Sus creadores y responsables lo definen del siguiente modo (TEDxRíodelaPlata, 2010-2019):
TED es una organización sin fines de lucro dedicada a las “ideas que vale la pena difundir”. Comenzó como una conferencia de cuatro días en California en 1984 y ha crecido para apoyar a aquellas ideas que intentan cambiar el mundo por medio de distintas iniciativas.
Las dos conferencias anuales de TED invitan a los pensadores y hacedores más importantes del mundo a dar la charla de su vida en no más de 18 minutos. Muchas de estas charlas están disponibles gratuitamente en TED.com. Por TED han pasado algunos oradores como: Bill Gates, Jane Goodall, Elizabeth Gilbert, Sir Richard Branson, Nandan Nilekani, Philippe Starck, Ngozi Okonjo-Iweala, Sal Khan y Daniel Kahneman.
La forma no es una cuestión accesoria; en una clase, o en una conferencia, es parte de lo que se expresa y, por ello, importan tanto la secuencia de palabras y oraciones como el lugar donde se dicen, la manera en la que se enuncian, el tiempo que se les dedica y el imaginario que el orador y los organizadores tienen de quien escucha y al que se le permite –o se le impide– preguntar, objetar o aclarar.
TED es una gran plataforma donde, valga como ejemplo, Bill Gates, fundador de la corporación Microsoft, lejos de mostrarse como un magnate del mundo capitalista de posguerra, aparece como un hombre comprometido con el drama de la malaria o el problema de la energía. Su presencia es más importante que aquello que explícitamente enuncia porque, estando allí, dice que el problema no es el reparto injusto de la riqueza, ni el desembarco de tropas en lejanas geografías, ni la muerte de millones de personas por enfermedades evitables que contraen porque están obligadas a vivir en la peor de las miserias. Gates habla de enfermedades parasitarias, pero desde el lugar del filántropo modelo que dona parte de su más que extensa fortuna –sin duda, la forma predilecta para tener “buena” conciencia–. Su presencia cambia el foco hacia la supuesta relevancia de tener “grandes” ideas, dando vuelo y valor a la vieja meritocracia que justifica todas las inequidades del mundo moderno. Bill Gates representa a aquel tecnócrata que imagina que el actual es el mejor de los mundos posibles.
La organización TED otorga, además, un galardón anual cuyo fundamento se expresa en su página web (TED Conferences, s.f):
El Premio TED nació de las visiones ofrecidas en la Conferencia TED sobre cómo puede ocurrir el cambio en el mundo, una idea a la vez. El Premio TED se otorgó por primera vez en 2005 a Robert Fischell (que deseaba nuevas curas para los trastornos cerebrales), Edward Burtynsky (que deseaba una conversación global sobre sostenibilidad) y Bono (que deseaba un movimiento social de activismo para África). En los años posteriores, el Premio TED fue otorgado a una diversa lista de líderes, desde el autor Dave Eggers a la oceanógrafa Sylvia Earle, a la arqueóloga espacial Sarah Parcak y al visionario de la atención médica Raj Panjabi. Los deseos del Premio TED ayudaron a combatir la pobreza, abrir el diálogo sobre la intolerancia religiosa, inspirar el arte en 150 países e imaginar el futuro de la educación.
El premio TED nos permite desenmascarar de manera definitiva el espectáculo, lejos del supuesto compromiso con el pensamiento que se declama, de estos encuentros ecuménicos de “ideas”. En 2007, lo ganó Bill Clinton. Le dio la oportunidad de expresar, en una conferencia, su deseo de cambiar el mundo. Planteo absurdo para cualquiera, es doblemente absurdo para quien fuera presidente de Estados Unidos. Pero así se juega el juego de la “bondad” humana.