Dos lecturas contrapuestas sobre los significados de una misma muerte
El asesinato
Las imágenes acuden para atormentarlo. Llegan repentinamente, sin aviso y sin señal y, aunque las maldiga, no se retiran. Se acercan sigilosas, le traen la desgracia de la memoria de una vida que querría olvidar. Vienen para tomar su conciencia por asalto y hacerle más doloroso el asesinato que va a cometer. Davo, el esclavo, el liberto, el pagano, el cristiano piadoso con sus malvenidos recuerdos, es quien usa sus manos. Las cruza sobre el rostro de la mujer que ama, que fue su maestra, su dueña y protectora, y que acepta sin quejidos el regalo del ahogo. Davo, el esclavo, el liberto, el cristiano, acaba de asesinar a Hipatia, cuyo cuerpo deja en los brazos del abandono para que sea lapidado por los parabolanos.
Pero Davo jamás existió, aunque el homicidio descripto por Alejandro Amenábar en su película Ágora sí sucedió. Tan solo un par de décadas después de la quema del Serapeum, donde estaba alojada la Gran Biblioteca de Alejandría, Hipatia, hija de Teón y excelsa filósofa neoplatónica, fue cruelmente muerta no por asfixia, sino por desollamiento, según la forma en la que lo describe Sócrates el Escolástico, historiador del siglo V:
Todos los hombres la reverenciaban y admiraban por la singular modestia de su mente. Por lo cual había gran rencor y envidia en su contra, y porque conversaba a menudo con Orestes, y se encontraba entre sus familiares, la gente la acusó de ser la causa de que Orestes y el obispo no se habían hecho amigos. Para decirlo en pocas palabras, algunos atolondrados, impetuosos y violentos cuyo capitán y guía era Pedro, un lector de esa iglesia, vieron a esa mujer cuando regresaba a su casa desde algún lado; la arrancaron de su carruaje; la arrastraron a la iglesia llamada Cesárea; la dejaron totalmente desnuda; le tasajearon la piel y las carnes con caracoles afilados hasta que el aliento dejó su cuerpo; llevaron los pedazos a un lugar llamado Cinarón y los quemaron hasta convertirlos en cenizas.1
1. Alic, M. (2005). El legado de Hipatia. Madrid: Siglo XXI, p. 63. (Primera edición: 1986).
¿Por qué sucedió tan cruel asesinato? ¿Qué significó esta muerte para el mundo alejandrino y por qué considerarla hoy?
Hipatia era una figura desconocida por fuera de los círculos de algunos estudiosos hasta que la serie televisiva Cosmos2 la rescató del olvido. Pero ese rescate se hizo bajo una particular lectura heroica, que inspiró y dio forma al relato de Alejandro Amenábar. Según esta perspectiva, si Hipatia no hubiese sido asesinada y unos años antes no hubiese sido devastado el Serapeum, los sucesos de la historia hubiesen sido otros: la “oscura” Edad Media no hubiese sucedido y la “gloriosa” razón de la modernidad nos habría llegado antes. Esta mirada sugiere que, entre el conocimiento sostenido por Hipatia y el saber de Copérnico, había que dar solo un pequeño paso que la intolerancia religiosa impidió y, por ello, tuvimos que esperar mil doscientos años hasta que hombres como Galileo, Kepler y Newton pudieron dar una nueva perspectiva sobre el universo.
2. Cosmos: un viaje personal [Cosmos: A Personal Voyage], de Carl Sagan (1980).
Por supuesto, como toda idea simple que enfrenta el bien contra el mal, la razón contra el oscurantismo, ofrece una traicionera paz al espíritu. Las invisibles garras de esta dicotomía rasgan el pensamiento impidiendo entender las complejidades vinculadas al conocimiento y a la propia razón; cristalizan un nuevo dogmatismo. En la película, Hipatia reconoce la ley de inercia y, además, determina el movimiento elíptico de los planetas, cuestiones que se establecerían como enunciados teóricos y fenómenos empíricos recién en el siglo XVII.
