Granada había sido tomada. Para los reyes Isabel I y Fernando II, y para los grandes señores de Castilla y Aragón, la caída del emblemático bastión moro sería el comienzo de una época de pretenciosos viajes y espectaculares conquistas. Sin embargo, para muchos de los pobladores de aquellos reinos de España, notables hombres de las cortes o simples vasallos, no habría ni gloria ni esplendor alguno en aquel hecho. Tras la conquista de la última ciudadela árabe en tierra ibérica, los monarcas, llamados “los Reyes Católicos”, promulgaron un edicto por el cual expulsaban a los judíos de sus tierras; si deseaban permanecer allí, solo podrían hacerlo tras convertirse al cristianismo.
Cristóbal Colón
Algunos años antes, los mismos monarcas se habían visto en la necesidad de considerar y decidir acerca de las solicitudes de un navegante genovés, un tal Cristóbal Colón, quien les expuso sobre la posibilidad de viajar hacia las tierras del oriente, pero enfilando los barcos en la dirección contraria, rumbo al occidente. Fue así que, entre 1486 y 1487, convocaron a un consejo de estudiosos, célebres astrónomos y cosmógrafos, para que se reuniera en Salamanca y se pronunciase sobre los deseos de aquel marino. Aunque no lo sabemos con total certeza, suponemos que en aquella junta de estudiosos se encontraba Abraham Zacuto, quien había escrito una prestigiosa obra en hebreo que llevaría el título de Composición Magna.
Aquel libro era un conjunto de elaboradas tablas para establecer la posición de los planetas, la Luna y el Sol en el cielo; además, en sus diecinueve capítulos, ofrecía a los navegantes, entre otras cuestiones, la posibilidad de que determinasen su posición geográfica en alta mar. Sí sabemos que el dictamen de aquella asamblea de eruditos salmantinos rechazó la realización del viaje, al juzgarlo imposible con las herramientas de navegación conocidas. A pesar de ello, el 3 de agosto de 1492, Colón, llevando a bordo la Composición Magna, zarpaba del puerto de Palos con rumbo a occidente en búsqueda de una nueva ruta hacia las Indias. Aquel mismo día, vencía el plazo que obligaba a los judíos a abandonar el reino regido por Isabel y Fernando, por lo cual Abraham Zacuto, nacido en la ciudad de Salamanca en 1452, dejó el mundo español y cruzó la frontera que lo conducía hacia los dominios del rey Juan II, en Portugal.