Schole
MiradasEdición 2
1994. Genocidio en Ruanda
Eduardo Wolovelsky 23 agosto, 2019

Confirma su perspectiva a través de las ideas y el testimonio que le propone la obra de Joseph Conrad:

…La clásica interpretación de Kurtz era la del hombre de la civilización al que un entorno bárbaro barbariza; en verdad, Kurtz encarna al civilizado que, por espíritu de lucro, abjura de los valores que dice profesar y, amparado en sus mejores conocimientos y técnicas guerreras, explota, subyuga, esclaviza y animaliza a quienes no pueden defenderse. Según Adam Hochschild, el modelo que tuvo en mente Conrad para el enloquecido Mr. Kurtz fue uno de los peores agentes coloniales de la Compañía del rey belga, un tal capitán Rom, que, como el héroe de la novela, tenía su cabaña congolesa cercada por calaveras de nativos clavadas en estacas.
Leopoldo fue una inmundicia humana; pero una inmundicia culta, inteligente y, desde luego, creativa. Planeó su operación congolesa como una gran empresa económica-política, destinada a hacer de él un monarca que, al mismo tiempo, sería un poderosísimo hombre de negocios internacional, dotado de una fortuna y una estructura industrial y comercial tan vasta que le permitiría influir en la vida política y en el desarrollo del resto del mundo. Su colonia centroafricana, el Congo, una extensión de tierra tan grande como media Europa occidental, fue su propiedad particular hasta 1906, en que la presión combinada de varios gobiernos y de una opinión pública alterada sobre sus monstruosos crímenes lo obligó a cederla al Estado belga.
[…] por uno de esos misterios que convendría esclarecer, lo que todo ser humano medianamente informado sabía sobre él y su negra aventura congolesa en 1909, cuando Leopoldo II murió, hoy en día se ha eclipsado de la memoria pública. Y ya nadie se acuerda de él como lo que en verdad fue. En su país, ha pasado a la anodina condición de momia inofensiva, que figura en los libros de historia, tiene buen número de estatuas, un museo propio, pero nada que recuerde que él solo derramó más sangre y causó más destrozos y sufrimiento en África que todos los cataclismos naturales, dictaduras y guerras civiles que desde entonces ha padecido ese infeliz continente. ¿Cómo explicarlo? Tal vez no solo la pintura, sino también la historia tenga un irresistible sesgo surrealista en el país de Ensor, Magritte y Delvaux.6


6. Ibídem, pp. 9-13.


Memoria

El genocidio en Ruanda abre una fisura en el terreno demarcado por el juego de la memoria. Una y otra vez, se reclama por el ejercicio del recuerdo como una lección de la historia y como modo de redención de las víctimas.

1994. Genocidio de Ruanda

Sin embargo, no son pocas las veces que esas mismas víctimas son honradas de forma tal que su remembranza se constituye en un modo petrificado del pensamiento en el que la posibilidad del acto se desintegra y se deshace. No es dable la reflexión, el análisis, el entendimiento. Las víctimas son llevadas a un lugar sacro de reverencia sobrehumana, donde parecen quedar fuera de la propia historia. ¿Hemos aprendido de los genocidios del pasado?


Es biólogo (UBA), docente y escritor.
Editó y realizó diferentes trabajos en el campo de la divulgación de las ciencias, la pedagogía y el cine. Entre ellos, se destacan: “El descubrimiento de las bacterias y el experimento 606” (2003), “El medio interior. La experimentación con animales” (2006), “¡Eureka! Tres historias sobre la invención en la ciencia” (2008), “Iluminación. Narraciones de cine para una crítica sobre la política, la ciencia y la educación” (2013), “El siglo maravilloso. Al filo de la Gran Guerra. Memorias de la última centuria” (2016), “Voyager. El mensajero de los astros” (2017), “Frankenstein. La creatura” (2019) y “Obediencia imposible. La trampa de la autoridad” (2021).
Además, coordinó diferentes programas sobre la enseñanza y el conocimiento público sobre la ciencia.