Primera invernada
El 12 de febrero de 1902, seis hombres de la tripulación del Antarctic desembarcaron en Cerro Nevado -una isla cercana a la Península Antártica- para permanecer allí durante un año, haciendo mediciones meteorológicas y magnéticas e intentando desentrañar la historia geológica del lugar. Entre ellos se encontraba Sobral, quien compartiría con el jefe de la expedición, Otto Nordenskjöld, un pequeño espacio asignado como dormitorio en una cabaña que habían traído desde Suecia. Sobral, conmovido por las tierras australes, describe la debilidad del sol en los duros parajes antárticos:
(…) muy lindo brilló el sol con todo el esplendor de que es capaz en ese tiempo y en estas regiones y se redujo a describir un pequeño círculo al norte; es un sol sin calor, que sólo sirve de ornamento a la bóveda celeste y a este helado desierto y que nos mira sonriente, llena su cara de ironía y lo mejor que nos da es el recuerdo de que ese mismo sol, allá en el norte, da la vida (…)*
* Palabras textuales del libro del alférez José María Sobral, Dos años entre los hielos, editado en Buenos Aires, 1904.
El paso del tiempo en el mundo polar es distinto al que transcurre en el tormentoso movimiento de las ciudades. Hay que saber esperar, ser paciente, el retraso no significa descortesía ni abandono. El hielo puede dificultar el paso y provocar una tardanza mayor a la estimada. Cuando el Antarctic, que debía rescatarlos en septiembre de 1902, no mostró su silueta en Cerro Nevado, nadie se preocupó; ya vendría. Tampoco mostró su silueta cuando comenzó el año nuevo. A pesar de las dificultades que le impondría el mar helado, aún era verano y todavía no había razones para perder la confianza en que el barco arribaría.