Schole
MiradasEdición 6
R.U.R.
Revista SCHOLÉ 23 noviembre, 2020

Hace 100 años… se creaba la palabra “robot”

R.U.R.

El último hombre

Harry Domin, presidente de la compañía Robots Universal Rossum (R.U.R.), no puede evitar dar giros sobre su propio pensamiento, gesticulando y hablando. Sabe que es el fin, no el de su sueño particular, sino el de la humanidad toda. Se lamenta por haber llegado a este punto. Se habla a sí mismo, aunque el blanco aparente de su enojo sea Alquist, el jefe de los talleres.

El soliloquio es su último acto.

Estamos hablando ya casi desde el otro mundo. Alquist, no era un mal sueño liberar al hombre de la esclavitud del trabajo. Del horrible y humillante trabajo que el hombre tenía que sufrir. El trabajo era demasiado duro. La vida demasiado difícil. Y para superar eso…

…Quería que el hombre se convirtiera en maestro. Que no tuviera que vivir solo por un pedazo de pan. Quería que ni siquiera un alma se viera apresada por los trucos de otros. Quería que no quedara nada, absolutamente nada, de este maldito orden social. Me repugnan la degradación y el dolor, me repugna la pobreza. Quería una nueva generación. Yo quería… creí…1


  1. Čapek, K. (1966). R.U.R.. Madrid: Alianza, p. 33. (Primera edición: 1920).

Robots

Hubo un tiempo en el cual la utopía del regreso al paraíso perdido parecía posible. Fue cuando los ingenieros de R.U.R. comprendieron los secretos guardados por el viejo Rossum para fabricar robots. Sin duda, Harry Domin fue uno de los profetas más entusiastas de este sueño, y por ello se entregó al anhelo de eliminar el trabajo que, según su mirada, no podía ser otra cosa más que una maldición. Bajo su dirección, se crearon cientos de millones de androides. Distribuidos por todo el planeta, permitieron a los humanos volver a la ingenuidad del desasosiego edénico, a un mundo de quietud sin grandes tormentas ni vientos inesperados, sin hijos –casi nadie los deseaba– y sin esperanza, que ya no era necesaria. Si los males habían regresado a la caja de Pandora, ella también debía hacerlo. Tal vez todo esto significaba el fin de la humanidad, aunque ocurría sin los estertores de la angustia y bajo la forma de un suave desvanecimiento. Domin había logrado domeñar el dolor.

Sin embargo, ocurrió lo inevitable. Alejados de toda ilusión, sin el resguardo de sus fantasías y con las cabezas sumergidas en el pantano de sus propias torpezas, los hombres se extinguen. Con su rebelión, los robots imponen las leyes que los humanos, guiados por la desmesura y la fe ciega en sus logros tecnológicos, han promulgado. Alquist lo expresa con resignado enojo. Será el último hombre:
aula y robots

Otra vez de noche. Si pudiera dormir. Dormir, soñar, ver seres humanos… ¿Y estrellas aún hay? ¿Para qué sirven las estrellas si no hay seres humanos? ¿Sería capaz de dormir, de atreverme a dormir antes de que se haya reanudado la vida? Las máquinas, siempre estas máquinas. Robots, paradlas. Se ha perdido el secreto de la fábrica…, se ha perdido para siempre. Parad esas rabiosas máquinas. ¿Creéis que podréis sacar la vida de ellas? No, no; tenéis que investigar. Si yo no fuera tan viejo. ¡Oh miserable imagen, efigie del último hombre! Muéstrate, muéstrate, hace tanto que no veo un ser humano…, una sonrisa humana. ¿Qué es esa sonrisa? Esos dientes amarillos. Esto es el último hombre.2

R.U.R.portada


2. Ibídem, p. 43.


En 1920, Karel Čapek publicó R.U.R., una obra teatral en la que introdujo el neologismo robot. Aunque su significado fue variando con el propio devenir del tiempo y el excepcional desarrollo tecnológico en el campo de la inteligencia artificial, vale considerar, por su simbolismo, el significado primario del término a partir de su génesis en lengua checa. Robot no sería otra cosa que un ser obediente, incapaz de una voluntad propia; más precisamente, un siervo (“robota”: trabajo duro, labor vinculada a la servidumbre). Pero en la obra de Čapek la esclavitud propia de la maquina se invierte, y es el hombre quien termina aprisionado bajo el peso de su propia hibris. ¿Acaso es esta nuestra condición actual?

Obra de teatro

En el Olimpo ya no moran ni Zeus ni Hera. Tampoco habitan en sus laderas Poseidón, Afrodita, Hermes o Apolo. Son las “nuevas tecnologías” las que, con su aura de divinidad, los han reemplazado. El mayor de todos los dioses le ha dejado su trono al riguroso transhumanismo. Puede que el lamento de Alquist sea el que habremos de pronunciar como parte de nuestro último acto sacrificial. Cabe la posibilidad de que este no sea nuestro destino. Para ello, hemos de tener la virtud de pensar, de analizar y de reflexionar sobre la tecnocracia bajo las palabras que nos propone Lewis Mumford:

Nunca antes una cantidad tan vasta de seres humanos –en la práctica, toda la población del planeta– había vivido a merced de una minoría tan minúscula cuyo conocimiento especializado no parece incrementar otra cosa que la magnitud de su incompetencia en las mismas áreas de su especialización profesional.3


3. Mumford, L. (2011). El pentágono del poder. La Rioja, España: Pepitas de calabaza, p. 711. (Primera edición: 1970).