Apenas se podría decir, demasiado suspicaces quizás, que la violencia en este cuadro se evidencia en la altura. La altura de quienes están a caballo -sus cabezas forman una línea ligeramente irregular que supera por poco la del horizonte- y toman posesión de esa tierra que se les ha resistido. Pero no hay huella de esa resistencia, solo queda el contraste con quienes permanecen algo hundidos en ambos márgenes del cuadro. Porque andar de a caballo en el siglo XIX marcaba una innegable ventaja frente a quienes andaban a pie. Digamos, entonces, que la violencia no es más que el subrayado natural de una superioridad que viene ligada a la especificidad de una función. En cuanto a los márgenes: en el derecho y retirados unos pasos, científicos que, en efecto, acompañaron esa expedición para desempeñar múltiples tareas de reconocimiento del territorio; en el izquierdo, un religioso, una cautiva liberada que lleva un niño en brazos, unas mujeres indias. Quizás solo aquí podamos percibir algo incómodo, que haga posible desbaratar que la conquista del desierto fue un hecho incruento o, de otra manera, que fue solo una conquista del desierto, un triunfo sobre la naturaleza, la única resistente. Pero, me parece, revela más nuestra desconfianza, producto de lo que ya sabemos, que lo que propone el cuadro.
No hay dudas de que un cuadro es sobre todo una interpretación de lo real, no es una huella de este. Entre esos 22 altos oficiales del ejército a caballo, se reconocen los rostros de varios jefes militares que, si bien tuvieron actuación importante en el proceso de la conquista del desierto, ese día preciso no estuvieron a orillas del río Negro. Tal los casos de Nicolás Levalle, Eduardo Racedo y Napoleón Uriburu. A pedido de Roca, fueron incorporados al lienzo. Pero, si el problema es la interpretación que este cuadro ofrece, este asunto de los personajes añadidos es menor. Que la conquista del desierto fue un hecho natural, la realización de algo que ya estaba consagrado, la ocupación de un vacío, esta es la interpretación que el cuadro de Blanes, digamos de vuelta, cuadro de Estado, aporta. Aporta e impone.
En el contrapunto con la pintura, es a la fotografía a la que se le adjudica la potencia de prueba, la de indicar que eso que se muestra efectivamente ha sido: una huella. Un fotógrafo acompañó a la expedición de Roca hasta Choele Choel y se financió por su cuenta, pues el general no lo consideró necesario. Antonio Pozzo se llamaba, y las imágenes que capturó tampoco terminan de desmentir que lo que ocurrió fue solo un paseo. O que el desierto fuera solo un desierto.