El basilisco
¿Cómo derrotar a aquella bestia que era capaz de matar a la distancia sin correr riesgo alguno? ¿Cómo eludir su mortal mirada?
Alejandro no se inquietó, sin duda era un guerrero digno de su magno nombre. Mandó a pulir un escudo de tal forma que su superficie fuese tan brillante y clara como la del mejor espejo que fuera posible fabricar. Armado con aquella protección, se acercó a la madriguera donde el basilisco se había ocultado porque los soldados en su desesperación le arrojaban piedras a tontas y a locas, sin mirar. Tras la espera, que a muchos les pareció extremadamente larga, el basilisco, intuyendo la ausencia de cualquier agresión, volvió a salir. Pero lo primero que encontró fue su imagen reflejada en el escudo que se alzaba desafiante, por lo cual murió al instante, víctima de su propio poder.
Tiempo después, cuando el imperio griego de Alejandro ya no era más que un recuerdo legendario en la memoria de los hombres, un romano conocido como Plinio el Viejo decidió escribir una gran enciclopedia de la naturaleza. Leyó cuanto pudo sobre zoología, botánica, geografía, medicina y muchos otros temas que le parecieron fundamentales para su trabajo. Recopiló en treinta y siete volúmenes el conocimiento al que pudo acceder. En uno de aquellos volúmenes, que formaron la colosal obra conocida como Historia Natural, se relata las características de un sorprendente animal llamado basilisco.
Los hombres cultos estaban seducidos por la lectura de la maravillosa obra de Plinio el Viejo y, aunque muchas de sus historias jamás pudieron ser comprobadas, eran tan seductoras que influyeron sobre generaciones de estudiosos que las aceptaron como ciertas por muy extravagantes que fuesen. ¿Acaso era posible no esperar extravagancia del hombre que, dicen, murió en el año 79 aspirando los gases sulfurosos del Vesubio, probablemente por acercarse demasiado a las fauces de la humeante montaña en un intento por comprender las agitaciones de las entrañas de la Tierra? Este volcán no solo acabó con la vida de Plinio el Viejo: en su manifestación de mayor furia, arrasó con las ciudades de Pompeya y Herculano.
Nuevos basiliscos
Muchos siglos después de que Plinio escribiera su gigantesca Historia Natural, el basilisco cambió de forma. Ya no solo era una zigzagueante, amenazadora y maligna sierpe, también podía tomar la forma de una quimera, es decir, la de un animal con cabeza y cuerpo de gallo pero con la cola de una serpiente. En pleno Renacimiento, muchos pensadores, como lo había hecho Plinio en la Antigüedad, se preocuparon por armar grandes enciclopedias donde fuese posible encontrar todo lo que se sabía sobre plantas y animales. Uno de ellos fue Ulisse Aldrovandi, quien tenía conocimientos tan vastos que gran parte de sus libros debieron ser publicados después de su muerte, y ello a pesar de haber tenido una larga vida. En una de sus obras describe con acabados detalles los conocimientos acumulados sobre el basilisco, aunque quedaba claro que Aldrovandi jamás había visto ninguno. De allí que médicos y naturalistas se preguntaran acerca de su verdadera existencia.
Thomas Bartholin, uno de los doctores y anatomistas más importantes de su época, no escapó a este interrogante. Como era un gran experto en el tema, fue consultado por diferentes personalidades, entre ellos el rey Federico III de Dinamarca, quien supuestamente había comprado un basilisco preservado. Pero Bartholin supo que era un fraude dado que solo era un pez, una raya disecada.
Como los basiliscos se “negaban” a revelar su existencia de manera clara y precisa, con el correr del tiempo su posible presencia en la naturaleza se fue olvidando. De hecho, los nuevos naturalistas del mundo moderno, como Buffon y Linneo en el siglo XVIII, relegaron a los basiliscos a la misma prisión legendaria en la que ya se encontraban recluidos los dragones.
Lagartos basilisco
Expulsados al reino de los animales fabulosos, los basiliscos regresaron en la forma de una variedad de reptiles que habitan en Centroamérica y que fueron agrupados en el género Basiliscus. Incapaces de matar con la mirada, tienen la particularidad de poder correr sobre el agua apoyados sobre sus dos patas traseras.
Decidir si es verdad o no lo que algunos hombres escriben, como muestra el caso del basilisco, resulta difícil. Esto no es solo un problema del pasado lejano. El pez celacanto era una especie extinta que se conocía únicamente a través del registro fósil. Sin embargo, en 1938 un ejemplar fue pescado en la costa este del sur de África. El celacanto dejó de ser una especie extinta para existir en los mares modernos.