Hablan en plural. Los jóvenes egresados lo hacen cuando dicen “nos escuchan”. Y Victoria, Rodrigo y Paloma también hablan en plural. Hablan en primera persona del plural. Lo que me cuentan, los involucra. Quizás sea esta la experiencia del PIT, que se hace con, entre otros, que ofrece a los jóvenes un vínculo que les permite ser parte de un “nosotros”. Un “nosotros” que se constituye gracias a las diferencias, a lo que los jóvenes dicen y los adultos escuchan.
“Los escuchamos” quiere decir que hacemos lugar a esas palabras/historias aunque nos duelan o molesten. Dicen, justamente, lo que no queremos escuchar, lo que nos incomoda como docentes, pero también como adultos, como sociedad, como sistema educativo.
Los jóvenes que llegan al PIT viven y cuentan situaciones de vida social, familiar y escolar en las que nosotros, los adultos, no quedamos muy bien parados. Somos los que no los hemos recibido en las instituciones educativas, quienes tampoco les hemos propiciado un lugar en la familia, los que los maltrataron en las instituciones que deberían haberlos recibido cuando –como dice Arendt– fueron arrojados al mundo y quedaron sueltos. Somos, también, los adultos que los estigmatizan en los medios priorizando el lucro por sobre todas las cosas. Son jóvenes que tienen entre 14 y 17 años, ¿vamos a decir que, a esa edad, pueden “responder” por la vida que viven como si ya hubiesen tenido oportunidad de elegir? ¿La han elegido a los 14, 15, 16 años…?
Nos duelen sus historias y muchas veces no sabemos cómo hacer, pero sí sabemos qué: tenemos que enseñar, ellos tienen que aprender; y eso no ocurrirá si no los escuchamos, si no los acompañamos en ese proceso. Enseñar, escuchar y acompañar son palabras claves en el PIT. Hay lugar para eso porque nos interesa “mover” la escuela, sacarla de la sordera. De vez en cuando, exageramos y decimos que nos gustaría romper en mil pedazos ese modelo escolar que deja afuera a miles de jóvenes que no eligieron las situaciones de vida que tienen y que son las que, en la mayoría de los casos, les impiden sostener la escolaridad. Nos da rabia, nos enoja y, también, nos energiza para encarar un trabajo que es el que hacemos todos los días y es… complicado. A veces, cansa, parece que no se puede, nos salen mal las cosas. Porque el objetivo está claro y es muy loable, ¿quién te va a negar hoy una escuela inclusiva? De “palabra”, todos de acuerdo. Pero, ¿cómo lo hacemos? No tenemos (no hay) receta para eso. Hablar es fácil, pero el caminito que te lleva por ahí hay que ir haciéndolo todos los días. Y no es de a uno; no depende de uno. Eso también lo complica. Acá no hay un superhéroe que viene a salvarnos. Es el trabajo. Y es un trabajo que estamos aprendiendo a hacer. Es entre todos, con los coordinadores, con los profesores, los preceptores; y sin “caretear”. Hay que “blanquear”, no solo para afuera, también entre nosotros: el PIT se armó para “arreglar” la escuela que, así como estaba, no podía recibir a todos los jóvenes. Si alguien se pensó que era una “changuita… unas horitas más con pocos pibes, para meter a los amigos…”, se equivocó. Nos llenamos la boca hablando de la inclusión, pero acá hay que arremangarse, viste. Nosotros decimos que para declaración de principios ya tenemos la resolución que nos orienta, la Ley de Educación Provincial 9870 y, si todavía tenemos dudas, está la Ley Nacional 26206.
Todos recitamos la inclusión, la reivindicamos, nos llenamos la boca. Ahora: ¿cómo se hace? Cómo se hace, además, sobre la base de lo que hemos construido; no es que levantamos un telón y “de acá para allá es el PIT y de acá para allá la otra escuela”. Hay que hacer con lo que tenemos. La escuela puede reinventarse. Como dicen Masschelein y Simons: la escuela es una invención humana, por tanto, puede reinventarse. Pero la escuela tiene historia.
La experiencia del PIT está proponiendo otro modo de establecer vínculo: con el tiempo, con los otros, con la herencia que recibimos del sistema, con lo que nos piden las nuevas generaciones.
Nosotros creemos que escuchar a los jóvenes nos permite revisar esa invención para recrearla. No para destruirla, sino para reinventarla. Lo que ellos nos cuentan de sus experiencias escolares infructuosas no sirve si es para juzgarnos, acusarnos, autoflagelarnos por los errores cometidos. Solo si esa escucha de lo que no hicimos bien “nos hace” preguntas vale la pena exponerse a ella.