Como contrapeso a estas imágenes idealizadas sobre el devenir de la civilización grecorromana centradas en una figura particular, revisemos brevemente la lectura que Maria Dzielska, en su obra Hipatia de Alejandría, nos ofrece sobre su lugar y asesinato:
No podemos, por lo tanto, unirnos a quienes lloran a Hipatia como “la última de los helenos” o mantienen que su muerte supone la desaparición de la ciencia y la filosofía alejandrinas. La religiosidad pagana no expira con Hipatia, como tampoco lo hacen ni las matemáticas ni la filosofía griegas. Después de su muerte, el filósofo Hierocles inicia una rama bastante notable de neoplatonismo ecléctico en Alejandría. Hasta la invasión de los árabes, los filósofos siguen elaborando las enseñanzas de Platón, de Aristóteles (cuya popularidad aumenta en Alejandría durante aquel tiempo) y de los neoplatónicos desde Plotino hasta esos mismos contemporáneos. De acuerdo con la tradición alejandrina, prosiguen los avances en matemáticas y astronomía. La escuela alejandrina logra sus mayores éxitos a finales del siglo V y comienzos del VI en las personas de Amonio, Damascio (vinculado a Alejandría y Atenas), Simplicio, Asclepio, Olimpiodoro y Juan Filopono.3
3. Dzielska, M. (2009). Hipatia de Alejandría. Madrid: Siruela, p. 117.
La interpretación
Una Alejandría imponente se despliega en la pantalla. En el Serapeum, Hipatia explica la física de Aristóteles y la razón de la caída de los cuerpos. Es una sociedad ideal para el saber y el conocimiento. Un mundo que, según relata Amenábar, se habría de desmoronar por los conflictos y la intolerancia debido al fanatismo religioso. En este sentido, el relato se ajusta a la perspectiva grandilocuente según la cual la humanidad ha caminado desde la ignorancia de la fe hacia la iluminación de la razón. Una línea de progreso imparable que los sucesos del siglo V solo habrían ralentizado. El film no ofrece dudas y pareciera que es mucho lo que sabemos sobre Hipatia; sin embargo, Maria Dzielska sostiene que:
No cabe duda de que es imposible recrear la vida y los méritos de Hipatia apoyándose en la leyenda literaria. Al ejercer la prerrogativa de la leyenda artística, poetas, novelistas y divulgadores de la historia han hecho poco más que multiplicar –de acuerdo con su época y progreso personal– las imágenes subjetivas. Y por muy deseable que sea volver a examinar la vida y la muerte de Hipatia a la luz de los hechos, son muy pocas, como veremos en las fuentes, las pruebas directas que han llegado hasta nosotros.
Respecto de la situación política vinculada al asesinato de Hipatia, Dzielska comenta:
…Hipatia y su círculo no tienen motivos para quejarse del obispo Teófilo. Quienes asisten a los cursos neoplatónicos de la profesora no se ven amenazados por persecución alguna (como temía el filósofo Olimpio); se les permite continuar sus estudios. La misma Hipatia, sin necesidad de ocultar su religiosidad no cristiana, disfruta de plena independencia intelectual y de la tolerancia de las autoridades eclesiásticas.
Estas circunstancias empiezan a cambiar con la elección de Cirilo, sobrino de Teófilo, para el trono de san Marcos. Pronto queda claro que Hipatia no llegará a ningún acuerdo con el patriarca. En la actualidad, los historiadores eclesiásticos manifiestan gran respeto por Cirilo como teólogo y defensor de dogmas, pero sus contemporáneos lo ven de otra manera. Las fuentes lo describen como un hombre impetuoso, ansioso de poder más implacable que su predecesor tío en la consecución de una mayor autoridad, y que despierta una firme oposición en Egipto.
…la cabeza de la iglesia y el representante del poder imperial siguen enfrentados; de los dos Orestes es el más obstinado. El sangriento conflicto entre cristianos y judíos, la expulsión de estos últimos de Alejandría, el intento de asesinato por parte de los monjes y las restantes demostraciones religiosas de Cirilo alimentan su terquedad. […] Sin duda alguna, la postura inflexible de Orestes ante las actividades del patriarca encuentra un sólido respaldo en personas influyentes de la clase dirigente de la ciudad y de sus alrededores. Una de la personas notables que le apoyan es Hipatia, con quien ha trabado amistad desde los comienzos de su mandato en Alejandría. […]
Hipatia se ha asociado a la estructura antigua de la civitas basada en un gobierno civil secular y en el diálogo, no la violencia, en política. Indudablemente, comparte con Orestes la convicción de que la autoridad del obispo no debe extenderse a sectores que corresponden a la administración imperial y municipal.4
