¿Qué sabemos de lo sucedido en Chernóbil? ¿Qué sobre sus consecuencias? Las dudas y las inexactitudes sobre el verdadero significado de lo ocurrido en la central de Chernóbil también involucran al informe de la OEIA (Organismo internacional de Energía Atómica), la OMS (Organización Mundial de la Salud) y el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), sobre el cual los propios organismos comentan:
En cuanto a los efectos en el medio ambiente, el informe también es tranquilizador: las evaluaciones científicas indican que, salvo en la zona incluida en un radio de 30 km del reactor, que está muy contaminada, y en algunos lagos cerrados y bosques de acceso restringido, los niveles de radiación han vuelto a situarse, en su mayor parte, en valores aceptables. “En la mayoría de las zonas los problemas son de índole económica y psicológica, no sanitaria o ambiental”, señala el Dr. Balonov, secretario científico del Foro sobre Chernóbil, que ha participado en la recuperación de Chernóbil desde que ocurrió el accidente. (OMS, 2005)
El conmovedor relato en Chernobyl referido a los llamados “liquidadores”, que debieron exponerse por no más de noventa segundos a enormes dosis de radiación, cuestiona el juicio que califica de tranquilizador lo sucedido y sus consecuencias. Frente a la imposibilidad de tener un robot para limpiar el techo del edificio del reactor dañado que soporte la radiación, surge la única propuesta imaginable: utilizar “biorobots”, es decir, personas. El comandante les habla a los primeros “voluntarios”:
– Soldados, camaradas, el pueblo soviético está harto de este accidente. Quieren que lo limpiemos y les hemos encomendado esta delicada tarea. Por la naturaleza de la zona de trabajo, cada uno tendrá un máximo de noventa segundos para resolver el problema. Escuchen con atención cada una de mis instrucciones y síganlas al pie de la letra. Esto es por su seguridad y la de sus camaradas. Entrarán al edificio tres del reactor; suban las escaleras, pero no vayan al techo de inmediato. Cuando lleguen arriba, esperen adentro, detrás de la entrada al techo, y tomen aire; les hará falta para lo que sigue. Esta es la zona de trabajo. Debemos despejar el grafito. Hay bloques de entre cuarenta y cincuenta kilos. Todo se debe lanzar por el borde. Cuiden a sus camaradas. Salgan rápidamente por esta apertura y, luego, a la izquierda, entrando por aquí. Tengan cuidado de no tropezar. Hay un hueco en el techo. No se vayan a caer. Deben moverse rápidamente y con cautela. ¿Entienden su misión tal como la he descripto?
– Sí, comandante general.
– Son los noventa segundos más importantes de su vida. Memoricen su tarea y luego hagan su trabajo. (Mazin, 2019)
Intentamos “medir” el significado de las tragedias humanas y las ponderamos según el vigor de los números: si son pocos los muertos, entonces no serían tan significativas. Comienzan así las batallas por las cifras, en Chernóbil, en la Shoah o en la represión y desaparición de personas durante la dictadura cívico-militar que comenzó en 1976 en la Argentina. Sin duda, los números impactan en nuestra conciencia, pero debemos ser cuidadosos porque pueden desintegrar las perspectivas sobre los padecimientos personales que la condición humana impone en tales circunstancias. Svetlana Alexiévich nos devuelve esa voz personal para que en la batalla infructuosa no se pierda el significado profundo de lo sucedido, y porque ese regreso es también la vuelta a la vida de quien relata, Valentina Timoféyevna Ananasévih, esposa de un “liquidador”:
¡ Hace poco yo había sido tan feliz ! ¿Por qué? Lo he olvidado. Todo esto se quedó como quien dice en otra vida. No comprendo. No sé cómo he podido vivir de nuevo. He querido vivir. Ya ve, me río, hablo.
Sentía una angustia… Estaba como paralizada. Quería hablar con alguien, pero no con nadie de este mundo. Me iba a una iglesia, allí reina un silencio como el que a veces descubres en las montañas. Un silencio… Allí puedes olvidar tu vida.
Pero por la mañana me despierto… y busco con la mano. ¿Dónde está? Su almohada, su olor. Un pequeño pájaro desconocido corre por el alféizar con una campanilla y me despierta. Antes nunca había oído aquel sonido, aquella voz. ¿Dónde está él? (…)
Pero una mañana lo despierto, le acerco el batín, y él que no se puede levantar. Ni puede decir nada. Dejó de hablar. Y los ojos, grandes como platos. Entonces fue cuando se asustó de verdad. Sí. [Calla de nuevo.]
Aún nos quedaba un año. Todo aquel año se estuvo muriendo. Cada día se encontraba peor y peor, y ya sabía que sus compañeros también se estaban muriendo. Porque, además, vivíamos con esto. Con esta espera.
Decían que era Chernóbil; escribían que era por Chernóbil. Pero nadie sabía qué era aquello. Ahora aquí todo es diferente: nacemos de otro modo y morimos de otra manera. Diferente a todos lo demás. Usted me preguntará, ¿cómo se muere después de Chernóbil? Un hombre al que amaba, al que quería de una manera que no habría podido ser mayor si lo hubiera parido yo misma, y este hombre se convertía ante mis ojos en… en un monstruo. (…)
Quiero saber. Quiero comprender, ¿para qué se nos mandan semejantes sufrimientos? ¿Por qué? Al principio tenía la impresión de qué después de todo aquello me aparecería algo negro en la mirada, algo ajeno. Que no lo soportaría. ¿Qué me ha salvado? ¿Qué me ha arrojado de nuevo a la vida?
Me ha devuelto a la vida mi hijo. Tengo otro hijo. Un primer hijo suyo. Hace tiempo que está enfermo. Ha crecido, pero ve el mundo con ojos de un niño. Con los ojos de un niño de cinco años. Ahora quiero estar con él. Sueño con cambiar de casa e irme a vivir más cerca de él, a Novinki. Allí está nuestra clínica psiquiátrica. Ha pasado toda su vida allí. Este ha sido el veredicto de los médicos: para que siga con vida debe estar allí.
Viajo cada día a verlo. Y él me recibe diciendo: “¿Dónde está papá Misha? ¿Cuándo vendrá?”.
¿Quién más me va a preguntar eso? Él lo espera.
Lo esperamos juntos. Yo rezaré mi plegaria de Chernóbil. Y él… Él mirará al mundo con ojos de niño. (2016, pp. 398-404)