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El principio instituyente. Rancière y su manifiesto por la igualdad
Gabriel D´Iorio 20 diciembre, 2018

La igualdad es condición en la medida en que su declaración instituye una nueva relación con el saber, creando la posibilidad de un saber allí donde la distribución de los lugares no proveía ninguna… La igualdad es producción en la medida que la nueva disposición del saber hacer existir un lugar de igualdad que no existía anteriormente…
Este anudamiento de las dos funciones hace de la igualdad el acontecimiento por excelencia.

(Badiou, 2013, pp. 248-249)1

Hace falta aprender algo y relacionar todo el resto con eso, según este principio:
Todos los hombres tienen una inteligencia igual.

(Jacotot, 2008, p. 26)


1. En la “aventura” de la filosofía francesa del siglo XX, la originalidad de la declaración rancieriana sobre la igualdad se inscribe en una serie de eventos que vinculan la revuelta obrero-estudiantil de mayo del 68, la ruptura de Rancière con su maestro Louis Althusser, la posterior aproximación a Michel Foucault, la influencia político-cultural del maoísmo y la cuestión de la transmisión de los saberes.


La cita de Alain Badiou tiene la virtud de llevar a concepto la apuesta de Jacques Rancière en torno del principio de igualdad. En su interpretación, la igualdad rancieriana es condición, producción y acontecimiento: es condición y producción porque instituye y hace existir nuevas distribuciones en la configuración de saberes y poderes en tanto se verifica, en una práctica situada, aquello que el principio declara –la igualdad de las inteligencias–; es acontecimiento en tanto esa presuposición es verificada y sostenida por un sujeto –individual o colectivo–. La lectura que propone Badiou en su texto sobre la aventura de la filosofía francesa nos permite entrever la fuerza directriz de un trabajo dirigido a reinventar con radicalidad un pensamiento sobre la igualdad. Este trabajo, que fue abriéndose paso con La noche de los proletarios (1981) y prosiguió en El filósofo y sus pobres (1983), encontró en El maestro ignorante (1987) un momento de síntesis potente. Y es, quizás, esta potencia la que pueda explicar que un texto orientado a problematizar la cuestión de la transmisión se haya transformado, en poco tiempo, en un verdadero manifiesto sobre la emancipación intelectual2.

Ahora bien, ¿qué encuentra Rancière en la obra de Joseph Jacotot, ese extraño pedagogo francés que propone la idea de una posible “enseñanza universal”? Nada más y nada menos que una hipótesis sobre la igualdad y el método que de ella emana. La aventura intelectual que se produce azarosamente entre Jacotot y sus estudiantes en Lovaina a comienzos del siglo XIX le permite a Rancière enseñar un valioso documento pedagógico del pasado y, a la vez, explorar la singular radicalidad del principio de igualdad. El maestro ignorante es la síntesis de aquella enseñanza y esta exploración: la de un principio que solo puede verificarse a partir de actos que realizan los individuos o ciertas partes de la sociedad en situaciones concretas, actos de subjetivación que ponen en entredicho –a veces parcialmente, a veces radicalmente– la asignación de lugares y funciones sociales. Un principio que no prescribe nada más allá de lo que declara: la igualdad de las inteligencias, la capacidad de cualquiera para comprender y, por añadidura, para hacer y producir; un principio que sostiene, según Rancière, la experiencia humana como acontecimiento, desplazamiento y apertura.


2. El texto se publica en Francia en 1987 (Rancière, 1987). Tal como lo advierte el prólogo, el texto fue escrito con el objeto de intervenir en una polémica entre socialistas y republicanos en torno a la desigualdad educativa y sus presuntas soluciones. Para Rancière, ambas posiciones políticas diferían en las formas de buscar la igualdad, pero compartían el presupuesto de que es un objetivo a lograr y no una premisa; diferían en torno a qué políticas educativas son necesarias para lograr la igualdad, pero no en el punto de partida a conjurar: la desigualdad. En la lectura que propone Rancière, que los “instructores del pueblo” –socialistas o republicanos– partan de la desigualdad no está escindido del “fracaso” que supone confirmarla en lugar de superarla.



Prof. en Filosofía (UBA).
Dr. en Artes (UNA).
Docente de Estética (DAAV-UNA) y de Ética (FFyL-UBA).
Dir. del Proyecto de Investigación “La imagen resiste, la imagen piensa" (UNA).
Ha trabajado en diversos programas, postítulos y cursos de formación docente.