Schole
ContrapuntosEdición 1
Ciencia y Religión
Revista SCHOLÉ 17 mayo, 2019

Es interesante que Gould cierre su razonamiento con una cita de Galileo Galilei, quien, frente al conflicto planteado por su adhesión al modelo heliocéntrico, propuso a las autoridades eclesiásticas una posible solución al afirmar que el ser (cómo va el cielo) le corresponde a la ciencia y que el deber ser (cómo se va al cielo) le es pertinente a la religión. La iglesia rechazó este razonamiento y juzgó y condenó al astrónomo florentino. Este, y muchos otros hechos históricos, parecen desmentir la cándida ilusión de Gould de que no hay conflicto alguno y de que todo es un malentendido. Es interesante por ello reconocer el esfuerzo de Ian Barbour por ofrecer una perspectiva que imagina una síntesis posible, pero que no reniega de los conflictos existentes.


Con base en esta última consideración, cerramos este diálogo con una reflexión que solo pretende ser un punto de anclaje para seguir adelante, para sostener la crítica sin sentir la necesidad de encender algún oscuro fuego en nombre del bien, de la ciencia, de la razón, de la religión o de Dios.

A partir de la idea de que hay un solapamiento de los magisterios y aceptando que eso pone en evidencia irresolubles conflictos, ¿qué hacer con las inevitables contradicciones que se vivencian? ¿Cómo garantizar la libertad de culto frente a una verdad científica que parece lesionar los fundamentos mismos de determinadas creencias? En nombre de la libertad religiosa, ¿cuáles son los límites, si acaso es legítimo límite alguno, que cualquier comunidad de creyentes le puede exigir a la sociedad toda?, ¿qué significado tiene la imposibilidad de síntesis entre ciertos actos de fe y el valor de la razón como aspecto universal del pensamiento para la educación?

Ian Barbour proviene del mundo de la física y la teología. Los otros tres autores están vinculados al campo de la biología evolutiva y, uno de ellos, además con las neurociencias. Por ello, y para cerrar este debate, tomaremos un ejemplo singular.

En la sociedad inglesa de mediados del siglo XIX, la tensión entre las ideas científicas y las creencias religiosas adquirió un particular vigor tras la publicación, en 1859, de El origen de las especies. Esta inquietud se manifestó con particular intensidad dentro de la familia de Charles Darwin. Sin embargo, lejos de ser desgarrados por el desencuentro, Emma Wedgwood y su marido aprendieron a vivir con el conflicto, aunque no lo pudiesen resolver. Las vidas particulares no pueden extenderse como una posibilidad hacia el mundo social, pero pueden tener una potencia metafórica inspiradora. Debemos aprender a vivir con una situación conflictiva que es poco probable que pueda resolverse. Esto solo es realizable a condición de entender que la razón no puede expulsar a lo sagrado, a lo incognoscible, al misterio. También, a condición de entender que el derecho a la libertad de culto obliga a que cualquier perspectiva religiosa sea considerada legítima únicamente para el mundo particular de la comunidad de creyentes y que, por lo tanto, no podrá ni ser fundamento de las leyes ni darle forma a las acciones que definen a la educación pública.

En la Argentina, en distintos momentos y lugares, se censuró la enseñanza de la teoría de la evolución por su contradicción con ciertos actos de fe. Pero dado que es uno de los conocimientos fundamentales de la ciencia moderna, debe ser enseñada en la escuela a condición del derecho que tienen los estudiantes, en nombre de sus creencias religiosas, de rechazarla como descripción realista del mundo natural. Esto no le está permitido a la profesora o al maestro, dado que se encuentran en ese lugar de autoridad porque el Estado los habilita en nombre de un compromiso que han de asumir con ciertos valores epistémicos.

No solo la religión no es un virus, sino que suponer que la ciencia puede ser la vacuna es darle la espalda a la historia. Una historia de grandes logros y también de enormes tragedias sociales, como la guerra química, las lobotomías, la eugenesia o el darwinismo social. Vale aquí la cita que hiciera el matemático y escritor Jacob Bronowski (1973) sobre una frase del controvertido Oliver Cromwell para decidir sobre prohibiciones, censuras y desprecios: “Yo te suplico por las entrañas de Cristo, que pienses en la posibilidad de estar equivocado” (p. 374).

Referencias:

Barbour, I. G. (2004).

Religión y ciencia. Barcelona: Trotta. (Primera edición: 1997).

Bronowski, J. (1973). El ascenso del hombre. Nueva York: Fondo Educativo Interamericano.

Dawkins, R. (2008). El espejismo de Dios. Madrid: Espasa Calpe.

Golombek, D. (2014). Las neuronas de Dios. Una neurociencia de la religión, la espiritualidad y la luz al final del túnel. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina.

Gould, S. J. (2000). Ciencia versus religión. Un falso conflicto. Barcelona: Crítica.