Schole
MiradasEdición 1
1959. Cartas de Hiroshima
Revista SCHOLÉ 17 mayo, 2019

Primera carta

Claude Eatherly se sentía autor de lo sucedido en Hiroshima. Declaró estar mejor en la cárcel que en el hospital psiquiátrico. Volvió a repetir actos “delictivos” en los que no cometía delito alguno. No creía que le correspondiese, después de la explosión atómica, la libertad. Fue internado nuevamente en el hospital psiquiátrico de Waco, donde, en 1959, recibió la primera carta del filósofo Günther Anders:

3 de junio de 1959

Estimado señor Eatherly:

El autor de las presentes líneas es para usted un desconocido; pero usted, en cambio, no resulta un desconocido para mis amigos ni para mí. Ya estemos en Nueva York, Viena o Tokio, siempre seguimos con gran inquietud sus intentos de controlar y superar su desgraciada situación. No por mera curiosidad ni por ningún tipo de interés médico o psicológico en el «historial de su caso». No somos médicos ni psicólogos. Lo seguimos porque, presos de una enorme consternación, nos hemos impuesto como tarea cotidiana el deber de dilucidar los problemas morales que oscurecen el horizonte actual de la Humanidad. Me refiero a la «tecnificación» de nuestro ser: el hecho de que hoy en día podemos ser utilizados, de forma subrepticia e indirecta —como piezas de una gran máquina—, para acciones cuyos efectos se escapan a nuestra vista e imaginación, pero que, si fuéramos capaces de figurarnos, nunca podríamos aprobar; este hecho ha alterado los más profundos pilares de nuestra existencia moral. Así, podemos convertirnos en «inocentes culpables», una condición que nunca había existido en los tiempos técnicamente menos avanzados de nuestros padres.

Supongo que ya empieza a entender qué tiene que ver esto con usted. Después de todo, es uno de los primeros en haber sufrido este nuevo tipo de culpabilidad que cada uno de nosotros puede padecer en un momento u otro. Lo que mañana mismo puede ocurrirnos a cualquiera es, de hecho, lo que ya le ha ocurrido a usted. Usted desempeña, por lo tanto, un trascendental papel de cabeza visible, incluso de pionero. Y, muy probablemente, esto no le agrade nada, pues es lógico que quiera recuperar la paz y que considere que su vida es asunto suyo. Pero aunque le aseguramos que detestamos la indiscreción tanto como usted y le adelantamos nuestras disculpas, en este caso me temo que la indiscreción resulta desafortunadamente inevitable, incluso necesaria. Desde que el azar (o como queramos llamar al hecho indiscutible) quiso convertir al individuo particular Claude Eatherly en un símbolo del futuro, su vida ha pasado a ser también asunto nuestro. Por supuesto, no es culpa suya que, entre todos los millones de seres humanos, le haya caído a usted la condena de convertirse en un símbolo; pero las cosas son como son.

 

No obstante, no crea que es el único que sufre esta condena, pues todos nosotros vivimos una época en la que podemos acabar derivando hacia dicha culpabilidad, época que no hemos elegido, como usted tampoco eligió su trágico papel. En este sentido, todos nos hallamos en el mismo barco, somos hijos de una sola y misma familia. Y es este destino común lo que ha determinado nuestra actitud hacia usted: cuando pensamos en sus sufrimientos, lo hacemos como hermanos; como si fuera usted un hermano que ha tenido la desgracia de tener que hacer lo que cada uno de nosotros puede verse obligado a hacer mañana mismo; como hermanos que esperamos poder evitar semejante calamidad, de la misma manera que usted desearía, terriblemente, vanamente, haber podido evitarla. Pero en su momento no le fue posible. La máquina funcionó impecablemente y usted era muy joven e inexperto. Así que lo hizo. Y como lo hizo, nosotros podemos aprender de usted y solo de usted en qué nos hubiéramos convertido de haber estado en su lugar, en qué podemos convertirnos. Como puede constatar, usted resulta, pues, terriblemente importante para nosotros, incluso indispensable. Por así decirlo, es nuestro maestro (…). 3

 


3. Ibidem, p. 1. N. del A.: en el libro no aparece la palabra “maestro”, sino “predecessor”. En este contexto, la no-literalidad de la traducción pretende ser más precisa con relación al significado del texto.


Maestros

El piloto “loco” de Hiroshima fue, durante mucho tiempo, un maestro ignorado o simplemente desconocido, como muchos buenos maestros.

En un trabajo como el de los arqueólogos, que desentierran recuerdos que el tiempo parece haber condenado al olvido, las cartas que intercambiaron Claude Eatherly y Günther Anders nos abren un camino para transitar y pensar sobre la “tecnificación de nuestro ser”, hecho que nos resulta difícil de percibir, pero que se ha acelerado en las últimas décadas.