Miradas Edición 13 | 30 noviembre, 2023

El frágil tiempo presente

El desierto de Atacama chileno es el mejor lugar para investigar los secretos del cosmos. La falta de humedad de aquella tierra da esperanza a quienes allí buscan a desaparecidos por la dictadura de Pinochet. A 50 años del golpe militar en Chile, Wolovelsky retoma esas conexiones entre el cielo y la tierra exploradas por el film “Nostalgia de la luz” para pensar la memoria, el olvido y la búsqueda.

A 50 años del golpe militar contra el gobierno chileno de Salvador Allende

El frágil tiempo presente
Sobre Nostalgia de la luz, de Patricio Guzmán, y 11 de septiembre, de Ken Loach

 

Atacama

En el horizonte, en esa fina y evanescente línea donde se funden la tierra y el cielo, es donde se asienta la esperanza de quienes buscan en lo alto alguna explicación sobre los orígenes de nuestro universo y, en lo bajo, entre los granos de la tierra seca y resquebrajada por la sequedad del desierto, la suerte de sus seres queridos secuestrados y “desaparecidos” por el régimen de Pinochet. El desierto de Atacama con su falta de humedad preserva los cuerpos y, por ello, esperamos que los devuelva al mundo contra quienes quisieron arrojarlos al vacío del olvido. Ese mismo desierto, con esa misma ausencia de agua, le ofrece al astrónomo una atmósfera única para indagar en los más profundos secretos del Cosmos. En el desierto, lo ausente puede volver a la memoria, el recuerdo recuperar sus vivencias y las preguntas por el comienzo de los tiempos asumir toda su hondura. En el yermo paisaje de Atacama, lo inconmensurable del tiempo y la infinitud del espacio se unen a lo más íntimo de la vida humana fusionando, a su vez, lo profundo de la naturaleza con el anhelo por la justicia.

Martes, 11 de septiembre

“No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Esta sentencia fue hecha en junio de 1970 por el entonces Secretario de Seguridad de los Estados Unidos Henry Kissinger. Demuestra sin ambages no solo la condena al naciente gobierno de Salvador Allende, sino también la perspectiva dictatorial de Kissinger, para quien la democracia solo es democracia si los gobernantes electos son convenientes. Paradoja o yugo de la historia, Henry Kissinger llegó a los Estados Unidos cuando sus padres abandonaron Alemania debido al profundo antisemitismo sostenido por el poder nazi que, poco después, se desplegó en la llamada Solución Final. Sin embargo, de espaldas a este pasado y siendo parte del poder, promovió y legitimó crímenes de lesa humanidad. Tras el derrocamiento y la muerte de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, el régimen militar comandado por el general Augusto Pinochet torturó, asesinó e hizo desaparecer a quienes juzgaba como opositores o a quienes simplemente consideraba incómodos. Acciones que, en cierto modo, fueron un émulo de la idea expresada por el decreto de Adolf Hitler de 1941, conocido como “Noche y niebla”. Allí se daban directrices para la desaparición de oponentes políticos y prisioneros de guerra. Kissinger dio su apoyo explícito a estos actos, donde los ciudadanos desaparecen como si se perdieran en la noche o en la niebla, cuando en junio de 1976, en su reunión con Pinochet, le dijo en tono “diplomático”: “Queremos ayudarlo: simpatizamos con lo que están tratando de hacer aquí”.

Una de las reflexiones más conmovedoras respecto de lo sucedido aquel 11 de septiembre en Chile, y del apoyo que el gobierno de los Estados Unidos diera a la realización de un golpe militar contra un gobierno democrático, nos lo ofrece el director Ken Loach en su corto 11 de septiembre, donde Pablo, un ciudadano chileno exiliado, encarnado por el actor Vladimir Vega, redacta una carta al pueblo estadounidense después del atentado a las Torres Gemelas. Sentado en su escritorio en Londres, escribe:

Queridas madres, queridos padres y seres queridos de quienes murieron el 11 de septiembre en Nueva York:

Soy chileno y vivo en Londres. Quiero decirles que quizás tengamos algo en común. Sus seres queridos fueron asesinados al igual que los míos y compartimos una fecha, el 11 de septiembre. En 1970 hubo elecciones. Yo tenía 18 años y voté por primera vez. Teníamos un hermoso sueño. Una sociedad en la que el pueblo compartiera el fruto de su trabajo y la riqueza de su país. En septiembre de 1970 votamos todos y ganamos. Había leche y educación para los niños. La tierra sin cultivar se les entregaba a los campesinos que antes no la tenían. El carbón, las minas de cobre y las principales industrias pasaron a ser de todos nosotros. Por primera vez en nuestras vidas, el pueblo tenía dignidad. Pero no sabíamos lo peligroso que era. (…) las decisiones democráticas y nuestros votos no importaban. El mercado y las ganancias son más importantes que la democracia. A partir de ese momento nuestro dolor y el suyo fueron legalizados. Su presidente Nixon dijo que acabaría con nuestra economía. Le dijo a la CIA que organizara un levantamiento militar, un golpe de Estado. Se dispuso de diez millones de dólares o más, si era necesario, para eliminar a nuestro presidente Salvador Allende. Amigos míos, sus líderes se propusieron destruirnos, provocaron una huelga de transportes que casi paralizó nuestra economía, bloquearon el comercio entre nosotros creando el caos. Colaboraron con los chilenos que no aceptaban nuestra victoria. Sus dólares financiaban a grupos neofascistas que ensangrentaban la calles y ponían bombas en fábricas y centrales eléctricas. Sorprendentemente no funcionó. En las elecciones municipales ganamos aún más apoyo, ¿y qué hizo Estados Unidos? El 11 de septiembre los enemigos de la libertad cometieron un acto bélico contra nuestro país. Al alba, tropas y tanques rodearon nuestro palacio presidencial. Allende, sus ministros y consejeros estaban adentro. Allende no vio cuando atacaron el Palacio de la Moneda. Lo asesinaron, lo asesinaron un martes, nuestro martes también 11 de septiembre de 1973. Un día que destruyó nuestras vidas para siempre. Me dispararon en la rodilla y me aplastaron la rodilla contra el suelo. Me golpearon tanto que a veces me dejaban inconsciente. (…) Supimos de los campos de tortura dirigidos por militares entrenados en las escuelas, en los Estados Unidos. Supimos de los que fueron destripados, arrojados desde los helicópteros o de los que fueron torturados delante de sus mujeres y de sus hijos (…) y luego la caravana de la muerte. Un general que iba de ciudad en ciudad ordenando ejecuciones al azar. Treinta mil personas asesinadas, ¡treinta mil! Su embajador en Chile denunció la tortura y Kissinger replicó: “Que se deje de lecciones de ciencia política”. El general Pinochet que organizó el golpe de Estado sonreía, aceptando las felicitaciones de Kissinger por haber realizado un excelente trabajo. Y los dólares volvieron a fluir a Chile. Me llamaron terrorista, me condenaron a prisión perpetua, sin juicio ni defensa. Me liberaron a los cinco años pero tuve que abandonar mi país por la seguridad de mis amigos. Ahora no puedo volver a Chile, aunque no dejo de pensar en eso. Chile es mi hogar, pero ¿qué será de mis hijos? Ellos nacieron aquí en Londres. No puedo condenarlos al exilio como me sucedió a mí. No puedo hacerlo ahora, pero ansío volver a casa. San Agustín dijo que la esperanza tiene dos hijas maravillosas: la ira y el valor. La ira ante el estado de las cosas y el valor para cambiarlas.

Madres, padres y seres queridos que murieron en Nueva York, pronto será el vigésimo noveno aniversario de nuestro martes 11 de septiembre y el primer aniversario del suyo. Lo recordaremos. Espero que ustedes nos recuerden también.

Con el recuerdo en mente, regresamos con nuestra mirada al horizonte, a esa herida del paisaje en donde la esperanza con sus hijas, la ira y el valor, toma la forma de una búsqueda, de un incansable deseo por saber, de que finalmente haya un veredicto.