4. Ibídem, pp. 96-97.
Alejandría era una ciudad sumida en un conflicto profundo, tanto social como político, donde pequeños cambios podían amplificar la tensión. El nombramiento de Cirilo como patriarca de la ciudad fue uno de esos hechos singulares que ahondó los enfrentamientos. Pocas dudas caben sobre su responsabilidad en la instigación del asesinato de la gran filósofa neoplatónica. Pero, tal como se advierte en Hipatia de Alejandría, deberíamos evitar caer en la interpretación propia de la modernidad sobre los sucesos ocurridos en Egipto en el año 415, según la cual la intolerancia religiosa se impuso sobre la lucidez de la razón. Sin embargo, como venimos afirmando, es en esta interpretación donde se refugia la seductora película de Alejandro Amenábar. Bastan solo dos leyendas para ilustrar este concepto, la que abre el film y la que lo cierra. Leemos en los primeros segundos:
Al final del siglo IV d. C. el Imperio Romano empezaba a derrumbarse.
Alejandría, en la provincia de Egipto, aún conservaba parte de su esplendor. Poseía una de las 7 maravillas del mundo antiguo: el legendario Faro, y la biblioteca más grande conocida.
La Biblioteca no era sólo un símbolo cultural, sino uno religioso, un lugar donde los paganos veneraban a sus dioses ancestrales.
El tradicional culto pagano coexistía ahora en la ciudad con el judío y con una religión imparable, hasta hacía poco prohibida: el Cristianismo.5
5. Ágora, de Alejandro Amenábar (2009).
El texto de los últimos fotogramas no deja dudas sobre la perspectiva que se propone:
El cuerpo de Hipatia fue mutilado y sus restos arrastrados por las calles y quemados en una pira. Orestes desapareció para siempre y Cirilo se hizo con el poder en Alejandría.
Posteriormente, Cirilo fue declarado santo y doctor de la Iglesia.
Aunque no se conserva ninguna obra de Hipatia, se sabe que fue una astrónoma excepcional, conocida por sus estudios matemáticos sobre las curvas cónicas.
Mil doscientos años después, en el siglo XVII, el astrónomo Johannes Kepler descubrió que una de esas curvas, la elipse, rige el movimiento de los planetas.6
6. Ibídem.
Ágora es una bella producción, encantadora en su viaje a través del tiempo, pero que –como se percibe al ser comparado con el estudio histórico de Maria Dzielska– propone una idealización de un conflicto entre la fe y el entendimiento lógico que olvida la advertencia del aguafuerte de Goya: El sueño de la razón produce monstruos. En este sentido, la película parece perdida en su propio laberinto al promover un relato que expresa más un deseo de sencillez sobre los dramas del mundo que una posibilidad para la reflexión y el análisis. Hoy, lejos de lo que propone Ágora, parece más significativo preocuparse por la imagen moderna del científico como santo laico y de la tecnociencia como acto de salvación. El siglo XIX contribuyó a hacer de los científicos los héroes ficticios de la epopeya del progreso, como afirma Yannick Fonteneau que concluye:
Estos cambios han configurado una categoría cultural donde aquellos que buscan la verdad se amparan bajo la categoría del bien, al margen de su naturaleza humana. Esta categoría persiste aún a los ojos del público y de las instituciones políticas, que desconocen cómo funciona realmente la ciencia. Muchos creen todavía que la ciencia surge del golpe de genio de un puñado de héroes, cuando es fruto de la crítica de los resultados, de la replicación de los experimentos y de la construcción de teorías por parte de una legión de escribas. En este sentido, los premios Nobel son una reliquia que no se corresponde en absoluto con los modos de producción de la ciencia.
Más aún, si ampliamos nuestra perspectiva, estas figuras de la ciencia son, de hecho, la expresión de nuestra necesidad antropológica de héroes. Representan, en las modernas sociedades occidentales, el culto a los ancestros, a quienes hemos dedicado esculturas, celebraciones y recuerdos de hechos gloriosos.7
7. Fonteneau, Y. (2019). Einstein, Newton o Pasteur no eran santos. Investigación y Ciencia, (517), 68-75.
El estudio crítico de Maria Dzielska es un trabajo interesante para ser contrapuesto al relato que nos sugiere la película de Alejandro Amenábar. Ágora, no pocas veces, entrona una perspectiva sobre la enseñanza de la tecnociencia que esteriliza una crítica a la que no podemos ni debemos renunciar.