Hace 60 años…
Orbitando la Tierra
En abril de 1961, un ser humano pudo ver la Tierra como nunca antes lo había hecho persona alguna. Era una mirada única, anclada en la ingravidez y el silencio del espacio. Se supuso que esta era una nueva visión para todo el género humano. Sin embargo, nos preguntamos si los ojos de Yuri Gagarin pueden ser considerados los de la humanidad, los de todas las personas que habitan la Tierra, sean de un pueblo o una cultura cualquiera…
La exploración del espacio
Desde los inicios mismos de la carrera espacial, cuyo punto de partida fue la señal emitida por la nave soviética Sputnik I mientras orbitaba la Tierra, se ha insistido en leer cada acto, cada logro o cada lanzamiento como una realización de toda la humanidad a pesar de que cada uno de esos logros, actos o lanzamientos portaban una bandera, un idioma y una historia personal. El sentido ecuménico que se le ha dado a los resultados de la exploración y la conquista del espacio puede que sea solo un endeble espejismo, una ilusión, un engaño producido por el desarrollo de los medios masivos de comunicación. De hecho, es legítimo que nos preguntemos si hubiésemos sentido que el “hombre” llegó a la Luna de no haber ocurrido la transmisión de TV que le dio forma.
Las cuestiones aquí planteadas parecen ser significativas porque la visión universalista que ha acompañado a los astronautas y cosmonautas impide comprender las razones particulares que motivaron la carrera espacial. No debemos olvidar que lo hecho por Yuri Gagarin fue producto del conflicto geopolítico entre la Unión Soviética y los Estados Unidos –por supuesto, lo mismo vale para la huella dejada por Neil Armstrong en la Luna–. Tal como afirma Clara Moskowitz, editora de la revista Scientific American, “sin la Guerra Fría, la misión Apolo 11 jamás habría tenido lugar”:
La necesidad de derrotar a la URSS y de proclamar la superioridad tecnológica de EEUU hizo que, en 1966, en el apogeo de la carrera espacial, la NASA se llevase el 4,5 por ciento del presupuesto nacional estadounidense. Sin embargo, después del primer alunizaje, la agencia nunca volvió a recibir más del 2 por ciento, una cantidad que desde 2010 se ha visto reducida al 0,5 por ciento anual.
Hoy, el prestigio nacional no es un incentivo suficiente para que un país acometa por sí solo la exploración del espacio: si la humanidad quiere volver a viajar a otro cuerpo planetario tendrá que hacerlo unida.1
Como lo venimos discutiendo, se reconoce en el escrito de Moskowitz una razón contingente, y no un grandioso sueño humanista, como el principal motivo para la carrera espacial con sus hitos como el vuelo de Gagarin, el alunizaje del Apolo 11 o el envío de sondas y vehículos interplanetarios. Sin embargo, en el análisis considerado se aspira a que el futuro, a diferencia del pasado, debe estar regido por ideales sustentados en la existencia de algo que llamaríamos humanidad. Clara Moskowitz salta sobre la trampa de la globalidad cuando habla de la historia reciente, pero cae en ella cuando imagina las décadas por venir. Parece relevante que podamos reflexionar sobre los significados de este nuevo universalismo porque ocurre en tiempos donde la vida tiene un tinte de virtualidad. Puede que el empresario y “profeta” Elon Musk nos permita comprender estos sentidos.
1.Moskowitz, C. (2019). Un pequeño paso atrás en el tiempo. Investigación y ciencia, (514), 20-21.
Este gurú del siglo XXI, fundador de Space X, habla en nombre de la humanidad, pero su sueño es la salvación de unos pocos. En función de la supervivencia de la especie, nos propone la colonización de Marte que solo podrán lograr los humanos que cumplan con la rigurosidad de la supervivencia del más fuerte. Bajo el resguardo de esta particular y falaz perspectiva “darwiniana”, sostiene: “Quiero enfatizar que esto será algo muy duro y peligroso, difícil, no para los débiles de corazón. Hay muchas posibilidades de que mueras, será difícil, pero bastante glorioso si funciona”2. Se compara con Ernest Shackleton, quien reclutó a su tripulación para un viaje a la Antártida a partir de un aviso en el que alertaba: “Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito”. Sin embargo, no nos parece legítima esta equiparación que hace el propio Musk. De hecho, no da con la talla del explorador británico3. Más pertinente sería medirlo contra las dudas del capitán Walton.
2. La polémica declaración de Elon Musk sobre sus planes para colonizar Marte (2021, 29 de abril). La Nación. Disponible en el siguiente enlace.
3. A diferencia de Elon Musk, Shackleton no hizo una lectura trascendente de su expedición antártica. Cuando su barco quedó atrapado en el hielo, ejerció un destacado liderazgo proponiendo como único objetivo posible luchar por el regreso. Lo realizado por Shackleton es una de las grandes proezas de la historia de las exploraciones marítimas, tanto que el geólogo Raymond Priestley escribió: “Como jefe de una expedición científica, yo elegiría a Scott; para un raid polar rápido y eficaz, a Amundsen; en medio de la adversidad, cuando no veas salida, ponte de rodillas y reza para que te envíen a Shackleton” (en Jauregui-Lobera, I. [2019]. Navegación e Historia de la Ciencia: La Expedición Terra Nova de Robert Falcon Scott. Journal of Negative and No Positive Results, 4[10], 1032-1046).
