De la radio, la educación y las otredades
AL PEQUEÑO APARATO DE RADIO
Cajita con la que cargué cuidadosamente en mi huida
de casa al barco y del barco al tren
para que sus lámparas tampoco se me rompiesen
y mis enemigos no dejaran de hablarme
en la cabecera de la cama y con gran dolor mío
de sus victorias y mis penalidades
cerrando la noche y empezando la madrugada:
¡prométeme no enmudecer nunca de repente!
Bertolt Brecht 1
1. Brecht, B. (2003). Poemas del lugar y las circunstancias. Valencia: Pre-textos.
Se cumplen cien años de las primeras transmisiones de radio en la Argentina y el mundo y, como todo centenario, es una buena oportunidad para mirar atrás, seguir su trayectoria como un acontecimiento social significativo, recuperar las memorias que fue dejando y poder pensar reflexivamente sobre nuestro presente. Las efemérides son fragmentos del pasado que se cuelan en nuestro calendario y nos abren algunas puertas que nos permiten entender un poco mejor quiénes somos, cómo llegamos hasta acá.
La historia de la radio es un buen ejemplo para pensar la complejidad implicada en el desarrollo de un medio de comunicación, pues si bien en sus orígenes hay mucho de exploración técnica y científica, su pronto devenir como medio masivo nos muestra que las tecnologías no son algo ajeno a la sociedad, sino que son parte de su trama, de su historia y de los diversos intereses puestos en juego. La radio puede vincularse a un conjunto de inventos de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX (la fotografía, el fonógrafo, la pila, la electricidad, el teléfono, el cine, entre muchos otros) que marcan una nueva etapa económica, política y cultural denominada de diferentes modos (“Segunda Revolución Industrial”, “Primera Internacionalización”). Lo que en todos los casos se señala es la velocidad y la profundidad del cambio social que se fue gestando en esos años tanto por la transformación de la matriz socioproductiva como por los cambios en los modos de producir cultura, comunicación y vínculos sociales.
Los medios masivos de comunicación son parte de un dispositivo fundante de esas transformaciones que tomaron todo el siglo XX y parte de lo que va del XXI. Hoy, nuevamente, están en el centro de la escena con la presencia de internet, las redes sociales y los nuevos formatos virtuales que transforman rápidamente el entorno comunicacional en el que nos movemos, afectando a todas las esferas sociales de uno u otro modo. Estos dispositivos no deben pensarse solo como medios técnicos, sino como verdaderos dispositivos donde se produce, circula y se apropia el sentido social. No solo inciden y configuran las formas en que nos comunicamos, sino también –y fundamentalmente– los modos en que pensamos la realidad y la actualidad y le damos sentido a los mundos en que vivimos.
La radio, a diferencia de la prensa gráfica, se fue metiendo en la vida de quienes habitaban las ciudades y las zonas rurales sin distinguir clases sociales, dialogando con los saberes legítimos y, en particular, con los saberes y gustos populares. Con su lenguaje oral y sonoro, fue permeando los paisajes cotidianos del día a día, ingresando al orden familiar e intersubjetivo al acompañar las tareas rutinarias, domésticas y laborales. Es justamente esa capacidad de volverse rápidamente vida cotidiana, de mezclarse con las conversaciones de las audiencias –con sus músicas, sus sonoridades, sus memorias–, la que hace que no siempre se valore la incidencia que puede tener en lo que sus oyentes creen, piensan o sienten. La radio tiene una gran capacidad para configurar nuestras ideas sobre los universos que habitamos; especialmente, sobre aquellos que, aunque ciertamente distantes, nos interesan, nos afectan. Con diversos paisajes sonoros, nos lleva lo que ocurre en contextos y realidades ajenas al seno de nuestro hogar, de nuestro entorno laboral o de nuestro espacio vital para volverlas más cercanas, más propias.
Es, quizás, el medio que mejor permite comprender la complejidad de una sociedad mediatizada como la que habitamos: desde las primeras transmisiones –allá por 1920– a la diversidad y multiplicidad de sus formatos y géneros contemporáneos, muestra la flexibilidad de un medio que ha sabido reconocer las demandas y expectativas culturales de sus audiencias al mismo tiempo que ha tenido la capacidad de interpelarlas y de constituirlas como tales. La radio –a través del tono de sus conductores, del modo de dirigirse a sus oyentes, de la música, del formato usado– va configurando a sus públicos, como lo señaló hace ya unos años Mata2. Ese vínculo entre oyentes y radio es complejo porque es del orden de la afectividad, de la cercanía, de la confianza y de la delegación de ideología. De ahí que sea tan delicado y debamos comprenderlo en su complejidad, que involucra la percepción del mundo, su significación y su valoración. Hay “una pedagogía de los medios”, una forma en que nos enseñan a mirar el mundo, a movernos y a actuar en él, a amar a algunos y odiar a otros, a tener opinión sobre esto y aquello. Es un entorno muy poderoso que no puede dejarse librado a la lógica del mercado, de los poderes concentrados o de la propaganda. Si hay una “pedagogía de los medios”, entonces debe haber una “educación para los medios”, una formación para que podamos comprender cómo es que nos enseñan, cómo usan sus lenguajes, sus capacidades expresivas, para comunicar y qué lugar nos dan a los públicos, los usuarios, los consumidores.
Es necesaria una educación en medios para que la ciudadanía pueda vincularse activa, crítica y creativamente con estos dispositivos y ejercer el derecho a la comunicación –derecho que debe ocuparse de los medios, pues la comunicación social está mediatizada–. En ese sentido, dos tareas son centrales. La primera apunta a comprender el modo complejo en que producen los discursos mediáticos, identificar los sesgos a la hora de informar, las preferencias, los silencios, los estereotipos, las estrategias ideológicas y de mercado que se encuentran por detrás, sus estéticas y modos legítimos de comunicar, entre otros temas importantes. La segunda tarea es, quizás, tanto o más importante que la anterior: implica que la ciudadanía, además de aprender a escuchar, a leer, a ver o a interactuar críticamente con los discursos mediáticos, pueda también emitir, realizar, producir sus propios discursos. Esta última se viene desarrollando a partir de las propias posibilidades expresivas y técnicas de los medios digitales que favorecen la participación de sus usuarios como productores. Sin embargo, esa participación muchas veces obedece a estrategias comerciales o a otros tipos de intereses que los propios usuarios no conocen ni pueden usufructuar.
2. Mata, M. C. (1991). Radio: memorias de la recepción. Aproximaciones a la identidad de los sectores populares. Diálogos de la Comunicación, (30).