Schole
MiradasEdición 1
1869. Primera edición de “Veinte mil leguas de viaje submarino”
Revista SCHOLÉ 17 mayo, 2019

Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo
“tal y como verdaderamente ha sido”.
Significa adueñarse de un recuerdo
tal y como relumbra en el instante de un peligro.

Walter Benjamin

Fue hace 150 años… 

El final sobreviene imprevisto y con apasionada violencia. Tras un fantástico viaje de miles de leguas por la profundidad de los mares, un angustioso clamor emerge de las entrañas del Nautilus:

¡Maelstrom! ¡Maelstrom!  ̶ gritaban todos.
¡El maelstrom! ¿Podía nombre más espantoso haber resonado en nuestros oídos en una situación tan terrible? ¡Nos encontrábamos, pues, sobre aquellos peligrosos parajes de la costa noruega? ¿Era el Nautilus arrebatado por aquel remolino en el momento mismo en que nuestro bote iba a lograr desligarse de sus costados?1


1. Verne J. (2014). Veinte mil leguas de viaje submarino. Barcelona: RBA, pp. 505-506. (Primera edición: 1869).


Es de esta forma que el profesor Aronnax, quien había sido apresado por el capitán Nemo tras el hundimiento del buque Abraham Lincoln, comienza su relato sobre la fuga del Nautilus junto con sus compañeros Ned Land y Conseil:

Nadie ignora que, durante el flujo, las aguas situadas entre las islas Feroë y Lofoten se precipitan con una violencia irresistible formando un torbellino del cual no ha podido escapar nave alguna. De todos los puntos del horizonte llegan oleadas monstruosas que dan origen a ese remolino llamado, con razón, «ombligo del océano», cuya potencia de atracción se extiende hasta una distancia de quince kilómetros. Allí son aspirados, no solamente los buques sino también las ballenas y hasta los osos blancos de regiones boreales.

Allí es donde el Nautilus –involuntaria o quizá voluntariamente– había sido conducido por su capitán, describiendo una espiral, cuyo radio se iba estrechando cada vez más. De la misma manera, el bote, todavía sujeto a su costado, era arrastrado con una rapidez vertiginosa.

Experimentaba mi vista esos molestos giros que siguen a un movimiento circular demasiado prolongado. ¡Estábamos sumidos en el mayor espanto con el horror llevado a su último término, la circulación suspendida, la influencia nerviosa aniquilada, bañado el cuerpo por sudores fríos como los de la agonía! ¡Y qué estruendo alrededor de nuestro débil barquichuelo! ¡Qué bramidos repetidos por el eco a varias millas de distancia! ¡Qué estrépito el de aquellas aguas que se estrellaban contra las agudas rocas del fondo, allí donde los cuerpos más duros se hacen pedazos, donde los troncos de los árboles se gastan transformándose en pelleja, según la expresión noruega!

¡Qué horrible situación! Nos veíamos espantosamente sacudidos. El Nautilus se defendía como si fuese un ser humano. Sus músculos de acero crujían. A veces se levantaba verticalmente, y nosotros con él.

 ̶ Es preciso agarrarnos bien  ̶ dijo Ned ̶ , y atornillar los pernos. ¡Permaneciendo sujetos al Nautilus todavía podríamos salvarnos!

No había acabado de hablar, cuando se produjo un estallido. Cedieron los pernos, y el bote, arrancado de su alvéolo, fue despedido a través del torbellino como la piedra de una honda.
Mi cabeza dio contra una armadura de hierro, y bajo aquel violento choque perdí el sentido. 2


2. Ibidem, pp.506-507.


Tras este acontecimiento, Aronnax pudo sentir el gozo de la libertad, pero no sin cierto dolor por desconocer qué fue del Nautilus y del capitán Nemo, ese hombre insondable, justiciero, culto, reflexivo y hondamente autoritario. Alguien que, tiempo atrás, tuvo tanta expectativa sobre las promesas y los logros de la humanidad que solo fue capaz de convertirse en un misántropo en busca de la Atlántida en el fondo del mar. Un hombre rodeado de un profundo misterio, sumido en un pasado velado por las brumas del tiempo. Un hombre cuya ausencia de historia es reflejo de la de su creador, Julio Verne.