Cielo y tierra

El chirriante mecanismo de relojería de un telescopio es el sonido de la ilusión infantil, es el deseo por indagar en los secretos del cielo. Es también el sonido que en el recuerdo marca el fin de la niñez, de ese eterno presente, para abrir el camino a una noble aventura, a la ilusión “que nos despertó a todos”, como lo declara Patricio Guzman en su film Nostalgia de la luz. Fue esa ilusión la que quedó grabada en su alma y que como un “viento revolucionario” lanzó a gran parte del pueblo chileno “al centro del mundo”. Ese anhelo político fue una forma de abrir los ojos y puede que por ello, y no por mera casualidad, haya estado acompañada por otro gran sueño: el de observar los cielos, el de entender los orígenes, el de buscar respuestas a las preguntas que los astros le formulan por la existencia humana. Tampoco es casual que para aquella época se construyeran en Chile los más grandes telescopios de la Tierra. Pero el 11 de septiembre de 1973, el golpe de Estado comandado por Augusto Pinochet “barrió con la democracia, los sueños y la ciencia”. Aunque el trabajo no se detuvo. El astrónomo Oscar Galaz comenta sobre la búsqueda que realizan los astrónomos en el desierto de Atacama:

¿De dónde venimos?, ¿dónde estamos y a dónde vamos? De dónde venimos es una pregunta muy fuerte en la que se mezcla, por supuesto, la cultura humana en general. Si bien es cierto, por ejemplo, que la religión es algo que en la cultura científica contemporánea se separa mucho de la ciencia. (…) Pero de alguna manera las preguntas fundamentales tienen un origen, una motivación inicial en el ser humano que es religiosa. Esa es mi posición personal. Al final es encontrar el origen del ser humano, del planeta y del sistema solar. ¿Cómo nace y se forma una galaxia? ¿Cómo nace un planeta? ¿Cómo nace una estrella? Todas estas preguntas, a distinta escala, son las de los nacimientos. Son cosas que tratamos de hacer los astrónomos…

Estudiar el cielo, entender estos nacimientos, es una forma de ver el pasado. Por ello no es casual que el arqueólogo Lautaro Nuñez, en diálogo con Patricio Guzman, comente:

Lautaro Núñez: ¿Por qué hay arqueólogos y astrónomos viviendo en un mismo territorio? La respuesta es muy simple. Porque en este territorio la posibilidad de introducirme en el pasado es mayor que en otros. La transparencia es para los arqueólogos-astrónomos lo que para nosotros es el clima seco que nos permite constatar la mayor cantidad de evidencias del pasado. La transparencia para ellos es lo que les permite tomar la mayor evidencia de los comienzos del espacio. Por eso es que compartimos un mismo territorio. Es una puerta al pasado a la que sabemos cómo entrar, pero no cómo vamos a salir de esto, con cuántos conocimientos que van a transformar la vida. Esto para mí sigue siendo un misterio.

Patricio Guzmán: Y sin embargo [Chile] es un país que no trabaja su pasado. Está entrampado en un golpe de Estado que lo tiene todavía inmovilizado, de cierto modo.

En el intento por desencapsular el pasado, Patricio Guzmán se dirige hacia las ruinas de Chacabuco, el mayor campo de concentración erigido durante la dictadura en Chile. Allí sucedió un hecho que muestra las singulares formas que toma la resistencia política. Algunos prisioneros constituyeron, durante cierto tiempo, un grupo de astronomía para estudiar los cielos a ojo desnudo. Los guiaba un astrónomo aficionado. Aprendieron a identificar las constelaciones para diseñar en su mente un mapa estelar que delinee internamente la forma de acto de dignidad y un sostén del pensamiento que, a pesar del encierro y la tortura, no debían ser conquistados. Otra forma de resistencia es la que eligió Enrique Olivares, quien fue detenido cuando era estudiante avanzado de Pedagogía en Artes Plásticas y Dibujo Industrial en la Universidad Técnica del Estado. El dibujo es su revuelta. En ellos retrató la vida en Chacabuco. Su obra es una de las respuestas más claras a cualquiera de las crueles justificaciones que en el presente se le quiera dar a la dictadura pinochetista. Muchas veces se ha dicho que estas experiencias concentracionarias no se pueden narrar, pero si así fuese, no habría memoria posible. Los dibujos de Enrique Olivares demuestran lo contrario. Realizados en el propio cautiverio, son como un rayo que por un momento nos permite comprender lo que allí sucedió, por fugaz que sea el estremecimiento que nos produce. Por supuesto que muchos preferirán olvidarlo y desentenderse del sufrimiento humano de las víctimas y sostener que lo inenarrable y lo incomprensible ha ocurrido. De alguna forma, hace recordar a las pinturas de David Olère, quien comenzó su testimonio gráfico estando en Auschwitz, para legarnos una narración visual única sobre la maquinaria de las cámaras de gas y los hornos crematorios, porque durante su cautiverio se vio obligado a actuar en un sonderkommando.

