Schole
MiradasEdición 4
Max Born
Revista SCHOLÉ 14 abril, 2020

El dilema de Born

Unos pocos años antes de su muerte, ocurrida en 1970, escribió una emotiva reflexión sobre el tiempo que le tocó vivir, el de las dos contiendas mundiales, el del origen de la guerra química, el del Holocausto y la bomba atómica. Se podría deducir de ese escrito una profunda desilusión respecto de la posibilidad de que la ciencia alguna vez forme parte del interés de la mayoría de las personas y se transforme en una fuerza positiva en la construcción de una sociedad que aspire a ser más equitativa y más cuidadosa de los vínculos humanos.

Holocausto y la bomba atómica

Sin duda, es un texto áspero y posiblemente injusto, pero es una buena base para iniciar un juego de reflexión que nos permita comprender y resignificar el valor de llevar a debate público las implicancias del conocimiento científico, aunque las dificultades para lograrlo parezcan insalvables. Escribe Born al final de su vida:

Me obsesiona la idea de esta ruptura en la civilización del hombre, producida por el descubrimiento de los métodos de las ciencias naturales, pueda ser irreparable. Aunque amo las ciencias naturales, tengo la sensación de que se oponen de tal manera al desarrollo y a la tradición históricas que no pueden ser asimiladas por nuestra civilización. Pudiera ser que los horrores políticos y militares así como el total derrumbamiento de la ética, de todo lo cual he sido testigo a lo largo de mi vida, no sean el síntoma de una debilidad social pasajera, sino una consecuencia necesaria del desarrollo de la ciencia natural, la cual en sí es uno de los mayores logros intelectuales de la humanidad. Si verdaderamente esto es así, entonces el hombre como ser libre y responsable, está acabado.
Si la raza humana no desaparece a causa de una guerra con armas nucleares, degenerará hasta ser una manada de criaturas obtusas y tontas bajo la tiranía de dictadores, que la dominarán con ayuda de máquinas y computadoras electrónicas.

Esto no es ninguna profecía, sino una pesadilla. Me siento responsable, aunque yo no haya participado en la aplicación de conocimientos científicos naturales con fines destructivos, como la producción de la bomba A o la bomba H. Si mi filosofía es correcta, el destino de la raza es una consecuencia necesaria de la constitución del hombre, una criatura en la que se entremezclan instintos animales y fuerzas intelectuales.5

bomba A o la bomba H


5. Born, M. y Born, H., op. cit., p. 71.


Hay en estas palabras dos enunciados que merecen ser analizados con cierto detenimiento. El primero es una consideración sobre la naturaleza de la ciencia y que sostiene, aunque no de manera explícita, que los logros científicos son el producto de una actividad marcada por una lógica interna, que es independiente de otras cuestiones sociales; es lo que Max Born formula como “la ciencia en sí”. Podemos considerar de manera crítica esta afirmación porque no hay tal cosa como “la ciencia en sí” dado que la actividad científica es parte del barro de la historia. El segundo enunciado es más difícil de abordar y es una cuenta pendiente que queda para la educación y la divulgación que, además, no sabemos si tiene resolución alguna: ¿es posible para la población comprender los significados intelectuales, sociales y políticos de los logros científicos? ¿Hay disposición para discutir sobre la tecnociencia o, por el contrario, lo que se propone bajo el marco de la divulgación y –en parte– de la educación es un acto publicitario sobre las bendiciones del progreso instrumental y el valor de la ciencia como un nuevo sacerdocio? Max Born es escéptico, y los sucesos posteriores a su muerte parecen darle la razón. Sin embargo, debemos considerar las frases finales de su texto y repensar así cada una de sus palabras anteriores:

También puede ocurrir que mis reflexiones sean totalmente equivocadas. Espero que así sea. Quizá algún día aparezca una clase de hombre más hábil e inteligente que el de nuestra generación, capaz de sacar al mundo del callejón en el que se encuentra.6


6. Ibídem, p. 72.