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Una reseña donde dialogan Pinker y Harari
Revista SCHOLÉ 20 diciembre, 2018

Una reseña donde dialogan “En defensa de la Ilustración” de Steven Pinker y “21 lecciones para el siglo XXI” de Yuval Noah Harari

La humanidad se enfrenta a revoluciones sin precedentes, todos nuestros relatos antiguos se desmoronan y hasta el momento no ha surgido ningún relato nuevo para sustituirlos. ¿Cómo prepararnos y preparar a nuestros hijos para un mundo de transformaciones sin precedentes y de incertidumbres radicales? (Harari, 2018).

Las consideraciones y las preguntas que formula el historiador Yuval Harari en este breve párrafo, y que inician el capítulo “Educación” de su libro 21 lecciones para el siglo XXI, desarticulan cualquier forma de certidumbre y deshacen todo refugio simbólico sobre el cual se podría intentar una perspectiva, una visión del mundo por venir. Entonces, ¿cómo actuar bajo esta representación de la realidad? ¿No nos conduce esta disposición hacia una forma de nihilismo que paraliza? Parece, pues, urgente afrontar y resolver este planteo. Una forma de desenredar el problema es hacerlo bajo la suposición de que toda la cuestión está mal enunciada y que, por esa misma razón, la pregunta carece de valor. ¿Se puede sostener que todos los relatos se han caído? ¿Acaso no hay forma de volver más certero el pensamiento si asumimos que hay narrativas sobre la historia humana que aún pueden guiarnos para idear un futuro que nos permita delinear nuestra “preparación” y la de nuestros hijos?

Steven Pinker, psicólogo evolucionista de la Universidad de Harvard, no duda de que tenemos a mano un buen relato, uno que no es creación o ilusión de la imaginación humana, sino una realización del hombre moderno. Sin embargo, advierte Pinker, solemos olvidar sus logros y, con ello, los ideales que podemos delinear para nuestro futuro porque los medios erosionan nuestra capacidad para analizar con objetividad el mundo. El título de su libro resume con singular economía su perspectiva: En defensa de la Ilustración. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso. En el comienzo de la obra, sostiene:

Este libro supone mi intento de reformular los ideales de la Ilustración en el lenguaje y los conceptos del siglo XXI. En primer lugar diseñaré un marco informado por la ciencia moderna para entender la condición humana: quiénes somos, de dónde venimos, cuáles son nuestros desafíos y cómo podemos afrontarlos. El grueso del libro está dedicado a la defensa de estos ideales de una manera propia y distintiva del siglo XXI; es decir, con datos. Adoptar el proyecto ilustrado a partir de las evidencias revela que los presupuestos de la Ilustración no eran una esperanza ingenua. La Ilustración “ha funcionado” y tal vez sea la mayor historia jamás contada. Y dado que este triunfo ha sido tan poco reconocido, los ideales subyacentes de la razón, la ciencia y el humanismo también han sido menospreciados. Lejos de constituir un consenso insulso, estos ideales son tratados por los intelectuales actuales con indiferencia, con escepticismo y a veces con desprecio. Por mi parte sugeriré que, cuando se valoran adecuadamente, los ideales de la Ilustración son, de hecho, emocionantes, estimulantes y nobles; son una razón para vivir. (Pinker, 2018, p. 26)

Las reflexiones que propone Harari parecen cuestionar esta visión panglossina de la historia. Aunque ambos coinciden en cierto optimismo sobre el relato de la modernidad, el historiador cree que esa narrativa ya no es capaz de dar respuestas a las más significativas cuestiones que enfrentamos hoy:

Obama ha señalado con acierto que, a pesar de los numerosos defectos del paquete liberal, este tiene un historial mucho mejor que cualquiera de sus alternativas. La mayoría de los humanos nunca ha disfrutado de mayor paz o prosperidad que durante la tutela del orden liberal del siglo XXI. Por primera vez en la historia, las enfermedades infecciosas matan a menos personas que la vejez, el hambre mata a menos personas que la obesidad y la violencia mata a menos personas que los accidentes.

Pero el liberalismo no tiene respuestas obvias a los mayores problemas a los que nos enfrentamos: el colapso ecológico y la disrupción tecnológica. Tradicionalmente el liberalismo se basaba en el crecimiento económico para resolver como por arte de magia los conflictos sociales y políticos difíciles. El liberalismo reconciliaba al proletariado con la burguesía, a los fieles con los ateos, a los nativos con los migrantes y a los europeos con los asiáticos, al prometer a todos una porción mayor del pastel. Con un pastel que crecía sin parar, esto era posible. Sin embargo, el crecimiento económico no salvará al ecosistema global; justo al contrario, porque es la causa de la crisis ecológica. Y el crecimiento económico no resolverá la disrupción tecnológica: esta se afirma en la invención de tecnologías cada vez más disruptivas. (Harari, 2018, pp. 34-35)

Sobre este último punto, Steven Pinker supone que, por difíciles que sean estas dos cuestiones, también estamos en el mejor de los mundos posibles o que, al menos, si mantenemos el esfuerzo y la claridad, nos dirigimos hacia él:

Pero ¿es sostenible el progreso? Una respuesta habitual a las buenas noticias relativas a la salud, la riqueza y el sustento es que no pueden continuar. Conforme infestamos el mundo con nuestra numerosa población, engullimos la abundancia del planeta ignorando su finitud y ensuciamos nuestros nidos con contaminación y residuos estamos acelerando el día del juicio medioambiental. Si la superpoblación, el agotamiento de los recursos y la contaminación no acaban con nosotros, entonces lo hará el cambio climático.

Al igual que el capítulo dedicado a la desigualdad, no voy a defender que todas las tendencias sean positivas ni que los problemas a los que nos enfrentamos sean menores. Pero presentaré una forma de pensar en estos problemas que difiere de las lúgubres creencias generalmente aceptadas y ofrecen una alternativa constructiva al radicalismo o el fanatismo que estas alientan. La idea clave es que los problemas medioambientales, al igual que otros problemas, son resolubles con los conocimientos adecuados. (Pinker, 2018, p. 162)

Luego de un profundo análisis que contradice muchas de las perspectivas que alertan sobre el cambio climático y otras cuestiones ambientales, su capítulo dedicado a esta temática concluye con una de las más ambiciosas visiones sobre la educación. Allí supone que toda la compleja situación actual se resuelve bajo el buen funcionamiento de la maquinaria de la razón, algo que, al mismo tiempo, dejaría en claro cómo debería ser la formación de las nuevas generaciones. ¿No son las siguientes palabras, de ser ciertas, una guía precisa para decidir qué debe ser la escuela y anular la angustiante pregunta que formuló Harari?:

Los problemas son solubles, lo cual no significa que vayan a resolverse por sí solos, sino que podemos solucionarlos ‘si’ mantenemos las fuerzas benevolentes de la modernidad que nos han permitido resolver problemas hasta ahora, entre los que se incluyen la prosperidad social, los mercados sabiamente regulados, la gobernanza internacional y las inversiones en ciencia y tecnología. (Pinker, 2018, p. 200)

Pero podemos preguntarnos, bajo el empuje de los conflictos que marcaron la historia de la última centuria, si estas consideraciones no son un ilusorio espejismo creado por nuestro deseo más que una descripción objetiva del mundo.