En la región de Calama, en la inmensidad del desierto de Atacama, un grupo de mujeres busca a sus seres queridos, desaparecidos durante la dictadura. Expresan un deseo imposible: que los telescopios puedan buscar en la tierra reseca con la misma eficiencia con la que ayudan a los astrónomos a develar los secretos del Cosmos. Lejos de toda fantasía, no ceden en su búsqueda. Perdidas en la inmensidad del desierto y armadas con palas, arañan una y otra vez el suelo. Una de ellas, Violeta Berrios, de rostro conmovido por la vida que refleja la belleza de su convicción, responde a Patricio Guzmán, que le pregunta si continuará la búsqueda:

Mientras pueda…, si hay que seguirla…, yo la voy a seguir. A pesar… Tengo muchas dudas, tengo muchas preguntas mías que no me las puedo responder porque ellos dicen que los sacaron, que los echaron a unos sacos, se los llevaron y los tiraron al mar. La duda mía es: ¿los tiraron al mar? Es algo que no me lo puedo responder. ¿Y si los tiraron aquí entre los cerros no más? O sea, es que a esta altura de mi vida, tengo 70 años, me cuesta creer las cosas. O sea, es que ellos me enseñaron a no creer, ¿sí? Me cuesta mucho, a veces creo que paso de tonta por hacer preguntas, preguntas, preguntas y que al final nadie me puede dar la respuesta que yo quiero. Entonces, si a mí me dijeran “Mira, los tiraron en la punta del cerro”, yo no sé cómo pero voy a llegar a la punta del cerro. No tengo la fuerza de hace 20 años atrás. No tengo la salud de hace 20 años atrás. Entonces, va a ser un poco difícil, pero la esperanza da mucha fuerza. La esperanza… Mira, han sido tantas veces que hemos ido con la Vicky a la Pampa, tantas, tantas, que hemos ido con tantas esperanzas y nos hemos venido con la cabeza metida en la tierra. Pero la hemos sacado, nos hemos sacudido y hemos partido nuevamente al otro día con las mismas o con más esperanzas, con más ganas, con más deseos de encontrarlo. Tal vez muchos dirán para qué queremos huesos. Yo los quiero. Yo los quiero y muchas de las mujeres los quieren. Cuando me dijeron que había una mandíbula de Mario, yo no la quiero. Se lo dije a la doctora, que era la Patricia Hernández. “Paty”, le dije, “yo lo quiero entero. Se lo llevaron entero. Yo no quiero un pedazo, y no de él solamente, sino que de todos. De todos”. Si yo lo encontrara y me dijeran “Mañana te mueres”, me voy feliz, feliz. Pero no me quiero morir sin encontrarlo.

En tiempos diferentes y en lugares distintos, Pablo escribe una carta al pueblo estadounidense y las mujeres que buscan en el desierto a los desaparecidos de la dictadura en Chile observan el cielo desde uno de los telescopios en el desierto de Atacama. Ambos son la imagen del pedido de una renuncia que golpea a sus puertas, pero a la que no se someten porque saben del valor y la legitimidad del deseo por encontrar a sus seres queridos asesinados y que se reconozcan los crímenes de lesa humanidad del régimen de Pinochet. Saben, además, que su búsqueda define una idea para el mundo, una mirada por la cual sabemos que no es posible vivir de espaldas a la historia. El olvido puede ocurrir un cierto tiempo, puede que sea largo pero ese tiempo tiene un fin, no puede perdurar indefinidamente. Como afirma Patricio Guzmán, “la memoria tiene fuerza de gravedad” y continúa con el único veredicto legítimo: “Los que tienen memoria son capaces de vivir en el frágil tiempo presente. Los que no la tienen, no viven en ninguna parte”.

 

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