Walton
En el frío del ártico, Victor Frankenstein, quien intenta dar muerte a la criatura que diseñó, es rescatado por un explorador que desea llegar al Polo Norte a cualquier precio, incluso el de la vida de toda su tripulación. Agonizando por los esfuerzos de la persecución, le cuenta su historia a Walton y le aconseja:
Puede advertir fácilmente, capitán Walton, que he sufrido desventuras enormes y sin par. Decidí una vez que el recuerdo de estos males moriría conmigo; pero usted me ha hecho modificar esa decisión. Busca el conocimiento y la sabiduría, como yo los busqué antes; y espero fervientemente que el cumplimiento de sus deseos no se transforme en una serpiente venenosa, como ocurrió en mi caso. No sé si el relato de mis desventuras le será útil, pero, si así lo desea, escuche mi historia. Creo que los extraños incidentes que contiene van a proporcionar una visión de la naturaleza que pueden enriquecer sus facultades y su entendimiento. Me oirá hablar de fuerzas y de hechos que está acostumbrado a estimar imposibles: pero no dude que mi historia ofrece en sí misma pruebas internas de veracidad.4
Y si este consejo parece poco pertinente porque ha sido dado en un obra literaria, es significativo volver a escucharlo en función de los fáusticos sueños celestiales de Elon Musk y de las palabras de Edward Teller, quien al defender el desarrollo del armamento termonuclear dijo: “No hay ningún caso en que la ignorancia deba preferirse al conocimiento; especialmente si ese conocimiento es terrible”5.
Globalización
Hace sesenta años, un hombre orbitaba por primera vez la Tierra. Y aunque su mirada no fuese la nuestra, aquel hecho sería uno de los eslabones con los que se forjaron las cadenas de un complejo mundo globalizado. Lejos de las promesas formuladas, la vida de las personas se ha vuelto más frágil y quebradiza porque sienten que su destino está atado a fuerzas sociales lejanas sobre las que no tienen influencia alguna. La visión de una humanidad amarrada a un planeta pequeño y perdido en los confines del espacio sigue siendo una abstracción de una ruda crueldad que anula los sentires particulares de quienes tienen sus vidas vinculadas a formas más próximas y menos estridentes como una lengua, una ciudad, una familia, algunas amistades. En su obra ¿Cuánta globalización podemos soportar?, Rüdiger Safranski se cuestiona:
Hay un globalismo con el que propiamente ha comenzado la moderna reflexión sobre lo global. Como si nos encontráramos en espacio cósmico, miramos compasivos alarmados a la Tierra, a la que estamos a punto destruir y que, por otra parte, hemos de salvar. Descubrimos la Tierra como el biotopo global, como la casa de nuestro ser, amenazada de ocaso por la hybris de nuestra cultura técnica, por cuanto no reflexionamos sobre nuestra responsabilidad comunitaria. Este globalismo se entiende en un tono elevado; aquí el gran “nosotros” de la humanidad celebra su resurrección, y se sirve además de una panoplia de amenazas que exhorta la conversión. Es entonces cuando inician su carrera los jinetes del Apocalipsis, cuando se condena a la cultura consumista y los profetas del ocaso se disponen a empuñar el cilicio.
En su variante más sobria, este globalismo es un pensamiento frío, que menosprecia algunas consecuencias de la técnica y pone de manifiesto sus grandes riesgos, con lo cual tiene consecuencias útiles. En efecto, la percepción pública de dichos riesgos hace que se tomen decisiones políticas sobre la investigación, la tecnología y la inversión de capital, campos que hasta ahora en gran medida no se hallaban sometidos a las decisiones democráticas.
Y, sin embargo, la presión sobre la responsabilidad política relacionada con los problemas globales del entorno –pensemos, por ejemplo, en la posible catástrofe climática– no encuentra un sujeto de la acción globalmente unido, al que pudiéramos hacer entrar en razón y exigirle luego responsabilidades. Es cierto que se habla de la sociedad mundial como una comunicación universal. Pero esta sociedad mundial en proceso de comunicación no constituye ningún sujeto de la humanidad como una instancia activa, tal como se había soñado con anterioridad en el plano de la filosofía de la historia. Sólo tienen poder los estados y las confederaciones; en cambio, la “humanidad” carece de cualquier forma de poder. Es sólo un conjuro en la arena de los poderes reales, donde las asimetrías globales del poder, de la productividad y de la riqueza producen una escala de soberanía de tipo nuevo. Se pone de manifiesto que es soberano el que puede desplazar a otros las consecuencias de la propia acción. En este sentido, cuando Estados Unidos sabotea los acuerdos internacionales de protección del medio ambiente es más soberano que otros estados. Cuando escasean los recursos de energía, del agua o del aire, es el poder el que sigue decidiendo todavía sobre la distribución de las posibilidades de vida. Las consecuencias de la escasez la soportan ante todos los débiles, aunque luego se vean afectados también los más fuertes. En cualquier caso, es engañarse uno mismo creer que los problemas globales de dimensiones apocalípticas pueden conducir a la solidaridad global. También cabe afirmar que los últimos soportan la carga. Mientras tengamos la esperanza de pertenecer a los penúltimos esta lógica mantendrá su vigencia.6
4. Shelley, M. (2006). Frankenstein o el Prometeo moderno. Buenos Aires: Colihue, pp. 24-25. [Primera edición: 1818].
5. Shattuck, R. (1998). Conocimiento prohibido. Madrid: Taurus, p. 153.
6. Safranski, R. (2005). ¿Cuánta globalización podemos soportar? Buenos Aires: Tusquets, pp. 25-27.