió en 69 años. ¿Estaba en la cabeza de los revolucionarios de la primera hora realizar una conquista del desierto? Difícilmente se podría sostener esto, menos aún si se consideran las alianzas que alentaron para luchar contras los españoles o si se tiene en cuenta cómo esta conquista sucedió. Lo que sí es cierto es que, desde más atrás -desde los años del dominio colonial-, las autoridades virreinales expresaron su anhelo de llegar hasta las orillas del Río Negro para hacer valer su soberanía. Como luego también lo quiso el capitalismo en expansión, a saltos, entre guerras civiles, alianzas y dificultades técnicas. Es decir, se trata de una “ocupación” que hunde sus raíces, por así decirlo, en el pasado y que no expresa el anhelo tan solo de un puñado de hombres.
Al ver este cuadro, el hecho en cuestión -la conquista del desierto-, además de plantarse como largamente deseado, se nos presenta como un suceso incruento. En él se destaca la presencia de un grupo de hombres a caballo, altos mandos militares por sus uniformes, también por la expresión recia más de unos que de otros; no obstante, por cierto desorden que presenta la formación, no dan la impresión de encontrarse en disposición de ataque. Incluso porque los sables que muestran más que hablar de 1879 -no fueron un arma decisiva en esa fecha- son un recuerdo de otras guerras, como la de la Independencia. Se ha dicho que están de paseo, luciendo sus atributos, de excursión. Miran algo distraídos a cámara -perdón, al pintor o hacia el frente, donde estamos nosotros y también el perro, observador privilegiado de la escena- y ni siquiera sus miradas son unánimes, parecen hasta algo abstraídas, más allá de la situación. Quien se encuentra solo un poco más adelante que el resto, entonces presidiendo esa pequeña multitud uniformada, es el general Julio Argentino Roca. En el último año de su primera presidencia, en 1886, se hace el encargo a Blanes de un cuadro que sirva para celebrar los 10 años del suceso que se aproximaba. Después de varias idas y vueltas, el cuadro será este. Mientras que, en 1879, el Estado nacional aún no estaba del todo fraguado, en 1886, a su fama de zorro, Roca ya podía sumar la consideración extendida de que era el principal hombre político de la Argentina moderna. Estamos ante un cuadro de Estado.