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El principio instituyente. Rancière y su manifiesto por la igualdad
Gabriel D´Iorio 20 diciembre, 2018

Esta igualdad de la que hablamos, cabe aclarar, no implica en su verificación la homogeneización de lo diferente. Es, más bien, el punto de partida de un movimiento que pone a prueba capacidades, que exige tomar la palabra o crear imágenes para presentar lo incontado por la cuenta escolar, estatal, mercantil, mediática. La igualdad de las inteligencias es el principio a partir de la cual ciertos cuerpos se desplazan, toman la palabra y producen escenas que reconfiguran variados órdenes de lo existente. Ni fuerza ciega ni ley del orden, la igualdad es la inteligencia misma desplegando su curiosidad por las cosas del mundo:

La razón empieza allí donde cesan los discursos ordenados con el objetivo de tener razón, allí donde se reconoce la igualdad: no una igualdad decretada por la ley o por la fuerza, no una igualdad recibida pasivamente, sino una igualdad en acto, comprobada a cada paso por estos caminantes que, en su atención constante a ellos mismos y en su revolución sin fin en torno a la verdad, encuentran las frases apropiadas para hacerse comprender por los otros. Es necesario entonces devolver las preguntas a los que se ríen. ¿Cómo, preguntan, se puede pensar una cosa como la igualdad de las inteligencias? ¿Y cómo podría establecerse esta opinión sin causar el desorden de la sociedad? Es necesario preguntarse lo contrario: ¿cómo es posible la inteligencia sin la igualdad? La inteligencia no es el poder de comprensión mediante el cual ella misma se encargaría de comparar su conocimiento con su objeto. Ella es la potencia de hacerse comprender que pasa por la verificación del otro. Y solamente el igual comprende al igual. Igualdad e inteligencia son sinónimos, al igual que razón y voluntad. (Rancière, 2003, p. 42)3


3. Esta sinonimia, seguimos leyendo, “que funda la capacidad intelectual de cada hombre es también la que hace posible en general una sociedad. La igualdad de las inteligencias es el vínculo común del género humano, la condición necesaria y suficiente para que una sociedad de hombres exista… Es cierto que no sabemos que los hombres sean iguales. Decimos que quizá lo son. Es nuestra opinión e intentamos, con quienes lo creen como nosotros, comprobarla. Pero sabemos que este quizá es eso mismo por lo cual una sociedad de hombres es posible”. Citamos ahora otra traducción: Rancière, J. (2003).


La verificación de la igualdad implica un esfuerzo y un compromiso de la voluntad o de la razón en su uso práctico para sostener la aventura intelectual. La exigencia de la igualdad implica comprobar, sostener, atender, proteger y recrear a cada paso las condiciones que la hacen posible. Implica también responder a un llamado o desafío. El problema consiste en ese llamado, en la capacidad para dar lugar al desafío.

Las prácticas de transmisión y explicación, tal como son revisitadas y criticadas en El maestro ignorante, lejos de acercarnos al objeto de estudio difieren el encuentro con él; en lugar de vincularnos a un conocimiento, la explicación para Jacotot-Rancière fija un orden que separa a los que saben de los que ignoran. Su función requiere posponer el encuentro con esa inteligencia muda que es la cosa-libro-obra, cosa que resulta inapropiable y que exige, en su mudez, el trabajo sin fatiga de la comprensión. De ahí que instruir pueda significar dos cosas exactamente opuestas:

… confirmar una incapacidad, en el acto mismo que pretende reducirla o, a la inversa, forzar una capacidad que se ignora o se niega, a reconocerse y a desarrollar todas las consecuencias de este reconocimiento. El primer acto se llama embrutecimiento, el segundo, emancipación. (Rancière, 2007, pp. 9-10)

Si el maestro explicador no hace más que confirmar incapacidades, la pregunta que se abre, entonces, es por el destino mismo del magisterio. Y es ante una pregunta tal que resulta preciso reafirmar las verdades más elementales: las mediaciones del maestro pueden servir de orientación, proponer lecturas, trazar relaciones no esperadas. De hecho, la palabra del maestro es imprescindible para interpelar y proponer desafíos. Pero luego de ese primer movimiento, lo que necesita una inteligencia para verificarse igual a otra es disponer tiempo y atención a la cosa-libro-obra.


Prof. en Filosofía (UBA).
Dr. en Artes (UNA).
Docente de Estética (DAAV-UNA) y de Ética (FFyL-UBA).
Dir. del Proyecto de Investigación “La imagen resiste, la imagen piensa" (UNA).
Ha trabajado en diversos programas, postítulos y cursos de formación docente.