A 75 años de la finalización de la Segunda Guerra Mundial
1945
No era hombre. Sin embargo, no estaba dispuesta a permitir que ese obstáculo se convirtiera en un infranqueable muro. En un momento en el cual era difícil para las mujeres llegar a las universidades, con determinación para rendir los exámenes de admisión y con ayuda familiar, dio los pasos necesarios para transitar el camino que, finalmente, la llevaría a ser una de las más relevantes físicas del siglo XX.
Lise Meitner nació en Viena, pero cuando finalizó sus estudios decidió trasladarse a Berlín donde se formó con Max Planck y, más tarde, trabajó junto a Otto Hahn en el Instituto Kaiser Wilhelm de Química, sociedad que ofrecía una atmósfera única para el desarrollo de la investigación científica. En 1933, con el ascenso de Hitler al poder y la promoción de actos de persecución política y acciones antisemitas, muchos investigadores de los más variados campos se vieron obligados a dejar sus puestos. La mayoría de ellos no permanecieron en Alemania.
Sea por su oposición al régimen nazi o por su identidad judía, estos científicos partieron al exilio. No Lise Meitner, que permaneció en Berlín. A pesar de su origen judío, pudo escapar al influjo de las leyes por ser ciudadana austríaca. Tal vez por ello mantuvo cierta esperanza de que la vida seguiría con su racional rutina.
Cuando se produjo el Anschluss –la anexión de Austria en 1938–, ya no estaba a salvo y no había más lugar para la ingenuidad política: la tierra de su infancia era ahora parte de Alemania. Decidió emigrar a Suecia.
Su antiguo colega Otto Hahn, sin problemas de identidad –ni étnica ni política–, se quedó. El lugar de Meitner fue ocupado por Fritz Strassman.
Desde Estocolmo, Meitner continuó en contacto con Hahn interpretando los resultados de sus experimentos. De esta forma, estableció y explicó la fisión –la partición– del núcleo de los átomos de ciertos elementos químicos. A partir de estos conocimientos, habría de quedar establecida para la humanidad una nueva forma de energía y una nueva dimensión para la destrucción; unos años más tarde, dos bombas atómicas de fisión caerían sobre Japón.
En 1945, tras la derrota del III Reich, Lise Meitner le escribió al antiguo colega.
Querido Otto:
Tu última carta está fechada el 25 de marzo. Puedes imaginar lo ansiosa que he estado por recibir noticias de todos vosotros. He seguido con cierta persistencia los acontecimientos a través de los informes de guerra de la prensa inglesa, y creo poder suponer que la zona en la que estáis tú y tu familia y Laue fue ocupada sin ninguna lucha. Por consiguiente deseo, con todo mi corazón, que ninguno de vosotros haya sufrido personalmente. (…) Durante los últimos meses te he escrito, en mi mente, muchas cartas porque estaba claro para mí que incluso personas como tú y Laue no os habéis dado cuenta de la situación real.
Todos vosotros trabajasteis para la Alemania nazi. Y solo tratasteis de ofrecer una resistencia pasiva. Ciertamente, para calmar vuestra conciencia ayudabais aquí y allá a alguna persona perseguida, pero se permitía que millones de seres humanos inocentes fueran asesinados sin que se profiriera protesta de ningún tipo. Tengo que decirte esto, porque que reconozcáis lo que permitisteis que ocurriera significará mucho tanto para Alemania como para vosotros mismos (…). Yo y otros muchos creemos que para vosotros una forma de hacerlo sería publicar una declaración abierta manifestando que sois conscientes de que con vuestra pasividad incurristeis en una responsabilidad conjunta por lo que ocurrió y que sentís la necesidad de ayudar a corregirlo (…). Pero muchos consideran que es demasiado tarde para eso. Dicen que primero traicionasteis a vuestros amigos, luego a vuestros compañeros e hijos en cuanto dejasteis que sacrificaran sus vidas en una guerra criminal y, finalmente, traicionasteis a Alemania misma, porque, cuando la guerra ya era absolutamente desesperada, ni siquiera os levantasteis contra la absurda destrucción de Alemania. Aunque todo esto resuena como un hecho irremediable, créeme, te lo escribo desde una verdadera amistad.
(…) Tal vez tú mismo recuerdes que, cuando yo estaba aún en Alemania (y hoy sé que fue no sólo una estupidez sino incluso un grave error no marcharme inmediatamente), te decía a menudo: ‘mientras sólo nosotros, y no vosotros, tengamos noches de insomnio, las cosas no irán mejor en Alemania’. Pero vosotros no tuvisteis noches de insomnio, vosotros no queríais ver, era demasiado incómodo. Podría darte tanto ejemplos, grandes y pequeños. Te ruego que me creas si te digo que todo lo que escribo aquí responde a un intento de ayudaros a todos vosotros.
Con muy afectuosos saludos para todos vosotros. Tuya,
Lise
1933
Doce años antes y con mayor formalidad, Lise Meitner le había remitido a Otto Hahn, quien estaba de visita en la Universidad de Cornell, una primera carta en la que revelaba cierto candor sobre el nacionalsocialismo al suponer que podía llegar a ser una expresión política basada en la razón y el entendimiento.
El 21 de marzo de 1933 escribía a su estimado compañero:
Querido Otto Hahn:
Ayer llegó tu primera carta del 10 de este mes y un par de días después la que enviaste desde Nueva York. Gracias cordiales por ambas (…). Aquí, naturalmente, todos y todo se ve afectado por los radicales cambios políticos. Hoy es la ceremonia de inauguración del Reichstag en Postdam. La semana pasada recibimos instrucciones de la Asociación Káiser Wilhelm para poner la bandera con la esvástica al lado de la negra, blanca y roja bandera imperial.
(…)La esposa del canciller privado Schiemann y Edith [Junghans, esposa de Hahn] estuvieron aquí para escuchar la emisión por radio de la ceremonia de Potsdam. Todo fue amigable y digno. Hindenburg dijo unas pocas frases y dejó que hablase Hitler, que se pronunció con mucha moderación, tacto y de manera personal. Probablemente, las cosas continuarán así. Si la sensatez puede prevalecer entre los líderes, entre los que hay que contar sobre todo con Papen, entonces existe la esperanza de que todo termine bien al final. Los períodos de transición casi inevitablemente producen, por supuesto, todo tipo de torpezas. Todo depende ahora de la moderación racional.
Compromisos
Ambas cartas, la de 1933 y la de 1945, son como las superficies irreconciliables de una moneda. La autocrítica y la responsabilidad que exige en la segunda de sus misivas es un bello compromiso con la verdad y la dignidad que, con rara valentía, contrasta y se contrapone a la ingenuidad de la primera. Lise Meitner mostró una singular capacidad para criticar el compromiso político de muchos científicos con la comodidad del refugio académico y con un nacionalismo tuerto y trágico.
Otto Hahn recibió el premio Nobel de química correspondiente al año 1944 por “el descubrimiento de la fisión de núcleos pesados”. No pudo asistir a la ceremonia de entrega en 1945 porque era prisionero de los ingleses.
Hahn nunca hizo la declaración que Lise Meitner le solicitó como forma de reparación. A ella jamás le otorgaron el premio Nobel que mereció recibir con él.